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23.11.09

Relación entre Machismo, Misoginia y Homofobia

Aprovechando la inspiración decidí anticiparme y publicar hoy este preciso, conciso e interesante artículo que encontré por ahí, espero que sea de su agrado.
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Relación entre Machismo, Misoginia y Homofobia

Por: José Ramón Merentes

¿Qué es el “machismo”? No es más que el término vulgar del androcentrismo, que tiene como una de sus expresiones más duras y violentas a la misoginia, el desprecio por las mujeres que las reduce en su condición humana y justifica cualquier ataque contra su dignidad, contra su integridad física, psicológica o moral.

Este artículo plantea la relación intrínseca entre machismo, misoginia y homofobia, desde el análisis sociológico aportado por el filósofo y sociólogo alemán Teodoro Adorno (1903-1969) y otros académicos a través de la teoría de la personalidad autoritaria. Analiza el abordaje que se hace desde este perfil de personalidad de la realidad observable y muestra sus elementos profundamente antidemocráticos y antiéticos.

Machismo, Misoginia.

¿Qué es el “machismo”? No es más que el término vulgar del androcentrismo, que tiene como una de sus expresiones más duras y violentas a la misoginia, el desprecio por las mujeres que las reduce en su condición humana y justifica cualquier ataque contra su dignidad, contra su integridad física, psicológica o moral.

Después de muchos años de incansable esfuerzo, el movimiento de mujeres ha logrado la aprobación de una ley contra la violencia sexista (Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida libre de Violencia, 2007), pero prevalecen las profundas causas culturales que la generan. El machismo, el desprecio por lo femenino como referencia social-cultural ha calado muy profundo en nuestras mentes. ¡Claro! Hace más de cinco mil años que venimos escuchando esta misma letanía acerca de “la naturaleza intrínsecamente diabólica, perversa de la mujer”.

En las culturas androcéntricas-misóginas, la condicion de las mujeres es constantemente simplificada y condenada. Se habla de “la mujer”, del “rol femenino” –usualmente secundario y de poca importancia según esta concepción de la realidad- como si con esta expresión pudiéramos reducir la riqueza de la condicion humana de las mujeres (¿o más bien debiera decir “feminiana”, ya que lo “humano” proviene del Hombre, ese Hombre con mayúscula que se nos ha querido imponer como única referencia ética posible?).

Autoridad y discriminación

En lo más profundo de este pensamiento androcéntrico pervive lo que Teodoro Adorno llegara a definir como “pensamiento autoritario”. Para explicar el éxito político del nazismo en un país tan culto como Alemania, Adorno emprendió la ingente tarea de coordinar más de cincuenta mil encuestas psicológicas. El sorprendente resultado fue que una alta proporción de la población estudiada manifestaba las siguientes características conductuales:

Pensamiento dicotómico (o binario): Ve la realidad a partir de pares mutuamente excluyentes (“blanco y negro”, “fuerte y débil”, “masculino/femenino”, etc.). En este ultimo par, “masculino/femenino”, la relación no es “entre dos iguales”. La relación es más bien asimétrica, lo masculino por encima de lo femenino.

Intolerancia ante la ambigüedad: como consecuencia directa de la anterior, la persona autoritaria no tolera lo que no pueda encasillarse en alguno de los dos polos en los que divide la realidad. Actividades como el arte, lo espiritual, son decididamente descalificadas y perseguidas como “peligrosas”. La caracterización estrecha de las personas impide cualquier variación con respecto a lo que se tiene como “correcto” o “aceptable”.

La concepción jerarquizada de las relaciones humanas: “Sexo”, “raza”, “edad” y cualquier otra característica que sirva como referencia para clasificar a las personas es definida a partir del hombre como el pináculo del orden social.

Huelga decir que en el balance de género las mujeres siempre han ocupado el lugar de “lo otro”. Ha sido hasta ahora “el sexo opuesto” (otra fantasmagoría mas inventada por la necesidad autoritaria de dicotomizarlo todo; los sexos y los géneros, cuantos sean estos y aquellos, son imposibles de ser reducidos a esa dicotomía, pues en cada uno existe algo de los demás. XX y XY no son mutuamente excluyentes. Las intersexualidades y las identidades de género, distintas al sexo biológico en algunas personas, es prueba palmaria de ello).

Con toda esta carga cultural y política en su contra, las mujeres fueron confinadas a los pliegues invisibles de la historia. Quemadas como brujas, colgadas de mástiles y guillotinadas (Olimpia de Gouges, 1748-1793, la redactora de la Declaración de los
Derechos de la Mujer y la Ciudadana (Francia, 1791) es el ejemplo y el símbolo de este miedo y odio criminal contra las mujeres durante gran parte de nuestra historia en la Tierra), la persecución y los múltiples genocidios contra las mujeres han demostrado de lo que es capaz la misoginia.

La reducción de la condición femenina a algo diabólico ha significado desde luego la condena de toda expresión que pueda acercarse siquiera a la considerada como parte esencial e inseparable suya.

