4.8.07

Homosexualidad y bisexualidad masculina y construcción de la masculinidad en México

8 de mayo de 2007
Homosexualidad y bisexualidad masculina y construcción de la masculinidad en México
por Annick Prieur
SIMPÓSIUM SOBRE EL PODER DEL GÉNERO IMAGINARIO EN MÉXICO

En: http://www.opcionbi.com/

El hombre homosexual afeminado desempeña un papel importante dentro del género imaginario mexicano. Los hombres machos (los machos) y los homosexuales afeminados usan las imágenes de hombres, mujeres, y como una categoría separada, homosexuales, para construir sus respectivas identidades.
El documento está basado en una línea de trabajo que abarca una parte de la clase trabajadora de la ciudad de México y en acuerdos elementales (básicos) de los complicados juegos sociales que involucran a la bisexualidad masculina.
La bisexualidad masculina está muy generalizada en México, pero ello no significa que sea una conducta aceptada: como no se habla al respecto y como no se debe hacer visible, el hombre bisexual no necesita excusas y pretextos para protegerse de cualquier sospecha de que él toma el papel pasivo en la interacción sexual. Mientras esto sea respetado, su masculinidad no se verá afectada por su bisexualidad, como sí sucede con la otra parte, el hombre homosexual afeminado, quien toma lo vergonzoso de esta interacción para sí mismo.
Las prácticas bisexuales pueden compararse con el juego de palabras entre hombres, en el que se efectúan penetraciones simbólicas, cambiando el significado a feminización allí donde se vea implicada una humillación.
Los homosexuales afeminados aceptan su estigma, ayudando así a los hombres bisexuales a obtener las excusas y los pretextos que necesitan, pero defendiendo asimismo una especie de juego con las categorías sexuales: pretenden ser casi mujeres, pero tomando ventaja de su sexo biológico cuando les conviene.
El hombre homosexual afeminado desempeña un papel importante en el género imaginario mexicano. Los homosexuales afeminados utilizan la imagen de los hombres, las mujeres, y de una categoría separada, la de los homosexuales, para construir sus respectivas identidades, oponiendo cada una respecto a la otra.
Las ideas sobre el género están muy ligadas con las ideas de las prácticas sexuales. En el mundo occidental las ideas respecto a la identidad de género están ligadas con la homosexualidad y, más específicamente, con la feminidad de la homosexualidad masculina.
Cuando las ideas sobre el deseo están ligadas a la identidad, la bisexualidad se convierte en una problemática particular, así como la identidad de los hombres se torna ambigua:
• En el norte de Europa, el bisexual frecuentemente ha sido una persona que esconde una parte de sí; que esconde la parte real y muestra la falsa. En consecuencia, la bisexualidad permanece como un fenómeno oculto: breves encuentros en un parque público a altas horas de la noche; relaciones sexuales disfrazadas de amistad; mentiras y sentimientos de culpabilidad.
Pero en otras culturas o en otros tiempos, la bisexualidad masculina (en el sentido de las experiencias sexuales con parejas de ambos sexos) ha sido institucionalizada y pública. El ejemplo más conocido, probablemente, son los antiguos griegos. Foucault (1984) no calificaría a los griegos como homosexuales o bisexuales, términos que actualmente se refieren a una identidad o a un deseo particular.
• Para los griegos, esto –la bisexualidad– era más que una sola cuestión de elección, como cuando uno prefiere la cerveza en vez del vino, o a un jovencito en vez de una mujer. Ello no sería tanto el problema, sino la existencia de reglas que había que respetar. La certeza de los papeles que era necesario mantener.
• El ritual de la homosexualidad entre los baruya en Nueva Guinea (Godolier, 1982) es un ejemplo contemporáneo de la bisexualidad masculina institucionalizada. Los baruya consideran al género algo determinado por sus fluidos corporales, de tal suerte que el nacer de mujeres y el alimentarse con leche materna representa un problema. Así, los varones tienen que alejarse de sus madres para convertirse en hombres y tragar el semen de otros muchachos más maduros para construir su propia masculinidad. Solamente después de este “tratamiento” pueden tener sexo con mujeres. La práctica homosexual es prescrita sin ser entendida como una cuestión, ya sea de amor o de deseo: esto es una necesidad.
Estos ejemplos muestran que la bisexualidad puede ser tolerada e institucionalizada por igual.
Pero en ambos casos, la masculinidad es un problema muy ligado a esta bisexualidad de formas tan opuestas: una, donde la práctica homosexual puede debilitar la masculinidad de los muchachos, y la otra, donde al contrario, les ayuda a construirla.
Siguiendo esta lógica, describiré la bisexualidad masculina mexicana entre la clase trabajadora como un juego interactivo particular de lo abierto y lo oculto, lo visible y lo tácito. Mostraré cómo esta bisexualidad también está muy conectada con las ideas sobre la masculinidad e intentaré encontrar algunos de esos puntos sensibles de la cultura relacionados con la masculinidad.

