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15.9.09

DE VIRGINIDADES Y OTROS INVENTOS

DE VIRGINIDADES Y OTROS INVENTOS

Lic. Ruben Campero

“...y cuando apoyes tu cabeza en la almohada despertarás siendo mujer mañana” (Quince Primaveras – Trío San Javier)

Hablar de virginidad en la actualidad parece a primera vista una cuestión anacrónica. La gente joven parece no otorgarle el mismo valor que hace unos años, al hecho de haber o no tenido relaciones sexuales.

Los discursos actuales nos plantean una liberación de tabúes y prejuicios, la edad de iniciación sexual media ha descendido, se habla abiertamente de las sexualidades, y hasta para algunos sectores la virginidad en mujeres parece ser un hecho vergonzante.

Pero ¿realmente han cambiado los discursos sobre las sexualidades, y particularmente sobre la virginidad, o simplemente se han camuflado?. ¿Podemos decir que hoy tiene exactamente el mismo valor la iniciación sexual de un chico y una chica? ¿Realmente ha quedado atrás el orden social por medio del cual se veía como natural “apurar” la iniciación en el varón y “retrasarla” en la mujer?

¿QUÉ ES UNA “VIRGEN”?

Cuando decimos que alguien es “virgen” en general pensamos en una persona que no ha tenido relaciones sexuales, y rápidamente la asociamos con una mujer. De hecho si le aplicamos el calificativo de “virgen” a un varón, la respuesta emocional inmediata es de desvalorización de ese varón en términos de infantilización o timidez. No es casual que hasta hace poco la sociedad toda alentara el abuso sexual de niños-púberes, al obligarlos precozmente a “debutar” en un “quilombo”.

Pero ¿cuándo una persona tiene “relaciones sexuales” por primera vez?.¿Qué hecho, gesto, marca o acto le da sentido de “iniciación sexual” a esa actividad erótica?. Mucha gente joven que ha besado y tocado los genitales de otra persona, dice no haber tenido “relaciones sexuales” aún por el solo hecho de no practicar la penetración vaginal.

Ahora bien, ¿acaso no hay actividad sexual en la infancia cuando se tienen “juegos” sexuales entre niñ*s?, ¿porqué no es esa la primera vez?. ¿Porqué socialmente solo tiene valor de “relación sexual” la actividad genital penetrativa del pene en la vagina, cuando los cuerpos están maduros para la función reproductiva? Y aún así ¿por qué no considerar como primera vez la actividad masturbatoria que se tiene en la pubertad (aunque no olvidemos que ya existe en la infancia)?. Y más aún ¿acaso no dejarían de ser “vírgenes” dos mujeres adolescentes que tienen su primer contacto físico entre ellas?

Como vemos lo que se sigue valorando como “relación sexual” gira en torno a la actividad entre dos personas de distinto sexo con capacidad reproductiva, y a la obligatoriedad de la presencia del pene y del coito vaginal.

Y en este contexto ideológico de construcción de una y solo una sexualidad (la hegemónica), aparece el valor de la “virginidad”.

“Virginidad” destinada específicamente a las mujeres, y sobre cuyos cuerpos el sistema patriarcal quiere naturalizar los mandatos encorsetantes, al hecernos creer que dicha “virginidad” depende de la integridad del himen.

Pero, ¿qué pasa con las mujeres que nacen sin himen, o se les haciendo deportes, o no sienten dolor ni experimentan sangrado en la primera penetración? ¿Acaso no son “vírgenes”?

Entonces ¿de qué depende la “virginidad”? y ¿porqué la llamamos con esa palabra?

Dentro del orden simbólico construido en occidente en base a la tradición judeo-cristiana, la palabra “virginidad” se asocia a castidad, pureza, ingenuidad, inocencia, características que culturalmente corresponden al registro de lo femenino. ¿Y no es acaso que percibimos a un ser puro, ingenuo e inocente como infantil?. Si nos atenemos a la diferencia de poder aceptada en nuestra cultura para el binomio adultez-infancia, un ser ingenuo e inocente (o sea infantil) ¿no es fácilmente controlable, pedagogizable y dominable?

Resulta interesante en este momento recordar que las religiones greco-latinas antiguas nos presentaban otras imágenes de la “virginidad”. Solo basta con ver a la cazadora Diana o a la guerrera Atenea, cuya virginidad les daba libertad, independencia, autodeterminación y poder, al no estar bajo la dominación de un varón. ¿Por qué será entonces que nuestra tradición cultural no concibe la “virginidad” en estos términos? ¿Qué intencionalidad política se evidencia al darle valor a una mujer por su “virginidad”, en tanto “no tocada” (marcada) por un hombre, en tanto pura, inocente, infantil, ingenua… ignorante… dominable?

EL HIMEN COMO INSTRUMENTO DE CONTROL

Si bien la presencia o ausencia de un himen no se signo de “virginidad”, dicha membrana porta aún de un destacado valor simbólico para significar los cuerpos y prácticas sexuales de las mujeres.

Las narrativas sobre el dolor y el sangrado en la primera penetración vaginal, tienen la función social de mitificar este acto para constituirlo en ritual, y así darle valor y función instituyente de adultez a la primera vez que el pene de un varón “marca” el cuerpo de una mujer con el consagrado acto heterosexual reproductivo.

No son pocas las chicas que creen que después de la primera penetración se les agrandan las caderas o se les nota en el cuerpo.

¿Es que acaso el pene posee un poder mágico tal que transforma el cuerpo de las mujeres? Recordemos las telenovelas antiguas (y no tanto) cuando la actriz decía “me hizo mujer” o “me hizo suya”, refiriéndose a la relación sexual con el galán. Según estas expresiones ¿qué debemos pensar?, ¿que la mujer no nace mujer sino que se constituye en tal cuando heterosexualmente un pene la penetra? ¿Cuándo se es mujer entonces?, y ¿qué es en definitiva una mujer y quién la define?