Misoginia, Homofobia

Muy cerca de ese machismo misógino, se encuentra la homofobia, desde el punto de vista ideológico. Esta es el odio o rechazo a toda persona que “se salga” de la norma heterosexista. Es decir, el rechazo a las personas por su orientación homosexual o bisexual. Claro que la misoginia y la homofobia comparten una profunda descalificación de todo aquello que no pueda identificarse con esa imagen sobredimensionada y todopoderosa que se tiene de lo masculino. No por casualidad la homosexualidad masculina es considerada –desde lo cultural y simbólico- como más perniciosa que la homosexualidad femenina. Esta última se invisibiliza, no existe, o si se permite su representación es simplemente para solaz y satisfacción de las fantasías del macho heterosexual.

Las mujeres, su sexualidad y afectividad son “inocuas”. Se pueden expresar afecto entre sí, en el espacio público, y no pasa a mayores. En cambio, la expresión pública de afecto, de emocionalidad, está prohibida para los varones, so pena de ser menospreciados “como mujercitas” (¿Cuántas veces, cuantas palabras no conocemos que identifican la homosexualidad masculina con lo femenino, con su supuesta – y peligrosa –fragilidad? No tenemos más que ver la representación que se hace de la homosexualidad masculina en nuestra televisión para entender esta relación entre ella y la condición femenina, “intrínsecamente inferior”).

Cada vez que se habla en el discurso público de la homosexualidad, se hace referencia directa y excluyente a la homosexualidad masculina. Si se menciona la posibilidad del matrimonio homosexual, de inmediato salen a relucir las supuestas “razones” por las que dos hombres no pueden casarse (comenzando por la etimológica, que la palabra “matrimonio” implica necesariamente la existencia de “una madre”. De allí se supone entonces que el “matrimonio” no estaría nunca más justificado que entre dos mujeres, ya que pueden concebir una prole en la que confluyen las características biológicas de ambas).

La creencia mayoritaria asume que los varones homosexuales “quieren o pretenden ser mujeres”. Esta concepción errónea sobre la relación entre sexo biológico, orientación sexual e identidad de género ya ha sido superada por completo por el conocimiento científico disponible actualmente. La orientación homosexual no significa que la persona quiera cambiar de sexo o que se sienta mal con su propio sexo. La orientación bisexual tampoco se trata de una “indefinición” (¿recordamos la necesidad autoritaria de ceñirse a definiciones estrictas y mutuamente excluyentes y su temor a la ambigüedad, a lo “no definido”?). Se trata simplemente de atracción erótica y emocional hacia personas de uno, u otro sexo (en el caso de las personas homo o heterosexuales) o a ambos sexos. Esta última no necesariamente se presenta en forma simultánea (lo cual genera el mito de la supuesta incapacidad para el compromiso que tendrían las personas bisexuales).

Por otra parte, la identidad de género es la profunda convicción de pertenecer a cualquiera de los sexos. Ésta no necesariamente coincide con las características sexuales de la persona (la identidad de género no se define por los órganos sexuales de la persona, sino por la sensación sicológica de ser “varón” o “mujer”).

La única forma de liberarnos de estas limitaciones abusivas a nuestra libertad individual es precisamente afirmando nuestra condición, orientación sexual o identidad de género, como lo que simplemente es, nuestro derecho a ser quienes somos.
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*Politólogo. Coordinador de Unión Afirmativa de Venezuela, organización que lucha por la promoción de los derechos humanos de la sexodiversidad.

Fuente: http://hernanmontecinos.com/2008/12/30/relacion-entre-machismo-misoginia-y-homofobia/

18.12.07

PINGUINAS HETEROCURIOSAS

Prácticas lésbicas en colegios de niñas:

PINGÜINAS HETEROCURIOSAS

Para los especialistas, el concepto de "heterocuriosidad" no existe. El término, relativamente nuevo y sin sustento científico, es acuñado entre las adolescentes para referirse a aquellas pares que, si bien no se identifican con una identidad lésbica, en ocasiones tienen “caídas” amoroso-sexuales con personas del mismo sexo. Prácticas que van desde un sencillo beso hasta una relación de pareja. Colegios de monjas y Liceos municipales emblemáticos de niñas se encargan de prohibir diariamente el despertar lésbico de sus alumnas.
Por Patricia Díaz y Romina Reyes – Colaboradoras Disidencia Sexual

