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25.11.08

Si eres el propietario de las semillas, como Monsanto, la alimentación del mundo está en tus manos

23-11-2008

Entrevista con Marie Monique Robien, autora de "El mundo según Monsanto"

"'Si eres el propietario de las semillas, como Monsanto, la alimentación del mundo está en tus manos"

Charo Mora
El Mundo


Acaba de publicarse en España la traducción al castellano de 'El mundo según Monsanto' (Ed. Península), el último trabajo de Marie Monique Robin, periodista independiente de 48 años, con tres hijas que adora y 25 años de trayectoria en el periodismo de investigación a sus espaldas. El libro se centra en la actividad que desempeña la multinacional Monsanto en todo el mundo.
El volumen es el fruto del trabajo de tres años viajando por los cinco continentes, en los que resulta casi imposible no toparse con dos de los elementos que controla la multinacional: las semillas (tiene patentadas el 90% de las existentes) y el Rondup, el insecticida más utilizado del mundo, cuyas consecuencias tóxicas no se conocen.
Posee una extensa carrera como periodista de investigación caracterizada por el compromiso.
¿Siempre tuvo clara esta línea de trabajo?

MARIE MONIQUE ROBIN Escogí esta profesión porque con la información el público conoce y puede tomar decisiones. Por otra parte, hay dos temas que me han preocupado siempre mucho por mi origen familiar, ya que soy hija de campesinos y de una familia cristiana muy comprometida con la cuestión de los derechos humanos. Por ello, he trabajado sobre dos ejes: el de la agricultura, biodiversidad y medio ambiente, y los derechos humanos. El caso de Monsanto cubre los dos temas.

¿Cómo surge la idea de hacer este documental y el libro?

Llegó de manera casual. Hice tres documentales para la cadena francoalemana Arte sobre la biodiversidad, amenazada por las prácticas agroindustriales y su uso de fertilizantes, pesticidas y las plantas de alto rendimiento. Entonces, me topé con el tema de las patentes. Viajaba por todo el mundo y me encontraba siempre con Monsanto, que en aquellos años ya contaba con más de 600 patentes de plantas. En el documental cuento la historia de un granjero americano que se fue a México y conoció unos frijoles amarillos que no había visto nunca, compró un paquete de semillas y los sembró en Colorado. Los patentó en Washington y los campesinos mexicanos, que habían sembrado y cultivado este producto toda su vida, no podían ya hacerlo sin pagar a ese hombre.

Pero ¿se pueden pedir derechos sobre formas de cultivo tradicionales?

Hasta principios de los años 80 no se podían patentar organismos vivos, y la ley de 1951 así lo dice. Pero a finales de esa década un ingeniero que trabajaba para la General Electric manipuló una bacteria que se suponía que servía para descontaminar terrenos y pidió una patente a la oficina de Washington, que se la denegó. Acudió al Tribunal Supremo, que se la concedió bajo la famosa frase 'todo lo que esté bajo el sol y haya sido tocado por la mano del hombre puede ser patentado'. Eso abrió la puerta a la privatización de lo vivo y los OGM (organismos genéticamente manipulados).

¿Las consecuencias?

Si se acepta que se patenten las semillas transgénicas, las consecuencias son dramáticas, pues los agricultores no pueden conservar una parte de la cosecha para sembrarla al año siguiente. Deben comprarlas cada año. Esto significa que los transgénicos en las manos de Monsanto son un medio para apoderarse de la semilla, que es el primer eslabón de la cadena alimenticia. Si eres el propietario de las semillas, eres el propietario de la alimentación del mundo, y esa es la meta de Monsanto.

¿Se trata pues de una neocolonización?

Es más que eso, pues se hace propietaria de la vida en todos sus aspectos, de lo que la gente come, de las medicinas que la curan y de todo lo que hace que el hombre viva, es hacerse propietario de la vida. He conocido casos en EEUU y Canadá, donde muchos agricultores tienen juicios con Monsanto porque sus campos han sido contaminados de transgénicos por polinización, y fueron condenados a pagar a la multinacional.

¿Nos enfrentamos entonces a un sistema que prioriza la protección de la propiedad privada por encima de los derechos humanos?

Monsanto está comprando todas las empresas semilleras del mundo, imponen las transgénicas patentadas y así van colonizando.

¿Qué hace tan peligrosos a los transgénicos?

El 70% está preparado para absorber Rondup, un poderoso insecticida también creado por Monsanto, y nunca hubo estudios para comprobar cuáles eran las consecuencias para la salud de las plantas fumigadas con ese insecticida. Cuando Monsanto se lanza a los transgénicos desde el principio pretende hacer plantas resistentes a él, no a la sequía u otras cosas. Sabía que en 2000 perdía la patente y, como es el pesticida más vendido del mundo, quería seguir haciendo negocio. ¡No se trata de hacer un transgénico para vencer el hambre en el mundo, eso es una mentira!
Lo sé pues he pasado años investigándolo. Esta idea se la da una agencia de comunicación ubicada en Inglaterra, con el objetivo de que cambie la opinión negativa que se tiene en Europa de los transgénicos. Por cierto, es la misma agencia que llevó la imagen de la copa del Mundo de Argentina en el 78, contratada por la junta militar.

¿La lucha del siglo XXI va a ser por los alimentos y el agua?

Sí, por el control privado de los alimentos y el agua.

¿Qué es lo que más le impresionó al investigar para el libro?

Las consecuencias de los cultivos transgénicos a gran escala, como lo que vi en Paraguay, donde se fumiga desde el aire sobre los campos de pequeños campesinos matando sus recursos. En el documental aparece un niño con las piernas completamente quemadas por el pesticida, de caminar en los campos de soja. Los campesinos tienen que dejar sus tierras e irse a la ciudad a vivir de la basura. Este modelo es el del hambre organizado.