PANORAMA

Mi trabajo de campo lo realicé en Ciudad Netzahualcóyotl, zona que encierra a una parte de la ciudad de México. Entre 1988 y 1991 pasé un total de seis meses con un grupo de travestis homosexuales, compartiendo sus vidas cotidianas. Mi anfitrión fue un prostituto que ahora trabaja en la prevención del sida. La casa –de este grupo de travestis– es un punto de encuentro para los jóvenes del barrio, así que no tuve que ir a buscar a mis informantes, ellos acudieron a donde yo estuve viviendo.
Estos jóvenes gozan de muy poca privacidad, por lo que, al parecer, saben casi todo uno del otro, llevando a cabo actividades cada vez de manera más abierta. A pesar de saber que yo era un investigador, eso pareció no preocuparles demasiado; pienso que lo tomaron de manera natural, dándome detalles de los aspectos más íntimos de sus vidas. Además de esta observación participante, entrevisté a once homosexuales y a siete de sus parejas bisexuales. Los homosexuales hablaron muy libremente allí donde los bisexuales se mostraron intimidados y dando respuestas muy cortas.
La mayoría de los jóvenes que acuden a la casa está en su pubertad, si acaso algunos tendrán 20 años, y son homosexuales o bisexuales. Caen en dos distintos grupos con base en su apariencia.

1. Aquellos que se autocalifican como homosexuales, son afeminados: todo lo que ellos usan para serlo consiste en mucha ropa de mujer y aquello que les da a sus cuerpos las formas femeninas –ya sea para las dimensiones externas, como las espumas y el rubor, o para las internas, como las hormonas o los implantes. Todos usan nombres femeninos, tienen baja escolaridad y sus oportunidades en el mercado laboral están en la estética –especialistas en el arreglo y corte del cabello– y la prostitución.

2. Me familiarizo mejor con los ligues. Éstos son jóvenes trabajadores que viven frecuentemente en las relaciones establecidas con mujeres. Ellos no están considerados ni como homosexuales, ni como bisexuales, siempre y cuando mantengan lo activo, el papel de la penetración. No conforman un grupo aparte, ni se refieren a sí mismos bajo un término especial. Pero los homosexuales los llaman “los mayates”, un término local para los hombres de apariencia masculina que tienen sexo con hombres afeminados. Yo empleo el término bisexuales, en tanto que, usualmente, al tener relaciones sexuales con mujeres, también las tienen con hombres.
Los travestis homosexuales se consideran a sí mismos, y por el resto también, como una tercera categoría: ni hombres ni mujeres, sino homosexuales.
Este es un patrón de las relaciones homosexuales, establecido en lo más profundo del estrato de la clase trabajadora urbana. Los homosexuales de clase media tienden a un estilo masculino más sofisticado y comúnmente tienen parejas parecidas.
Mayate (hombres bisexuales) es un término para los hombres que tienen sexo con otros hombres sin ser femeninos y sin verse a sí mismos como homosexuales. Frecuentemente su “interés primordial” reside en las mujeres, y al extenderlo hasta abarcar a hombres se encuentran con vestidas –travestis– o, al menos con hombres que puedan ser mucho más afeminados que ellos.
Así las cosas, tenemos que un mayate puede ser cualquiera.
Los estudios cualitativos no han podido estimar cuán disperso es este fenómeno, pero sí cuán fácil es para los homosexuales afeminados tener contactos sexuales con hombres. (Confirmado por Alonso & Koreck, 1988. Carrier, 1985. Taylor, 1986).
Estos son algunos ejemplos de mi trabajo de campo:

• Un homosexual afeminado puede ir al underground (mundo subterráneo o no formal) a vagar por horas y terminar con un hombre que se siente superior o que lo han dejado sentirse así.

• He visto a hombres negociar un minuto para venirse –eyacular– dentro de un coche, asegurándose de permanecer uno muy cerca del otro cuando lo hacen.

• He atendido la confirmación de fiestas donde se baila en la calle, fuera de la casa. Los hombres piden a los gays bailar con ellos y éstos después los llevan al interior del baño para tener sexo.

• En la casa donde viví siempre había algunos homosexuales que seducían al hombre que venía a leer el medidor de la luz, al plomero o al que viniera a hacer cualquier trabajo.