Con o sin respaldo del Colegio Médico, la “heterocuriosidad” es una tendencia que crece entre los jóvenes de edad escolar, y bastante. Es sólo cuestión de dar una vuelta por el Parque Forestal en la tarde de un día viernes, o visitar espacios bailables alternativos como el Galpón Víctor Jara o la disco Blondie para descubrir a cientos de adolescentes quienes libremente tiran y se abrazan con parejas de su mismo sexo, sin mucho compromiso, al son de su propia banda sonora.
Los adolescentes parecen tener claro que esta “heterocuriosidad” poco tiene que ver con identidades plenamente definidas; tal como lo dice el término, es sólo curiosidad: curiosidad de saber cómo es, qué se siente, a qué sabe. "Yo no creo que deje de ser hetero porque me hayan gustado minas, y no me cierro a la posibilidad de que me sigan gustando", declara Valentina, alumna de cuarto año medio del Colegio Carmela Carvajal de Prat. Esa curiosidad que nace de una generación que viene con menos tabúes que sus predecesoras, al alero de una cultura de masas cada más desinhibida, que fomenta una rebeldía contra un sistema rígido en lo sexual (sistema heteronormativo).
La experimentación con lo homosexual se da tanto en hombres como mujeres, sin embargo, estas últimas parecen ser más aceptadas al interior de una sociedad machista, que lejos de restarle feminidad a una mujer de la mano con otra, dota la imagen de un erotismo de fantasía. Esta búsqueda de lo sexual nace en el lugar donde se da el mayor roce entre sexos –iguales o diferentes- en la vida pre-adulta: los establecimientos educacionales. Así es como muchas niñas encuentran en sus compañeros de curso un pololo; otras, se atreven a cambiar de vocal.
Colegios de mujeres: caldo de cultivo.
Los ambientes que reúnen a muchas niñas por largas horas al día parecen ser los lugares ideales para cultivar la curiosidad sobre lo homosexual. Las alumnas de colegios femeninos emblemáticos, tales como el Carmela Carvajal, ubicado en la comuna de Providencia, o el Liceo 1, en Santiago Centro, saben de esto. Ambos liceos hoy, además de cargar con alumnado de excelencia y puntajes nacionales, también soportan el rumor que hace que las apunten con el dedo: hay lesbianas al interior de sus aulas.
Pero las estudiantes no se espantan. Conviven con el tema día a día, y ya lo consideran algo normal, a pesar de que la política interna de los colegios suele oponerse determinadamente a cualquier “manifestación o prurito sexual”, tal como lo estipula el reglamento interno del Carmela Carvajal desde 2005. “En biología electivo… se habla del matrimonio, y es una cosa hetero. Si una tira comentarios respecto al tema (de la homosexualidad), es siempre no, es anti natura, no es normal. Esto es malo”, dice Camila, alumna de cuarto año medio.
Situación similar ocurre en el Liceo 1. Su reglamento interno también reprime, especificando la prohibición de manifestaciones de orden homosexual. Sin embargo, para las alumnas, se da una situación contradictoria: “en el reglamento ponen que se acepta la pluralidad y todo eso, siempre y cuando no se haga al interior del colegio. O sea, en el fondo, igual no lo aceptan”, afirma Carla, de 17 años.
Al final, no es que los colegios nieguen la situación que ocurre al interior de sus salas de clases, simplemente prefieren omitirla. El Liceo 1 pone muchas dificultades para tratar de conversar de cualquier tema que respecte a sus políticas, mientras que el Colegio Carmela Carvajal no está abierto al debate sobre el tema “por orden de Dirección”, como dijo su orientadora, al negarse a responder esta entrevista.
La omisión del tema por parte del colegio no impide que éste se trate tanto dentro como fuera de sus salas de clases. De las niñas encuestadas en ambos colegios, el 80% afirma haber tenido experiencias homosexuales, pero ninguna se declara lesbiana. Al nombrar esa palabra, todas entornan los ojos, como si no pudieran con ese peso, con la seriedad que implica adherirse al apelativo identitario. Sin embargo, la cosa es más sencilla cuando se habla de bisexualidad.
“Yo creo que… es que yo he escuchado que la bisexualidad no existe. O eres negro o eres blanco, ¿cachai? No puedes ser del medio. Pero si existe de verdad, yo digo que soy bisexual, porque no puedo decir ‘ay, soy heterocuriosa’ si tuve una relación de tres años con una mina. Que mi mamá supo y todo. Porque hay minas que son heterocuriosas. Que en el fondo, están experimentando. Que quieren probar.” Camila, 18 años, Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia
Así, el desenvolverse en un ambiente donde la homosexualidad es todo menos algo tabú funciona como el mejor enganche para que muchas niñas, en especial aquellas que están apenas integrándose a comunidades educativas tan amplias como éstas, comiencen no sólo a aceptar el tema de la homosexualidad, sino a tener roces directos con ésta, ya sea a través de sus experiencias personales o las de sus pares. Dicha aceptación estaría dada por una maduración natural de cada niña, además de la propia concepción que cada familia posea del tema al interior de su hogar.