Dadas las circunstancias ¿qué podríamos comer a día de hoy?

Tengo previsto hacer otro documental y otro libro sobre el origen medioambiental de la epidemia de cáncer y Parkinson que vamos a ver en los próximos años. El primero se llamará 'El cáncer está en el plato'. Vegetales y frutas tienen residuos de productos químicos tóxicos cuyos efectos no han sido analizados. Es evidente que estamos en el inicio de una epidemia de cáncer, hay expertos que me han dicho que ya se calcula que uno de cada dos europeos va a tener cáncer. Hay que cambiar la manera de comer, es la única solución.

24.11.08

La lucha de clases en Wall Street

La lucha de clases en Wall Street
Por Slavoj Zizek.
Fuente: http://www.lemonde.fr/opinions/article/2008/10/09/lutte-des-classes-a-wall-street-par-slavoj-zizek_1104997_3232.html
Traducción de Ramón Castillo

Lo primero que salta a la vista cuando se observan las reacciones actuales ante el derrumbe económico es que nadie sabe lo que hay que hacer. Esto surge debido al hecho de que la incertidumbre es parte del juego económico; la manera en cómo reaccionará el mercado depende no solamente de la confianza que los principales actores otorguen a las intervenciones gubernamentales, sino también, y es esto aún más importante, dependerá del grado de confianza que ellos estén dispuestos a otorgar a los otros actores implicados; es decir, no se puede tener en cuenta, con certeza, los efectos de sus propias intervenciones. Estamos así obligados a hacer elecciones sin disponer del conocimiento necesario que nos permita elegir claramente, o, como dice John Gray: “Estamos obligados a vivir como si fuésemos libres”.

Pero, puesto que no cesamos de repetir que la confianza y la credibilidad son determinanantes, nos deberíamos de preguntar en qué medida el hecho de que la administración americana esté, justo en medio del pánico, aumentando el riesgo de sus apuestas, no ha agravado el peligro que ella misma intenta conjurar. Es fácil señalar la similitud entre el lenguaje utilizado por el presidente Bush en sus discursos tras los ataques del 11-S y aquel utilizado ante el colapso finaciero: se podría decir que son dos versiones de un mismo discurso.

En ambas ocasiones, Bush alude a una amenaza que se cierne sobre la “American way of life” misma, y por ende, la necesidad de reaccionar, de manera rápida y decisiva, con el fin de hacerle frente. De manera reiterada, hace un llamado para abandonar, provisionalmente, los valores típicos americanos (las garantías concernientes a las libertades individuales, el capitalismo del mercado, etc.) para poder salvar precisamente esos mismo valores. Acaso, ¿es inevitable la paradoja?

La presión dirigida a “hacer cualquier cosa” ante un problema, aparece aquí como una compulsión supersticiosa por hacer algo, lo que sea, cuando observamos un proceso sobre el cual no tenemos ninguna influencia verdadera. Llega también en esas ocasiones en que actuamos para eludir el tener que hablar o pensar sobre aquello que hacemos. Por ejemplo, para responder rápidamente a un problema, el liberar 700 millones de dólares en lugar de preguntarse cómo es que esta situación llegó a este punto.

Recordemos que el pasado 15 de julio, el senador republicano Jim Bunning atacó al presidente de la Reserva Federal de Estado Unidos, Ben Bernanke, afirmando que su propuesta confirmaba que “el socialismo está bello y saludable en América”: “ La FED quiere ser, de ahora en adelante, el regulador del riesgo en el sistema. Pero, la FED es el riesgo en el sistema. Incrementar el poder de la FED vendría a ser como darle a un niño que ha roto nuestra ventana, mientras jugaba beisbol, un bate más grande, pensando que eso resolverá el problema”.

Bunning fue el primero en exponer públicamente las grandes líneas del razonamiento que justifica la oposición del Partido Republicano contra el rescate federal. Dicho argumento amerita que lo miremos más de cerca. Podemos, así pues, remarcar que la resistencia al plan de salvamento fue formulada en términos de “luchas de clases”: la Bolsa, Wall Street, contra la calle, Main Street (1). ¿Por qué deveríamos ayudar a los responsables de la crisis (Wall Street), y dejar que sean los simples prestatarios (en Main Street) los que paguen la mayor parte? Esto último se define como “el riesgo que alguien asume, de manea inmoral, debido a que se sabe protegido por medidas de seguridad, leyes u otras instituciones, contras los prejuicios que su comportamiento podría engendrar”. Dicho de otra manera, si yo estoy asegurado contra los incendios, entonces tomaría menos precauciones contra él (o, llevando esta lógica al extremo, yo mismo metería el fuego al edificio asegurado que me está generando pérdidas). La misma cosa sucede con los grandes bancos. ¿No están protegidos contra las grandres pérdidas, todo para ser capaces de conservar sus ganancias? No nos tomará por sorpresa el saber que Michael Moore ya ha escrito una carta pública en la que califica al plan de rescate como el robo del siglo. Estas inesperadas imbricaciones entre la izquierda y los republicanos conservadores deberían darnos algo sobre qué pensar.