• En las noches, los vecinos venían a tocar frecuentemente el timbre, esperando sexo.

• Los homosexuales que habían ido a prisión me contaron sobre su violación por parte de otros internos, quienes juntos, lo hicieron frente a otros.

• Un hombre puede invitar a bailar a otro o tener sexo con uno más afeminado que él, sin que se le tome como homosexual por su ambiente inmediato y sin causarle conflictos internos de identidad.

Observando la frecuencia y la falta de reserva circundante en estos contactos, uno puede leer entre líneas que la bisexualidad es una especie de comportamiento no estigmatizado ni problemático. Pero uno no puede deducir, automáticamente, que un fenómeno es aceptado únicamente porque se halla disperso y, particularmente, sin llegar siquiera a la esfera de las morales sexuales. Por ejemplo, la infidelidad está sin duda legítimamente dispersa en países como México, sin que allí comience una aceptación moral de ésta. Aquí se juegan papeles de muchos juegos sociales, complicados a la vez, donde uno no necesariamente dice lo que piensa y donde no necesariamente se piensa lo que se hace.
Muchas vestidas lucen completamente como mujeres, luciendo idénticas con sus vestidos. Si no permiten que el hombre las toque, son capaces de tener sexo sin que él descubra que ha tenido una relación anal en vez de una vaginal. Pero es mucho más probable que, en estos casos, los hombres se autoengañen a que sean engañados. He allí lo complicado de estos juegos donde el homosexual le brinda con gusto al hombre las excusas y los pretextos que necesita.
En conversaciones con mayates que no tenían conocimiento de que yo sabía de ellos, negaron que lo fueran. Esto representó una dificultad en mis entrevistas con ellos, pues querían saber qué era lo que yo sabía. Asimismo, en esas entrevistas medio contaron sus experiencias con gays de una forma contraria a la que sus parejas me dijeron respecto a ellos “esto no me ocurre a cada rato y seguro ya no me vuelve a pasar”, y dándome más detalles de su estancia al lado de una mujer.
Pero sus parejas me han dicho que estos hombres han tenido relaciones sexuales con muchos homosexuales y que regresan por más pasado un largo período. ¿A quién debería creerle?
Preferí creerle a los homosexuales, pues no puedo ver por qué ellos no dirían la verdad (siempre han sido vistos como homosexuales de cualquier manera; unas cuantas experiencias más o unas menos, no cambiaría eso para nada). Me dieron explicaciones muy plausibles sobre por qué el bisexual quiere tener una baja notoriedad en sus experiencias homosexuales: todo tiene que ver con mantener la imagen masculina.
Además encontré esta consistencia por cómo los bisexuales se excusaron en las entrevistas: “yo era tan joven, no conocía el amor de las mujeres del todo”, “estaba borracho”, “ellos me pagaron para hacerlo”. Y todo esto no implicó ni un sólo afecto emocional –¡oh no! Cada uno me dijo que reaccionó con náusea la primera vez que tuvo sexo de esta manera. Un trastorno tan severo, que sólo lo llegaron a hacer sin luz o en ciertas posiciones donde sus genitales no permanecieran junto a los del otro. Estas experiencias son tratadas con discreción y por ello generalmente no se habla de ellas.
Pedro cuenta por qué no habla sobre sus experiencias y por qué uno no debe traerlas a colación: “La gente lo tomaría muy mal, o tal vez te repudie por eso. O quizás el asunto vaya tan lejos, que ellos mismos –los homosexuales– se claven y te celen, terminando por fastidiarte la vida”. Estas son palabras fuertes pero bonitas, que muestran ciertamente que el estado de la bisexualidad masculina, que es socialmente aceptable en México, es un gran carpetazo.
La bisexualidad es un secreto sostenido más que una condición aceptada; es donde la discreción va unida a la no verbalización, y la falta de verbalización va unida al hecho de que esta actividad no está separada de otras actividades ni relegada a un ghetto.
Taylor (1986) describe los encuentros homosexuales en las plazas públicas de México: “Al anochecer, hombres se reúnen en las plazas, pueden llegar a hablar un poquito, beber un poco también, fumar algo de marihuana, cautivar en el flirteo y bromear con los homosexuales e ir un poco más allá de eso”. El contacto se da por medio de miradas directas. Si llegan a salir palabras, éstas se usan en código, para hacer notar si se está dentro del juego o no. Si el juego es descubierto, nunca se interrumpe de inmediato, pues así, “nada” habrá pasado allí realmente.