“Te acostumbras a verlo, entonces se vuelve algo normal… deja de ser tabú y comienza a ser un tema que tocas”. Paloma, 17 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia.
“Yo creo que se hace normal por el liceo… por estar siempre con niñas así”. María José, 16 años. Liceo 1. Santiago Centro.
“Yo creo que depende mucho de la madurez de la persona y de cuánto influyan los padres, porque lamentablemente, los papás tienen otra concepción de esto, porque quizá no lo vivieron. Una que lo vive y tiene que compartir con ‘esto’, lo acepta y ya de alguna forma, la mente se abre un poco más. Pero yo creo que para una niña que su papá le dice ‘esto es malo, esto es malo’ y llega a la sala y lo ve, va a pensar que es malo, y va a quedar la cagá. Ya cuando una está más grande puede entender más. La edad influye y la influencia de tus papás”. Rosita, 18 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia.
Las alumnas tienen claro que de estos “experimentos” sólo algunas resultan ser verdaderamente lesbianas. Saben que muchas de sus compañeras caen en la moda, en lo que todas hacen, o en lo que sirve para encajar. Porque a diferencia de lo que se podría pensar, o las ideas que reinaban en otra época, la “heterocuriosidad” existe, y para estas jóvenes parece de lo más normal.
Al final, el despertar sexual propio de la adolescencia se extiende hasta los límites de la heterosexualidad, y pasa también para el otro lado. La curiosidad puede ser tan sólo una etapa o un momento determinante para el resto de la vida de las niñas que viven dichas experiencias, sea por la razón que sea. Depende de cada quién.
“Como la sexualidad es un mundo tan amplio, que por descubrirlo quizá por moda, empiezas a probarlo, comienzas a confundirte, y te queda gustando. Pero yo creo que la moda y el medio influyen mucho.” Rosita, 18 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia.
La cara B: cuando las monjas te miran
Pareciera que hoy el viejo prejuicio que rondaba a los colegios femeninos se concretara de manera bastante notable. Amigas que se besan en los pasillos, compañeras-pololas que comparten bancos… es la tónica que caracteriza a muchos colegios de mujeres en la capital. Pero no todos son tan así.
Sólo basta mirar en establecimientos educacionales de comunas más acomodadas, la mayoría de financiamiento particular y con tendencias religiosas católicas, para notar diferencias en las opiniones, percepciones y experiencias de las jóvenes. Aquí el tema de la homosexualidad parece tocarse muy a lo lejos, y la mayoría de las niñas sostiene que prácticamente nunca ha sabido de alguna compañera que se diga lesbiana. Si bien, reconocen que la curiosidad de probar cosas nuevas opera indistintamente de los sectores sociales, aseguran que las enseñanzas y estructuras de cada colegio actúan como límites de muchas cosas.
“En los colegios católicos siempre te enseñan eso de ‘el papá y la mamá’, y nunca te enseñan que hay otra posibilidad. Cuando uno es más grande al final descubre que hay otras cosas, pero ya estás acostumbrada a esa forma de ver la vida, que tú te casas y tienes marido bonito con hijos bonitos”. Rocío. 15 años. Colegio Sagrados Corazones, Providencia.
“Nuestro colegio es súper clasista, racista, hace las diferencias ene. Yo creo… es que también hay tema social en eso. Todo va en el modelo de mujer que está en el colegio, la mujer que se va a casar, que va a tener hijos lindos, yo creo que también es por una cosa así… hay niñas que no quieren ni estudiar, que se quieren casar con un mino con plata… es otra concepción de la mujer”. Teresa. 15 años. Colegio La Maisonnette, Vitacura.
Además, las posturas religiosas de este tipo de colegios censuran, y muchas veces sancionan, actitudes que posean algún tipo de carácter homosexual, limitando aún más la opción de las alumnas de conocer, acceder e incluso comentar el tema.
“Las actitudes acá en el colegio son demasiado… a mí me pasó una vez que le di un beso a una amiga en la nariz y me mandaron a inspectoría. Llamaron a mi papá y le dijeron que yo tenía comportamientos lésbicos y que yo era rara. Mi papá me pregunto qué onda y fue como ‘papá, en verdad no’. Si fue un beso en la nariz no más, como de cariño de amigas… no sé, fue muy exagerado”. Rocío. 15 años. Colegio Sagrados Corazones, Providencia.
Por lo mismo, las alumnas reconocen que los colegios deben comenzar a cambiar sus perspectivas con respecto al tema de la homosexualidad, en especial debido al carácter que éste ha adquirido socialmente, alejándose cada vez más de tabú y convirtiéndose en una realidad común y corriente.
Dime con quién andas…