Ambos comparten el desprecio por los grandes especuladores y los CEOs (2) que se hacen de grandes beneficios a costa de decisiones azarosas que, sin embargo, están protegidas de fallos por “paracaidas dorados”. ¿No va esto mismo en relación con el escándalo de Enron en el año 2002, que se ha interpretado como una clase de comentario irónico sobre la idea de sociedad de riesgo? Los miles de trabajadores que perdieron su empleo y sus ahorros fueron expuestos a un riesgo, pero sin tener realmente ninguna otra opción. Aquellos que, por el contrario, tuvieron un real conocimiento de los peligros, y también la posibilidad de intervenir en la situación (los dirigentes), minimizaron los riesgos e hicieron efectivas sus acciones y sus opciones antes del derrumbe. Si es verdad que vivimos en una sociedad de elecciones riesgosas, entonces, algunos (los patrones de Wall Street) hacen las elecciones, mientras que son otros (las personas ordinarias que pagan hipotecas) los que asumen los riesgos…

Entonces, ¿el plan de rescate es realmente una medida “socialista”, el alba del socialismo de Estado en los Estado Unidos? Si ese fuera el caso, es claro que lo es en un sentido muy singular: una medida “socialista” en la que el primer objetivo no es ir en ayuda de los pobres, sino de los ricos, no de aquellos que piden prestado, sino de aquellos que prestan. La ironía suprema reside así en el hecho de que la “socialización” del sistema bancario es aceptable cuando sirve para salvar al capitalismo: el socialismo es nefasto, excepto, claro, cuando permite estabilizar al capitalismo.

¿Y si, al mismo tiempo, un “riesgo moral” estuviera inscrito en la estructura fundamental misma del capitalismo? En otras palabras, el problema es resultado del hecho de que es imposible separar ambos aspectos, en el sistema capitalista, el bienestar en Main Street está subordinado a la prosperidad de Wall Street. Así, entonces los populistas republicanos que se oponen al plan de rescate financiero actuan incorrectamente, motivados por buenas razones, y los partidarios del rescate actuan correctamente movidos por malas razones. Para decirlo en los términos más refinados de la lógica proposicional, su relación no es transitiva, pues aquello que es bueno para Wall Street no lo es necesariamente para Main Street, y Main Street no puede prosperar si a Wall Street le va mal. Y dicha asimetría le otorga, a priori, una ventaja a Wall Street.

Todo eso muestra claramente que no existe algo así como un mercado neutro; en cada situación particular, las coordenadas de la interacción mercantil están siempre reguladas por decisiones políticas. El verdadero dilema no es aquel de saber si el Estado debe o no intervenir, sino bajo qué forma debe de hacerlo. Y en este punto nos confrontamos a la verdadera política: la lucha por definir las coordenadas “apolíticas” de nuestras vidas. Todos los problemas políticos son en un sentido no partidistas, ellos se relacionan más con la pregunta: ¿Cuál es la naturaleza de nuestro país?

Así, es precisamente el debate sobre el plan de rescate lo que constituye un verdadero problema político concerniente a las decisiones a emprender sobre los elementos fundamentales de nuestra vida social y económica, yendo hasta el movilizamiento del fantasma de la lucha de clases (¿Wall Street o los acreedores hipotecarios? ¿Intervención del Estado o no?). No encontraremos niguna posición claramente “objetiva” que nos baste aplicar aquí; debemos tomar partido politicamente.

¿Cuál es la solución? El gran filósofo idealista de origen alemán Emmanuel Kant respondió a la divisa conservadora: “¡No piense, obedezca!”, no con otra como: “¡No obedezca, piense!”, sino con: “¡Obedezca, pero piense!”. Cuando somos sometidos a un chantaje como el del plan de rescate finaciero, debemos vigilar la intención de dicho chantaje, y esforzarnos entonces por resistir a la tentación populista de dar expresión a nuestra cólera y darnos de golpes. En lugar de ceder a una expresión impotente como esa, debemos dominar nuestra molestia para transformarla en la firme resolución de pensar, reflexionar de una manera realmente radical, de preguntarnos sobre el tipo de sociedad, que estamos en camino de dejar, que hace posible chantajes de este género.



Notas.
1. - Main Street es el nombre genérico que reciben las avenidas principales de algunas ciudades pequeñas, villas o pueblos en los Estados Unidos y algunos otros países. (N. del T.)
2. - CEO, iniciales del inglés Chief Executive Officer; el equivalente en español sería Presidente Ejecutivo o Director Ejecutivo de una empresa. (N. del. T.)

Aparecido originalmenente en la edición del 10/10/2008 del diario francés Le Monde.

http://www.lemonde.fr/opinions/article/2008/10/09/lutte-des-classes-a-wall-street-par-slavoj-zizek_1104997_3232.html

Traducción de Ramón Castillo

7.10.08

Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo

6/10/2008
Todo lo que usted quiere saber sobre el origen de esta crisis pero teme no entenderlo
Focus on the Global South

Todos nos hacemos estas preguntas sobre la actual crisis financiera: ¿ya pasó lo peor? ¿Qué causó el colapso del centro neurálgico del capitalismo global? ¿Fue la codicia? ¿Fue el de Wall Street un caso de alguacil alguacilado? ¿Fue falta de regulación? Pero ¿no hay nada más? ¿No hay nada sistémico? ¿Qué tiene que ver la crisis de sobreproducción de mediados de los años 70 con los acontecimientos recientes? ¿Qué pasó, pues? ¿Cómo trató de resolver el capitalismo la crisis de sobreproducción? ¿En qué consistió la reestructuración neoliberal? ¿En qué medida la globalización de los 80 y los 90 fue una respuesta a la crisis de los 70? ¿Por qué la globalización no pudo superar la crisis? ¿Cuáles fueron los problemas de la financiarización como vía de salida a la crisis de sobreproducción de los 70? ¿Por qué la financiarización es tan volátil? ¿Cómo se forman, crecen y estallan las burbujas? ¿Cómo se formó la presente burbuja inmobiliaria? ¿Y cómo creció? ¿Cómo pudieron las hipotecas subprime degenerar en un problema de tales dimensiones? ¿Y cómo es posible que los titanes de Wall Street se desplomaran como un castillo de naipes? ¿Qué pasará ahora?