Taylor no aborda las consecuencias psicológicas; sin embargo, yo creo que la organización tácita de esta actividad, al dejar a los participantes libres de mantener lo no verbal, deja a la misma en un nivel semiconsciente (y es aquí, precisamente, donde se vuelve importante lo que implica este juego en cuanto a la propagación del sida). Y es que el aspecto más sensible de los mayates es la práctica sexual. Usualmente siempre reclaman el papel sexual activo. De los que entrevisté, todos coincidieron en que nunca han sido pasivos. Pero nuevamente, con base en lo que sus parejas afirmaron, me inclino seriamente a creer que en eso no dijeron la verdad. Los homosexuales ya me habían dicho que éstos no admitirían haber sido penetrados, porque eso es algo que no se puede decir.El trasero es la zona sagrada. El ser penetrado marca una transición. Un hombre que ha sido penetrado pierde su masculinidad y se convierte en homosexual. Mientras un hombre sea la parte activa, no será amenazado por una relación homosexual, donde el papel activo es más o menos aceptado. Por otra parte, nadie que no lo haya presenciado puede saber lo que realmente pasa en la cama o en ciertos lugares. Es más, es allí donde siempre estará el riesgo de establecer encuentros homosexuales, un riesgo que podría dañar la masculinidad de los hombres, o que puede creerse, ya la ha dañado. Ésta es una razón de tratar dichos encuentros con una suerte de discreción.Los hombres temen convertirse en homosexuales si son penetrados, pues pasarían de una categoría a otra, como cuando, en el mismo sentido, una muchacha que es penetrada “se convierte en una mujer” de acuerdo con una expresión muy común en México: ella pasa de muchacha virginal a mujer y, posiblemente, a madre. El proceso es irreversible.
Los hombres que estudié son buenos, hombres de bien en el sentido de que pertenecen a la clase trabajadora con escasas oportunidades de movilidad social. El único status que han obtenido está entre sus iguales. Allí entre ellos, un hombre puede defender su masculinidad al sentirla atacada por otros hombres. Escuché cómo se referían a sus compañeros en femenino o colocándolos en posiciones subordinadas (que para el caso es lo mismo). De acuerdo con Paz (Octavio), el perdedor en estos juegos es quien no pueda responder, quien se haya tragado las palabras del otro –que están cargadas de agresión sexual–, así, el perdedor es simbólicamente violado por el otro.Las palabras del argot mexicano tienden a enfocarse bastante en la violación (en contraste con el enfoque latinoamericano más común, que es sobre la promiscuidad de la madre o la prostitución).
El verbo chingar significa todo lo concerniente a la violación (a través del uso de este verbo, un hombre puede ser caracterizado como el hijo de una madre violada o puede ser incitado a violar a su propia madre). Ser chingón, alguien que instigue y viole, es positivo; alguien antipático y que haga sufrir, astuto, que sabe salir adelante y que saca ventaja de los demás.
Este foco tan específico de la penetración no debe generalizarse más allá del ejemplo mexicano, pero lo simbólico de lo activo versus lo pasivo, sí puede tener validez para la comprensión del género en términos generales. Y es precisamente allí donde algunas referencias del poder, la dominación y la violencia, entran al escenario de la cultura sexual que caracteriza a la sociedad mexicana para entender fenómenos tan arraigados y tan dispersos como el machismo mexicano.
Traducción de Roberto Rueda Monreal.

1 comentario:

Amaru dijo...

Creo que en ese sentido, la realidad mejicana no dista mucho de la chilena. Principalmente, por dos razones que las unen: a) el machismo y el castigo social; y b) la penetración.

Si bien nuestros estereotipos de macho no están tan arraigados como el del mejicano (que pareciera bandera de lucha), el machismo está institucionalizado y reforzado por el mismo espectro violentado: la mujer (lo femenino).

Por otro lado, el rasgo diferenciador del hombre -y una característica que le es inherente y única: el pene y la penetración- le confiere cualidades especiales en cuanto a su relacionar sexual. Esto significa en lo práctico que el rol de "penetrador" le pertenece a lo masculino. Así, en una relación lésbica, la penetración está limitada y sólo es posible en la medida en que se ejerce ese "acto masculino".
Eso le confiere una cualidad especial a la bisexualidad masculina, porque agrega aristas como la mencionada en el texto. Esto implica una serie de relaciones que no pueden darse en la bisexualidad femenina, como es el caso del varón que penetra (tanto a hombres como a mujeres) sin perder su "cualidad" de macho.

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Me pareció bastante interesante el texto, porque viene a clarificar esa limitante del prejuicio y el desconocimiento. Además, configura una de las formas de la bisexualidad.

Saluditos ^^