A pesar de la influencia que pueden ejercer los programas educativos y formativos de ciertos colegios en las conductas personales de sus alumnas, podría decirse que el ambiente social donde éstas se desenvuelven, ya sea fuera o dentro del mismo establecimiento, siempre tiene la última palabra. Aún cuando los profesores intenten fomentar un punto de vista con respecto a algún tema, en este caso la sexualidad, no hay mejor límite de conductas como las que pone el propio ambiente social en que las niñas se desenvuelven.
En los colegios de monjas el “qué dirán” funciona como la fórmula intimidante por excelencia, inhibiendo cualquier conducta que no responda a lo común, a lo que todo el resto haría. Cualquier actitud que resulte diferente es un signo potencial de discriminación y el denominarse lesbiana o bisexual califica perfectamente, tanto para a la aludida como para su círculo cercano.
“Yo no sé si aquí hay niñas lesbianas o no… yo creo que no se dice, porque igual está estigmatizado… que si una niña es lesbiana la miran feo; quizás no es su entorno de amigas, pero si el resto. Por ejemplo, si fuese una niña de primero nosotras la miraríamos feo. Quizás en su curso no, porque la quieren… pero mientras no sea una persona del grupo, igual se la rechaza”. Valentina. 16 años. Colegio Sagrados Corazones, Providencia.
“Aquí todo se sabe, como colegio de puras mujeres, colegio chico… si tú carreteaste el fin de semana y te agarraste a un gallo, el lunes todo el mundo lo sabe. Si una niña lo dijera a todo le mundo le llegaría rumores, la apuntarían con el dedo”. Daniela. 16 años. Colegio La Maisonnette, Vitacura.
Cuando deja de ser un juego
Fuera de los límites del colegio, comienza el mundo real. Aquel mundo en el que la homosexualidad ocupa un lugar relegado dentro de la sociedad, donde se perfila realmente como esa minoría que se muestra de vez en cuando, y con precauciones. Para algunas, la curiosidad llega hasta la puerta del colegio. Para otras, termina la curiosidad y empieza lo real.
Valentina y Daniela egresaron el año 2006 de un colegio municipal. En noviembre, cumplieron un año de pololeo. Para ellas, el lesbianismo dejó de ser un sabor nuevo de helado para probar: hoy es la identidad con la que salen a la calle.
Reconocen que el colegio era una especie de burbuja donde el lesbianismo no era mirado con malos ojos. “Tenemos claro que la homosexualidad es una minoría, y en nuestro colegio era mayoría. Era extraño, y claramente no todas eran realmente lesbianas… Muchas de ellas eran por moda, y otras porque en ese minuto lo sintieron y después: filo, fue no más”, dice Valentina. Para ella, todo comenzó como un juego en octavo básico. “Yo, por lo menos, la otra niña también. Después empecé a sentir cosas, por niñas. Y de ahí vinieron los pololeos y esas cosas”.
Para Daniela y Valentina la experimentación fue fundamental para descubrir su verdadera identidad sexual. Ello, junto con el ambiente de tolerancia que las rodeaba en el liceo –al menos, por parte de sus pares- las ayudó a asumirse sin auto recriminaciones y a tomar el proceso de forma natural. “Yo creo que es lo mismo que les pasa a las niñas heterosexuales cuando están en la etapa en que cada fiesta se agarran a diferentes tipos. Es como lo mismo. Es también por definirse, por probar, conocer. Lo mismo que hace esa niña con hombres, nosotras lo hicimos con mujeres. Y como en el colegio era algo tan normal, era cosa de hacerlo y ya. No había nada que te reprimiera.”
Sin embargo, afuera la cosa es distinta. Daniela nos cuenta su experiencia al entrar a la universidad: “En la U es complicado. Al principio siempre sale el tema, y tú escuchas la opinión de tus compañeros y te vas haciendo una idea. Mis compañeros hombres hablan el tema de la homosexualidad, de los gays, y hablan pestes: los suben y los bajan. Pero no se refieren al tema de las mujeres. Y mis compañeras como que no tienen ninguna inclinación hacia ninguna de las opiniones. Pero al principio en la U me costó mucho. Tú ves que en la U en general como que no se toca el tema”.
Al final, cada colegio actúa como una burbuja que busca proteger a sus alumnos de alguna realidad que resulte lacerante. En algunos, el roce constante de niñas con las mismas inquietudes en torno a la homosexualidad ayuda a que el proceso sea tomado de manera más natural, quitándole el descalificativo “aberrante” a la situación. Y si bien, no son todas las que experimentan, sí se da una aceptación, que de no ser tal, podría actuar como agente represor de la propia identidad de muchas niñas que ven en la homosexualidad su verdadero “yo”.
Colegio de mujeres no es sinónimo de lesbianismo. En los colegios mixtos la situación también se da, sólo que en menor medida, ya que el tema no sólo depende del ambiente, sino de los valores, las familias, y el medio social donde las jóvenes se desenvuelvan.
De haber estado en otro colegio, ¿Habrían sido las mismas? Ni Daniela ni Valentina lo saben con seguridad. Sin embargo, hoy el proceso que las llevó al lesbianismo poco importa frente a los hechos. El jumper, la corbata, la curiosidad y el clóset, se quedaron atrás.