Todos, en efecto, nos hacemos esas preguntas. Pero pocos pueden tratar de contestarlas con la insólita combinación de elegancia, profundidad, claridad y extremada sencillez del economista y politólogo Walden Bello. Y mucho menos en apenas 4000 palabras.

El derrumbe de Wall Street no se debe solo a la codicia y a la falta de regulación estatal de un sector hiperactivo. Procede también, y sobre todo, de la crisis de sobreproducción que ha venido minando al capitalismo remundializado desde mediados de los 70. Así ve esta crisis de fin de época Walden Bello.

Muchos en Wall Street todavía están digiriendo los acontecimientos epocales de las últimas semanas:

* Entre 1 y 3 billones de dólares de activos financieros evaporados.

* Wall Street, nacionalizado, con la Reserva Federal y el Departamento del Tesoro tomando todas las decisiones estratégicas importantes en el sector financiero, y a todo eso, con un gobierno que, tras el rescate de AIG, pasa a dirigir la mayor compañía aseguradora del mundo.

* El mayor rescate desde la gran depresión, con 700 mil millones de dólares reunidos a la desesperada para salvar al sistema financiero global.

Las explicaciones habituales ya no bastan. Los acontecimientos extraordinarios precisan de explicaciones extraordinarias. Pero antes…

¿Ya pasó lo peor?

No, si algo ha quedado claro con los movimientos contradictorios de estas semanas en que, al tiempo que se permitía la quiebra de Lehman Brothers, se nacionalizaba AIG y se fraguaba la toma de control de Merril Lynch por el Bank of America, es que no hay una estrategia para afrontar la crisis; a lo sumo, respuestas tácticas, como bomberos que se pisan la manguera, abrumados por la magnitud del incendio.

El rescate de 700 mil millones de dólares de las obligaciones hipotecariamente respaldadas en poder de los bancos no es una estrategia, sino, básicamente, un esfuerzo a la desesperada para restaurar la confianza en el sistema, para prevenir la erosión de la fe en los bancos y en otras instituciones financieras y para evitar una afluencia masiva de retirada de fondos de los bancos como la que desencadenó la Gran Depresión de 1929.

¿Qué causó el colapso del centro neurálgico del capitalismo global? ¿Fue la codicia?

La vieja y venerada codicia jugó su parte. A eso se refería Klaus Schwab, el organizador del Foro Económico Mundial, el jamboree de la elite global celebrado anualmente en los Alpes suizos, cuando dijo a su clientela en Davos este año: "Tenemos que pagar por los pecados del pasado".

¿Fue el de Wall Street un caso de alguacil alguacilado?

Desde luego. Los especuladores financieros rizaron el rizo hasta confundirse ellos mismos con la creación de contratos financieros más y más complejos, como los derivados, tratando de ganar dinero a partir de todo tipo de riesgos (incluidos exóticos instrumentos de futuros, como los credits default swaps o contratos de protección de derivados crediticios, que permitían a los inversores apostar, por ejemplo, a que los prestatarios de la propia corporación bancaria ¡no serían capaces de devolver su deuda! Tal es el comercio multibillonario no-regulado que acabó tumbando a AIG.

El 17 de diciembre de 2005, cuando la International Financing Review (IFR) anunció sus premios anuales del año –uno de los programas de premios más prestigioso del sector—, dejó esto dicho:

"Lehman Brothers no sólo mantuvo su presencia global en el mercado, sino que dirigió la penetración en el espacio de preferencia… desarrollando nuevos productos y diseñando transacciones capaces de subvenir a las necesidades de los prestatarios… Lehman Brothers es el más innovador en el espacio de preferencia precisamente por hacer cosas que no pueden verse en ningún otro sitio."

Huelgan comentarios.

¿Fue falta de regulación?

Sí. Todo el mundo reconoce ahora que la capacidad de Wall Street para innovar y excogitar instrumentos financieros más y más sofisticados ha ido mucho más allá de la capacidad regulatoria del Estado, y no porque el Estado no fuera capaz de regular, sino porque la actitud neoliberal, de laissez-faire, imperante impidió al Estado diseñar mecanismos efectivos de regulación.

Pero ¿no hay nada más? ¿No hay nada sistémico?

Bien, Georges Soros, que lo vio venir, dice que lo que estamos pasando es la crisis del sistema financiero, la crisis del "gigantesco sistema circulatorio" de un "sistema capitalista global… que está reventando por las costuras".

Para seguir con la idea del archiespeculador, a lo que estamos asistiendo es a la intensificación de una de las crisis o contradicciones centrales del capitalismo global, cual es la crisis de sobreproducción, también conocida como sobreacumulación o sobrecapacidad.

Se trata de la tendencia del capitalismo a construir una ingente capacidad productiva que termina por rebasar la capacidad de consumo de la población debido a las desigualdades que limitan el poder de compra popular, lo cual termina por erosionar las tasas de beneficio.

Pero, ¿qué tiene que ver la crisis de sobreproducción con los acontecimientos recientes?

Muchísimo. Pero, para entender la conexión, tenemos que retrotraernos a la llamada Época Dorada del capitalismo contemporáneo, al período comprendido entre 1945 y 1975.

Fue un período de rápido crecimiento, tanto en las economías del centro como en las subdesarrolladas, un crecimiento propulsado, en parte, por la masiva reconstrucción de Europa y del Este asiático tras la devastación de la II Guerra Mundial, y en parte, por la nueva configuración socio-económica institucionalizada bajo el nuevo estado keynesiano. Un aspecto clave de esta última fueron los severos controles estatales de la actividad de mercado, el uso agresivo de políticas fiscales y monetarias para minimizar la inflación y la recesión, así como un régimen de salarios relativamente altos para estimular y mantener la demanda.