En: http://www.cuds.cl/articulos/5dic07heterocuriosas.htm

20.11.07

La mujer es una mercancía como otra cualquiera

06-11-2007

Entrevista con el antropólogo francés Marc Augé
"La mujer es una mercancía como otra cualquiera"
Il Manifesto

Para el antropólogo francés Marc Augé "la prostitución desvela la verdadera faz del utilitarismo capitalista. Y el espectacular incremento del número de prostitutas en los últimos tres lustros, "es hijo de la globalización". Le entrevistó para Il Manifesto Simone Verde.
Marc Augé, antropólogo francés, autor de la fórmula "no ha lugar", que tanto éxito ha tenido a la hora de representar y aclarar algunas dinámicas de la sociedad contemporánea. Preguntado por las formas de explotación que hoy afectan a 500 mil personas en toda Europa –a más de 30.000 en Italia—, lanza su acusación: "El tráfico de esclavos del tercer mundo es el producto de nuestras sociedades. Se alimenta de necesidades consubstanciales con el actual sistema económico en el que todo, también los seres humanos, se reduce ya a mercancía".
¿Por qué, tras años de disminución, en los últimos tres lustros ha crecido de manera exponencial el número de prostitutas?
Se trata de unos de los sesgos negativos de una globalización en la que todo se convierte en objeto de comercio. También la vida humana. Es un fenómeno que se da en ambos sentidos: a través de la importación de esclavas que se venden en las aceras de nuestras calles, pero también, gracias al turismo sexual, en países en los que la pobreza es tan grande, que fuerza a muchas mujeres a poner el propio cuerpo en almoneda. Un fenómeno que se ha desarrollado incluso en concomitancia con la ampliación de las economías nacionales y de los mercados.
Así pues, ¿la prostitución como el negativo de nuestro sistema económico y social?
La prostitución es un fenómeno extremo, y precisamente por eso permite reconocer más fácilmente las estructuras sociales dominantes. En el caso de la Europa de hoy, refleja de manera particularmente explícita y clara la cultura netamente utilitarista y comercial del capitalismo. Un cultura en la que todo, hasta la existencia individual misma, se convierte en instrumento de satisfacción del consumo. Una cultura que teoriza la libre circulación de las mercancías, obligando así a las personas que quieren llegar a Occidente a transformarse en bienes de consumo.
Con todo, las nuestras son sociedades en las que hay una relativa libertad sexual.
Es verdad, pero la ilusión de una transformación antropológica, característica de los Sesenta, era eso, una ilusión. Desaparecida, por ejemplo, la perspectiva de una paridad completa hombre-mujer, determinados modelos ancestrales han reaparecido con todas su raóces intactas. Razón por la cual muchos clientes sostienen que andar con prostitutas les permite hacer con ellas cosas que no pueden hacer con sus mujeres. Con la diferencia de que, hoy, aquellas pulsiones ancestrales asumen características típicas de nuestro tiempo, y se expresan en relaciones troqueladas por el sistema en que vivimos. La cultura consumista, por ejemplo, estimula la prostitución llenando nuestra vida cotidiana con un sinnúmero de imágenes eróticas, a fin de generar nuevas necesidades, nuevas exigencias y nuevas tajadas de mercado.
En un reciente estudio francés aparece una elevadísima tasa de violencia de los clientes sobre las prostitutas.
Se trata de un fenómeno muy complejo, en el que entran en juego los clásicos mecanismos de dominación machista. En el caso específico, el hecho de que estas mujeres no sean prostitutas, sino verdaderas esclavas, personas que no han elegido desarrollar esa actividad, sino a las que se les ha impuesto por la fuerza, las hace todavía más atractivas para un cierto sadismo que se nutre de la imagen del blanco dominante que maltrata a la mujer, ser más débil, y encima, perteneciente a poblaciones consideradas inferiores. Tal es el esquema, alimentado y difundido por los medios de comunicación y por la naturaleza archicomercial del actual capitalismo. Razón por la cual, hoy, las prostitutas no son ya seres humanos, sino objetos de usar y tirar, una vez usados.
¿Cómo analiza usted el fenómeno fuera de los grandes centros habitados, en el campo o en los centros provinciales?
Es una prueba más de un tipo de globalización consistente en someter el territorio a las exigencias del consumo. Un fenómeno que coincide con las desaparición, cada vez más clara, de la distinción entre campo y ciudad. Para darse cuenta de eso, basta viajar: no existen ya oasis o discontinuidades en la explotación del territorio. Las prostitutas-esclavas no son una excepción; están disponibles por doquier.

Marc Augé es un reconocido antropólogo francés.
Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench

Il Manifesto, 3 noviembre 2007

En: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=58582

18.10.07

Fracturas de la heterosexualidad hegemónica

12 de agosto de 2007

Fracturas de la heterosexualidad hegemónica:
Transitando las rutas hacia la diversidad sexual