¿Qué pasó, pues?

Bien, este período de elevado crecimiento terminó a mediados de los 70, cuando las economías del centro se vieron inmersas en la estanflación, es decir, en la coexistencia de un bajo crecimiento con una inflación alta, lo que la teoría económica neoclásica suponía imposible.

Sin embargo, la estanflación no era sino el síntoma de una causa más profunda, a saber: la reconstrucción de Alemania y del Japón, así como el rápido crecimiento de economías en vías de industrialización, como Brasil, Taiwán y Corea del Sur, añadió una enorme capacidad productiva e incrementó la competición global, mientras que la desigualdad social, dentro de cada país, y entre países, limitó globalmente el incremento del poder adquisitivo y de la demanda, resultando así erosionada la tasa de beneficio. La drástica subida del precio del petróleo en los setenta no hizo sino agravar la cosa.

¿Cómo trató de resolver el capitalismo la crisis de sobreproducción?

El capital ensayó tres vías de salida del atolladero de la sobreproducción: la reestructuración neoliberal, la globalización y la financiarización.

¿En qué consistió la reestructuración neoliberal?

La reestructuración neoliberal tomó la forma del reaganismo y del thatcherismo en el Norte y del ajuste estructural en el Sur. El objetivo era la revigorización de la acumulación de capital, lo que se consiguió: 1) removiendo las restricciones estatales al crecimiento, al uso y a los flujos de capital y de riqueza; y 2) redistribuyendo el ingreso de las clases pobres y medias a los ricos, de acuerdo con la teoría de que se motivaría así a los ricos para invertir y alimentar el crecimiento económico.

El problema de esa fórmula era que, al redistribuir el ingreso en favor de los ricos, estrangulaba el ingreso de los pobres y de las clases medias, lo que provocaba la restricción de la demanda, sin necesariamente inducir a los ricos a invertir más en producción.

De hecho, la reestructuración neoliberal, que se generalizó en el Norte y en el Sur a lo largo de los años ochenta y noventa, tuvo unos pobres registros en términos de crecimiento: el crecimiento global promedio fue de un 1,1% en los 90 y de un 1,4 en los 80, mientras que el promedio en los 60 y en los 70, cuando las políticas intervencionistas eran dominantes, fue, respectivamente, de un 3,5% y de un 2,54%. La reestructuración neoliberal no pudo terminar con la estanflación.

¿En qué medida la globalización fue una respuesta a la crisis?

La segunda vía de escape global ensayada por el capital para enfrentarse a la estanflación fue la "acumulación extensiva" o globalización, es decir, la rápida integración de las zonas semicapitalistas, no-capitalistas y precapitalistas a la economía global de mercado. Rosa Luxemburgo, la celebrada economista y revolucionaria alemana, se percató de este mecanismo hace mucho tiempo, viéndolo como un mecanismo necesario para restaurar la tasa de beneficio en las economías metropolitanas. ¿Cómo? Ganando acceso al trabajo barato; ganando mercados, aun si limitados, nuevos; ganando nuevas fuentes de productos agrícolas y de materia primas baratos; y creando nuevas áreas para inversión en infraestructura. La integración se produce a través de la liberalización del comercio, removiendo los obstáculos a la movilidad del capital y aboliendo las fronteras para la inversión exterior.

China, ni que decir tiene, es el caso más destacado de un área no-capitalista integrada en la economía capitalista global en los últimos 25 años.

Para contrarrestar sus declinantes beneficios, un considerable número de corporaciones empresariales situadas entre las primeras 500 del ranquin de la revista Fortune han trasladado una parte significativa de sus operaciones a China, a fin de aprovechar las ventajas del llamado "precio chino" (las ventajas de costes derivadas de un trabajo barato chino aparentemente inagotable). A mediados de la primera década del siglo XXI, entre el 40 y el 50 por ciento de los beneficios de las corporaciones estadounidenses dimanaban de sus operaciones y ventas en el exterior, y señaladamente, en China.

¿Por qué la globalización no pudo superar la crisis?

El problema con esta vía de salida del estancamiento es que exacerba el problema de la sobreproducción, porque añade capacidad productiva. La China de los últimos 25 años ha venido a añadir un volumen tremendo de capacidad manufacturera, lo que ha tenido por efecto deprimir los precios y los beneficios. No por casualidad, los beneficios de las corporaciones estadounidenses dejaron de crecer hacia 1997- De acuerdo con un índice estadístico, las tasas de beneficios de las 500 de Fortune pasó de 7,15 en 1960-69 a 5,30 en 1980-90, a 2,29 en 1990-99 y a 1,32 n 2000-2002.

Dadas las limitadas ganancias obtenidas en punto a contener el impacto depresivo de la sobreproducción, ya a través de la reestructuración neoliberal, ya con la globalización, la tecera vía de salida resultó vital para mantener y elevar la rentabilidad. La tecera vía es la financiarización.

En el mundo ideal de la teoría económica neoclásica, el sistema financiero es el mecanismo, merced al cual los ahorradores, o quienes se hallan en posesión de fondos excedentes, se juntan con los empresarios que tienen necesidad de sus fondos para invertir en producción. En el mundo real del capitalismo tardío, con la inversión en industria y en agricultura arrojando magros beneficios por causa de la sobreproducción, grandes cantidades de fondos excedentes circulan y son invertidas y reinvertidas en el sector financiero. Es decir, el sistema financiero gira sobre sí mismo.

El resultado es que se ensancha el hiato abierto entre una economía financiera hiperactiva y una economía real en estancamiento. Como bien observa un ejecutivo financiero: "ha habido una creciente desconexión entre la economía real y la economía financiera en estos últimos años. La economía real ha crecido, pero nada comparable a la economía financiera… hasta que estalló".
Lo que no nos dice este observador es que la desconexión entre la economía real y la economía financiera no es accidental: que la economía financiera se disparó precisamente para hacer frente al estancamiento dimanante de la sobreproducción de la economía real.

¿Cuáles fueron los problemas de la financiarización como vía de salida?

El problema de invertir en operaciones del sector financiero es que equivale a exprimir valor de valor ya creado. Puede crear beneficios, de acuerdo, pero no crea nuevo valor –sólo la industria, la agricultura, el comercio y los servicios crean valor nuevo—. Puesto que los beneficios no se basan en la creación de valor nuevo o añadido, las operaciones de inversión resultan extremadamente volátiles, y los pecios de las acciones, las obligaciones y otras formas de inversión pueden llegar a divergir radicalmente de su valor real: por ejemplo, las acciones en empresas incipientes de Internet, que se mantuvieron por un tiempo al alza, sostenidas principalmente por valoraciones financieras en espiral, para luego desplomarse. Los beneficios dependen, entonces, del aprovechamiento de las ventajas ofrecidas por movimientos de precios que divergen al alza del valor de las mercancías, para vender oportunamente antes de que la realidad fuerce la "corrección" a la baja para ajustarse a los valores reales. El alza radical de los precios de un activo, mucho más allá de los valores reales, es lo que se llama la formación de una burbuja.

¿Por qué la financiarización es tan volátil?

Con la rentabilidad dependiendo de golpes especulativos, no resulta sorprendente que el sector financiero vaya de burbuja en burbuja, o de una manía especulativa a otra.

Puesto que está sostenido por una manía especulativa, el capitalismo inducido financieramente no ha dejado de batir registros en materia de crisis financieras desde que los mercados de capitales fueron desregulados y liberalizados en los 80.

Antes de la actual debacle de Wall Street, las más explosivas fueron la crisis financiera mexicana de 1994-95, la crisis financiera asiática de 1997-1998, la crisis financiera rusa de 1996, el colapso del mercado de valores de Wall Street de 2001 y el colapso financiero argentino de 2002.

El antiguo secretario del Tesoro con Bill Clinton, un hombre de Wall Street –Rober Rubin—, predijo hace cinco años que "las crisis financieras futuras serán con casi toda seguridad inevitables, y podrían llegar a ser hasta peores."

¿Cómo se forman, crecen y estallan las burbujas?

Sirvámonos, a modo de ejemplo, de la crisis financiera asiática de 1997-98.

* Primero: balanza de pagos y liberalización financiera impuestas por el FMI y el Departamento noteamericano del Tesoro.

* Luego, entrada de fondos extranjeros en busca de rápida y elevada rentabilidad, lo que significa que entraron en el Mercado inmobiliario y en el Mercado de valores.

* Sobreinversión, lo que llevó al desplome de los precios en el Mercado de valores y en el Mercado inmobiliario, lo que, a su vez, condujo al pánico y a la coinsiguiente retirada de fondos: en 1997, en unas pocas semanas 100 mil millones de dólares abandonaron las economías del este asiático.

* Rescate de los especuladores extranjeros por parte del FMI.

* Colapso de la economía real: la recesión se extiende por todo el Este asiático en 1998.

* A pesar de la desestabilización a gran escala, todos los intentos realizados para imponer regulaciones nacionales o globales del sistema financiero fueron rechazadas con razones puramente ideológicas.

Volvamos a la presente burbuja. ¿Cómo se formó?

El actual colapso de Wall Street arraiga en la burbuja tecnológica de fines de los 90, cuando el precio de las acciones de las empresas incipientes en el mundo de Internet se disparó, para luego desplomarse, resultando todo ello en la pérdida de activos por valor de 7 billones de dólares y en la recesión de 2001-2002.

Las laxas políticas monetarias de la Rerserva Federal bajo Alan Greenspan estimularon la burbuja tecnológica, y cuando está colapsó dando paso a la recesión, Greenspan, tratando de prevenir una recesión duradera, rebajó en junio de 2003 los tipos de interés a un nivel sin precedentes en 45 años (al 1%), manteniéndolo en ese nivel durante más de un año. Con eso lo que consiguió fue estimular la formación de otra burbuja: la burbuja inmobiliaria.

En fecha tan temprana como 2002, economistas como Dean Baker, del Center for Economic Policy Research, alertaron sobre la formación de una burbuja inmobiliaria. Sin embargo, en fecha tan tardía como 2005 el entonces presidente del Consejo Económico de asesores de la Presidencia de la nación y actual presidente de la Reserva Federal, Bern Bernanke, atribuía el incremento de los precios de la vivienda en EEUU a "unos fundamentos económicos robustos", y no a la actividad especulativa. ¿A quién puede sorprender que el estallido de la crisis subprime en verano de 2007 pillara a este hombrecito con la guardia totalmente baja?
¿Y cómo creció?

Oigámoslo de boca de uno de los propios jugadores clave en los mercados, de George Soros: "Las instituciones hipotecarias animaron a los hipotecados a refinanciar sus hipotecas aprovechando la revalorización experimentada entretanto por sus casas. Rebajaron sus criterios de préstamo e introdujeron nuevos productos, como hipotecas a interés variable, hipotecas que 'sólo servían intereses' y 'ofertas promocionales' con tipos de interés para partirse de risa. Todo eso animó a especular con la vivienda. Los precios de las casas comenzaron a subir a un ritmo de dos dígitos. Eso sirvió para retroalimentar la especulación, y el alza de los precios inmobiliarios consiguió que los propietarios de casas se sintieran ricos; el resultado fue el boom consumista que ha sostenido a la economía estos últimos años."