por Emilia Torres Robles

http://www.opcionbi.com/

Diverso: diferente, distinto, según el Diccionario Larousse. En el conocimiento de sentido común entre la heterosexualidad y la diversidad sexual hay una brecha. Al parecer, un abismo donde las personas heterosexuales están de un lado y la otredad (gays, lesbianas, bisexuales, personas travestis, transgénero y transexuales) se encuentran del otro lado, ajenos, lejanos. ¿Es posible hablar de una heterosexualidad diversa sin remitirnos a las identidades que tradicionalmente se nombran dentro de la llamada diversidad sexual? La respuesta es afirmativa y, de hecho, nos daremos cuenta que hay más heterosexuales diversas y diversos de lo que podríamos en un inicio imaginar. En un primer momento diremos que el término heterosexual surge años después que el de homosexual. Según Katz el término homosexual fue usado por primera vez en 1869, mientras que el de heterosexual está registrado en el Oxford English Dictionary Supplement más tarde, en 1901. Lo más interesante es que el término heterosexual era utilizado, en ese entonces, para designar individuos que tenían inclinaciones por personas de ambos sexos. Sólo más adelante y con el uso común, en el primer cuarto del siglo XX, el término adquirió la connotación que tiene ahora, es decir, la del ideal sexual y erótico de la atracción por la diferencia sexual.
Es así que el término heterosexual, en una primera aproximación, nos remite a la idea de la atracción erótica por las personas del otro sexo. Sin embargo, la heterosexualidad no se reduce a esta definición, sino que se compone de otros elementos que constituyen, lo que llamaremos una heterosexualidad hegemónica.
Michel Foucault, en su Historia de la Sexualidad, plantea los dispositivos de sexualidad que se implementaron a partir del siglo XIX y que comienzan a reconocer la heterogeneidad sexual, pero a partir de la desviación, es decir, a partir de considerarlas como anormalidades o enfermedades. Si se reconocen las desviaciones, ¿cuál es, entonces, el punto de partida para determinarlas?
Precisamente, esta interrogante nos lleva al modelo de heterosexualidad hegemónica instaurada en las sociedades occidentales que se caracteriza por tres componentes principales: la relación hombre-mujer; la monogamia y la energía sexual dirigida hacia fines reproductivos. Veamos de manera más detenida cada uno de estos componentes y las fracturas que colocan a la heterosexualidad en el escenario de la diversidad sexual:
a) Relación hombre-mujer. Esta relación parte de la idea de que lo natural es la atracción erótico-afectiva entre un hombre y una mujer. Sin embargo, la cuestión no solamente queda en la simple interacción entre hombres y mujeres, sino que está implícita una manera determinada de relacionarse. Como ya se ha hablado desde los planteamientos feministas, cada sociedad determina las expectativas respecto al ser mujer y el ser hombre en cuanto a formas de ser, comportarse, actividades, roles, expresión de sentimientos y, por supuesto, las formas en como deben interaccionar hombres y mujeres en una relación. El modelo hegemónico de heterosexualidad dicta estas pautas, las cuales se caracterizan por mantener condiciones desiguales, en desequilibrio de poder y contrapuestas entre hombres y mujeres en varios aspectos. Por ejemplo, de los hombres se esperan actitudes como la iniciativa para establecer una relación con una mujer ya sea afectiva o eróticamente, la “caballerosidad”, el rol de proveedor económico, la toma de decisiones en asuntos de pareja, la protección de la mujer que en ocasiones se llega a puerilizar, la capacidad de establecer relaciones con las mujeres de acuerdo a su “categoría”, la experiencia sexual y la integración de la pareja en sus actividades, por mencionar algunas. En el caso de las mujeres, las expectativas son: comprensión, apoyo emocional y empatía hacia su pareja, una actitud de espera con respecto al establecimiento de relaciones de pareja así como pasividad en la expresión de la sexualidad y la asunción de responsabilidades en el ámbito privado, entre otras.
Así mismo, podemos decir que la heterosexualidad hegemónica tiene como sustento la misoginia, la cual se expresa en diversos actos y omisiones, como violencia de género, así como la homo/lesbo/bi/transfobia. Esta es una práctica bastante común y tiene como base estas visiones dicotómicas de lo masculino y lo femenino, hombre y mujer, dominante y dominado, cultura y naturaleza, que además se insertan en una relación verticalizada de poder.
Hablar de una heterosexualidad diversa en la relación hombre-mujer implica colocarnos en el terreno de la desarticulación de las relaciones de dominación y poder de lo masculino sobre lo femenino. Es decir, las y los heterosexuales diversos buscan establecer relaciones intergéneros sin replicar los roles de hombre y mujer tradicionales; así mismo, tratan de establecer estas relaciones en condiciones más horizontales y equitativas. Además, también implica hablar de la construcción de identidades y/o subjetividades de género diversas, es decir, de femineidades y masculinidades distintas a los modelos estereotipados.
Otra forma de heterosexualidad diversa es la que reconoce que las fronteras entre las diferentes orientaciones sexuales e identidades genéricas son laxas y que si bien, una persona se identifica y se vive como heterosexual, puede reconocer la belleza en personas de su mismo género; sentirse atraída sin que esto implique un deseo erótico, jugar al nivel de las fantasías con diferentes posibilidades e inclusive haber tenido o tener en algún momento y período de su vida, prácticas y vivencias no heterosexuales. Incluso existen algunas personas que se nombran e identifican como heteroflexibles o como algunas/os dicen “heterosexuales con las ventanas abiertas”, haciendo referencia a esta gama de posibilidades que traspasan el abismo que tradicionalmente se ha creado: la heterosexualidad y la otredad que implica todo lo que se concibe como lo diferente.
También habría que plantear si las personas que se relacionan con hombres y mujeres transgénero y transexuales podrían considerarse heterosexuales; es decir, un hombre que se relaciona con una mujer transgénero o transexual ¿podrían considerarse una pareja heterosexual? Desde mi punto de vista, así lo es y de hecho, hay varias mujeres y hombres transgénero y transexuales que se asumen y reconocen como heterosexuales; también aquí hablaríamos de una heterosexualidad diversa y no de una situación de HSH (hombres que tienen sexo con otros hombres), por ejemplo.
En la misma situación se encuentran las personas que se travisten y que se identifican como heterosexuales; es decir, el travestismo no significa un cambio o modificación en la orientación sexual. Existen muchas parejas heterosexuales, donde –por ejemplo- la pareja hombre se traviste, sin que esto implique que la persona en cuestión cambie su orientación sexual.
De igual manera se incluye la construcción de una heterosexualidad no homo/lesbo/bi/transfóbica, es decir, de mujeres y hombres con una postura de aceptación e inclusión de las expresiones de la sexualidad no hegemónicamente heterosexuales.
b) La monogamia. Otro de los componentes de la heterosexualidad hegemónica es la monogamia. En este caso, este aspecto monogámico de la heterosexualidad hegemónica no sólo se refiere al establecimiento de una relación exclusiva entre un hombre y una mujer sino que implica un lugar y una forma de establecer esta relación: en el contexto del matrimonio y que dure para toda la vida o como se dice comúnmente “hasta que la muerte los separe”.
Sin embargo, aunque éste es el mandato social, podemos observar que las desigualdades de género también se denotan en este aspecto, ya que existe una doble moral con respecto al ejercicio de este tipo de monogamia al haber un permiso social, en el caso de los varones, para establecer otras relaciones fuera del matrimonio –siempre y cuando sean “discretas”- a diferencia de las mujeres en donde las relaciones extramaritales son sumamente condenadas.
Por otra parte, la consigna de que la monogamia además debe ser para toda la vida o por lo menos duradera, coloca a todas las otras formas de relación que no cumplan con este criterio como inestables e inmaduras.
Es así que la heterosexualidad diversa, en este rubro, implica diferentes formas de establecer relaciones monogámicas además del contexto del matrimonio; por ejemplo, mujeres y hombres que desean vivir en unión libre o establecen acuerdos de mantener una relación de pareja sin implicar necesariamente vivir juntos; por ejemplo, cada quien tiene su casa y pasan tiempos o momentos en una u otra; mujeres y hombres que establecen diferentes tipos de vínculos afectivos y/o eróticos entre ellos.
Así mismo, se incluyen los diferentes tipos de relaciones no monogámicas en donde existe un mutuo acuerdo de las personas implicadas, como es el caso del poliamor; es decir, personas que reconocen que pueden enamorarse de más de una persona de manera simultánea y establecer relaciones de pareja abiertas y responsables con ellas al mismo tiempo. También aquí caben aquellas mujeres y hombres que no desean tener pareja.
En este rubro también se consideran las y los heterosexuales que conforman familias diversas: los hogares monoparentales, las familias compuestas, las parejas que no desean tener hij@s, etc.
c) La energía sexual con fines reproductivos. Finalmente, el otro componente de la heterosexualidad hegemónica es la canalización de la libido hacia la reproducción. Uno de los sustentos para justificar la existencia o natura de la heterosexualidad es la culminación del vínculo hombre-mujer con la procreación de hijas e hijos. Es por ello que, como lo comenta Foucault, desde el siglo XIX se comienzan a patologizar o anormalizar todas aquellas prácticas que no persiguieran este fin.
Desde este punto de vista, las heterosexualidades diversas incluyen aquellas prácticas sexuales que no persiguen la procreación, que reconocen el placer como parte de la experiencia erótica-afectica y que van desde las mujeres y hombres heterosexuales que deciden no tener hijas e hijos hasta todas las prácticas sexuales que más bien tienen como búsqueda o fin el placer. Así mismo, se consideran las prácticas que desgenitalizan las relaciones sexuales, es decir, que no están centradas solamente en el coito. También se incluirían las prácticas que en un determinado momento se consideraron “parafilias” y que ahora se conocen mejor como expresiones comportamentales de la sexualidad. Éstas pueden ejercerse en diversos grados e incluso algunas se han convertido en nuevas identidades sociales, como es el caso de las personas leather y sadomasoquistas. Es importante mencionar que todas éstas son ejercidas en un marco de mutuo acuerdo –no impuesto- y libres de violencia. También están las y los heterosexuales swinger que, de común acuerdo, deciden llevar a cabo prácticas de intercambio de parejas en el ámbito erótico como una posibilidad más.
Para concluir, la desarticulación de todos o alguno de estos componentes de la heterosexualidad hegemónica, construyendo formas diferentes de relación entre hombres y mujeres, nos coloca a las y los heterosexuales diversos en el escenario de la diversidad sexual.

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