Observando las cosas más de cerca, se ve que la crisis hipotecaria no resultó de una oferta superior a la demanda real. La "demanda" estaba, por mucho, fabricada por la manía especulativa de promotores y financieros empeñados en conseguir grandes beneficios a partir de su acceso al dinero foráneo que inundó a los EEUU de la última década. Ingentes volúmenes hipotecarios fueron agresivamente ofrecidos y vendidos a millones de personas que, normalmente, no habrían podido permitírselo ofreciéndoles unos tipos de interés ridículamente bajos, ulteriormente ajustables para sacar más dinero de los propietarios de casas.

¿Pero cómo pudieron las hipotecas subprime degenerar en un problema de tales dimensiones?

Porque los activos pasaron entonces a ser "segurizados": quienes habían generado las hipotecas, procedieron a amalgamarlas con otros activos en complejos productos derivados llamados "obligaciones de deuda colateralizada" (CDO, por sus siglas en inglés), lo cual resultó relativamente fácil dado que trabajaban con diversos tipos de intermediarios que, sabedores del riesgo, se deshacían de esos títulos de valores lo más rápidamente posible, pasándolos a otros bancos e inversores institucionales. Esas instituciones, a su vez, se deshacían del producto, pasándolo a otros bancos y a instituciones financieras foráneas.

Cuando aumentaron los tipos de interés de los préstamos subprime, de las hipotecas variables y de otros préstamos inmobiliarios, el juego tocó a su fin. Hay cerca de 6 millones de hipotecas subprime, el 40% de las cuales entrarán en impago en los próximos dos años, según estimaciones de Soros.

A los que hay que añadir otros 5 millones de impagos en los próximos 7 años, derivados de los tipos hipotecarios variables y de otros "préstamos flexibles". Pero los títulos, cuyo valor se cuenta por billones de dólares, ya se han infiltrado como un virus en el sistema financiero global. El gigantesco sistema circulatorio del capitalismo global ha sido fatalmente infectado.

¿Pero cómo pudieron los titanes de Wall Street desplomarse como un castillo de naipes?

Lo que ocurrió con Lehman Brothers, Merrill Lynch, Fannie Mae, Freddie Mac y Bear Stearns fue, simplemente, que las pérdidas representadas por esos títulos tóxicos rebasaban por mucho sus reservas, lo que condujo a su caída. Y más caerán, probablemente, cuando sus libros de contabilidad, que en los que ahora esos títulos figuran en el Haber, se corrijan para reflejar el actual valor de esos activos.

Y muchos otros les seguirán, a medida que vayan quedando expuestas otras operaciones especulativas, como las centradas en las tarjetas de crédito y en las diferentes variedades de seguros contra riesgos. AIG cayó por causa de su gigantesca exposición en el área no-regulada de los contratos de protección crediticia derivada (credit default swaps), unos derivados financieros que permitían a los inversores apostar dinero a la posibilidad de que las empresas no pudieran devolver los préstamos.

Tales apuestas sobre impagos crediticios representan ahora un mercado de 45 billones de dólares, un mercado, como dicho, que carece de toda regulación. La ciclópea dimensión de los activos que podrían quedar dañados en caso de que AIG colapsara fue lo que movió a Washington a cambiar de idea e intervenir para rescatarlo, luego de haber dejado caer a Lehman Brothers.

¿Qué pasará ahora?

Puede decirse sin avilantez que habrá más bancarrotas y más nacionalizaciones e intervenciones públicas, desempeñando las instituciones y los bancos extranjeros un papel auxiliar del gobierno de los EEUU. Que el colapso de Wall Street irá a más y prolongará la recesión norteamericana. Y que la recesión en EEUU se comunicará a Asia y al resto del mundo, que sufrirá también una recesión, si no algo peor. La razón de esto último es que el principal mercado exterior de China son los EEUU y que China, a su vez, importa materias primas y bienes intermedios –de los que se sirve para sus exportaciones a los EEUU— de Japón, Corea y el Sudeste asiático. La globalización ha hecho imposible el "desacoplamiento". Los EEUU, China y el Este asiático andan ahora como tres prisioneros atados a una misma cadena.

¿Y en suma?

El desplome de Wall Street no sólo se debe a la codicia y a la falta de regulación estatal de un sector hiperactivo. El colapso de Wall Street hunde sus raíces en la crisis de sobreproducción que ha sido la plaga del capitalismo global desde mediados de los 70.

La financiarización de la inversión ha sido una de las vías de escape para salir del estancamiento, siendo las otras dos la reestructuración neoliberal y la globalización. Habiendo resultado de poco alivio la reestructuración neoliberal y la globalización, la financiarización pareció atractiva como mecanismo de restauración de la rentabilidad. Pero lo que ahora ha quedado demostrado es que la financiarización es una senda peligrosa que lleva a la formación de burbujas especulativas, capaces de ofrecer una efímera prosperidad a unos cuantos, pero que terminan en el colapso empresarial y en la recesión de la economía real.

Las cuestiones clave son éstas: ¿Cuán profunda y duradera será esta recesión? ¿Necesitará la economía de los EEUU generar otra burbuja especulativa para salir de esta recesión? Y si tal es el caso, ¿dónde se formará la siguiente burbuja? Algunos dicen que la próxima surgirá en el complejo militar-industrial o en el "capitalismo del desastre" sobre el que escribe Naomi Klein. Pero eso es harina de otro costal.

Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista senior en Focus on the Global South.

Traducción para
www.sinpermiso.info: Ricardo Timón y Mínima Estrellav

13.5.08

¿Quién gana con la crisis alimentaria mundial?

Esther Vivas
Los alimentos se han convertido en una mercancía en manos del mejor postor. Las tierras, las semillas, el agua… son propiedad de multinacionales que ponen un precio exorbitante a unos bienes que hasta hace muy poco eran públicos. Frente a la mercantilización de la vida, debemos de reivindicar el derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria, a controlar su agricultura y su alimentación.

El precio de los alimentos y, en especial, de los cereales básicos ha aumentado espectacularmente en estos últimos meses. Los medios de comunicación nos han mostrado nuevas revueltas del hambre en los países del Sur que nos recuerdan aquellas que se llevaron a cabo a mediados y finales de los ochenta contra los planes de ajuste estructural impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

En países como Haití, Pakistán, Guinea, Marruecos, México, Senegal, Uzbekistán, Bangladesh… la gente ha salido a la calle para decir: “Ya basta”. Pero, ¿qué se esconde detrás de la crisis alimentaria mundial? ¿Todo el mundo pierde? ¿Hay quien sale ganando?

El precio de sesenta productos agrícolas ha aumentado un 37% en el último año en el mercado internacional. Un aumento que ha afectado sobre todo a los cereales con una subida del 70%. Entre éstos, el trigo, la soja, los aceites vegetales y el arroz han alcanzado cifras récord. El precio del trigo, por ejemplo, suma hoy un 130% más que hace un año y el arroz un 100%. Viendo estos datos no es de extrañar las explosiones de violencia en el Sur para conseguir alimentos porque son los cereales básicos, aquellos que alimentan a los más pobres, los que han experimentado una subida sin parangón.

Pero el problema hoy no es la falta de alimentos en el mundo, sino la imposibilidad para acceder a ellos. De hecho, la producción de cereales a nivel mundial se ha triplicado desde los años sesenta, mientras que la población a escala global tan sólo se ha duplicado.

Hay razones varias que explican este aumento espectacular de los precios: desde las sequías y otros fenómenos meteorológicos en países productores como China, Bangladesh y Australia que habrían afectado a las cosechas; el aumento del consumo de carne por parte de pujantes clases medias en América Latina y en Asia, especialmente en China; las importaciones de cereales realizadas por países hasta el momento autosuficientes como India, Vietnam o China, debido a la pérdida de tierras de cultivo; el aumento del precio del petróleo que habría repercutido directa o indirectamente, y hasta las crecientes inversiones especulativas en materias primas.

Es aquí donde creo importante centrarnos en estas dos últimas causas. El aumento del precio del petróleo ha generado el uso de combustibles alternativos como aquellos de origen vegetal. Gobiernos como el de Estados Unidos, la Unión Europea, Brasil y otros han hecho especial énfasis en la producción de agrocombustibles como una alternativa a la escasez de petróleo y al calentamiento global. Pero esta producción de combustible verde entra en competencia directa con la producción de alimentos. Por poner sólo un ejemplo, el año pasado en Estados Unidos el 20% del total de la cosecha de cereales fue utilizada para producir etanol y se calcula que en la próxima década esta cifra llegará al 33%. Imaginémonos esta situación en los países del Sur. La FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, ya ha reconocido que “a corto plazo, es muy probable que la expansión rápida de combustibles verdes, a nivel mundial, tenga efectos importantes en la agricultura de América Latina”.

Otra causa a resaltar es la creciente inversión por parte del capital especulador en materias primas. En la medida en que la burbuja inmobiliaria estalló en los Estados Unidos y se profundizó en la crisis financiera, los especuladores empezaron a invertir en alimentos, empujando al alza sus precios.

Pero esta crisis alimentaria mundial no es coyuntural, sino que responde al impacto de las políticas neoliberales que se vienen aplicando desde hace treinta años a escala global. Liberalización comercial a ultranza a través de las negociaciones en la Organización Mundial del Comercio y en los acuerdo de libre comercio y las políticas de ajuste estructural, el pago de la deuda externa, la privatización de los servicios y bienes públicos son sólo algunas de las medidas que se han venido imponiendo por parte del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en las últimas décadas en los países del Sur.

Unas políticas que han permitido la invasión de estos mercados por productos del agribusiness del Norte altamente subvencionados y que han acabado con la agricultura y la ganadería autóctona; reconvirtiendo y privatizando tierras destinadas hasta el momento al abastecimiento local en tierras de producción de mercancías para la exportación. Unos territorios en manos de la agroindustria, quien ha sacado provecho de una mano de obra barata y de una laxa legislación medioambiental.

Este modelo de agricultura y alimentación no sólo tiene consecuencias en el Sur global, sino también en las comunidades del Norte: acabando, en ambos lados del planeta, con una agricultura familiar y un comercio de proximidad vital para las economías locales; promoviendo una creciente inseguridad alimentaria con una dieta que se abastece de alimentos que recorren miles de kilómetros antes de llegar a nuestra mesa, y fomentando una agricultura y ganadería intensiva, desnaturalizada, drogodependiente (por el alto uso de pesticidas) y donde el beneficio económico se antepone a los derechos sociales y medioambientales.

La crisis alimentaria global beneficia a las multinacionales que monopolizan cada uno de los eslabones de la cadena de producción, transformación y distribución de los alimentos. No en vano los beneficios económicos de las principales multinacionales de las semillas, de los fertilizantes, de la comercialización y transformación de comida y de las cadenas de la distribución al detalle no han parado de aumentar.

Los alimentos se han convertido en una mercancía en manos del mejor postor. Las tierras, las semillas, el agua… son propiedad de multinacionales que ponen un precio exorbitante a unos bienes que hasta hace muy poco eran públicos. Frente a la mercantilización de la vida, debemos de reivindicar el derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria, a controlar su agricultura y su alimentación. No se puede especular con aquello que nos alimenta.

En: http://www.choike.org/nuevo/informes/6334.html