Y aunque ya no se use la expresión “me hizo suya”, ¿acaso el valor de una mujer pura, inocente, ingenua (virgen), no está dado por ser un cuerpo vacante para ser reclamado como propio por el primer conquistador-penetrador?

Y como el conquistador de esa tierra “pura” y “salvaje” (que se resiste en su “naturaleza”), debe justificar su gallardía para clavar su bandera en la tierra conquistada para su evangelización, el ritual construido en torno a la primera penetración justifica la fuerza, insistencia y violencia masculina que el varón debe ejercer para penetrar en esa vagina (que “naturalmente” se resiste por la presencia del himen), en esa propiedad aún no confiscada por el deflorador. Deflorador que luego deberá colocarle a “su” mujer el “cinturón de castidad” simbólico para cuidar “su” propiedad de otros posibles conquistadores.

Lamentablemente estas construcciones sociales sobre los cuerpos de las mujeres, y gran parte de su significación puesta sobre la idea de “virginidad”, ha determinado que ellas sean consideradas cuerpos-mercancías que circulan en el mercado erótico. La publicidad, la pornografía y la prostitución, entre otras expresiones culturales, dan cuenta de ello. Cabe mencionar que actualmente dentro del tráfico sexual de personas, se “cotizan” más los cuerpos vírgenes, ya que se los percibe como cuerpos “sin uso” y supuestamente libres de infecciones.

REHABITANDO LOS CUERPOS

Como podemos ver el valor de la “virginidad” ha sido inventado y construido socialmente (como muchos otros inventos sobre lo que llamamos “mujer”) para plantear como natural la dominación de las mujeres a través de sus cuerpos.

Al ser el coito vaginal la práctica sexo-política por medio de la cual supuestamente se accede a la “madurez” sexual, se garantiza la primacía del pene como “el” órgano primordial que marca con un sello de propiedad los cuerpos de las mujeres, al grado de insinuar que ellas se constituyen en tales por medio del acto heterosexual, ya que con anterioridad a ese acto se las percibía como seres ingenuos, inocentes, infantiles, que nada sabían de la vida... es decir “vírgenes”.

Frente a este orden simbólico androcéntrico, patriarcal, heterocentrado y reproductivo (que nos dice que es una relación sexual, cual es “el” órgano “válido” y qué es una “mujer”), se nos presenta el desafío de cuestionarnos si los valores de antaño realmente han cambiado o simplemente se han disfrazado con los colores de moda.

Frente a este orden simbólico que sigue guionando los roles de género y territorializando políticamente los cuerpos, parece que tendríamos que desechar o resignificar concepciones y prácticas tales como “virginidad”, “relación sexual” y “coito”, para intentar rehabitar los cuerpos y el erotismo con aires renovados, y lograr que las subjetividades humanas puedan desplegar todas sus diversas y legítimas posibilidades de existencia.

Lic. Ruben Campero
Psicólogo – Sexólogo
rucabal@adinet.com.uy

Artículo publicado en Revista “Factor S”. Montevideo, Diciembre 2006.

Fuente: http://www.generoydiversidad.org/articulos/verarticulos.php?id=10

18.12.07

PINGUINAS HETEROCURIOSAS

Prácticas lésbicas en colegios de niñas:

PINGÜINAS HETEROCURIOSAS

Para los especialistas, el concepto de "heterocuriosidad" no existe. El término, relativamente nuevo y sin sustento científico, es acuñado entre las adolescentes para referirse a aquellas pares que, si bien no se identifican con una identidad lésbica, en ocasiones tienen “caídas” amoroso-sexuales con personas del mismo sexo. Prácticas que van desde un sencillo beso hasta una relación de pareja. Colegios de monjas y Liceos municipales emblemáticos de niñas se encargan de prohibir diariamente el despertar lésbico de sus alumnas.
Por Patricia Díaz y Romina Reyes – Colaboradoras Disidencia Sexual

Con o sin respaldo del Colegio Médico, la “heterocuriosidad” es una tendencia que crece entre los jóvenes de edad escolar, y bastante. Es sólo cuestión de dar una vuelta por el Parque Forestal en la tarde de un día viernes, o visitar espacios bailables alternativos como el Galpón Víctor Jara o la disco Blondie para descubrir a cientos de adolescentes quienes libremente tiran y se abrazan con parejas de su mismo sexo, sin mucho compromiso, al son de su propia banda sonora.
Los adolescentes parecen tener claro que esta “heterocuriosidad” poco tiene que ver con identidades plenamente definidas; tal como lo dice el término, es sólo curiosidad: curiosidad de saber cómo es, qué se siente, a qué sabe. "Yo no creo que deje de ser hetero porque me hayan gustado minas, y no me cierro a la posibilidad de que me sigan gustando", declara Valentina, alumna de cuarto año medio del Colegio Carmela Carvajal de Prat. Esa curiosidad que nace de una generación que viene con menos tabúes que sus predecesoras, al alero de una cultura de masas cada más desinhibida, que fomenta una rebeldía contra un sistema rígido en lo sexual (sistema heteronormativo).
La experimentación con lo homosexual se da tanto en hombres como mujeres, sin embargo, estas últimas parecen ser más aceptadas al interior de una sociedad machista, que lejos de restarle feminidad a una mujer de la mano con otra, dota la imagen de un erotismo de fantasía. Esta búsqueda de lo sexual nace en el lugar donde se da el mayor roce entre sexos –iguales o diferentes- en la vida pre-adulta: los establecimientos educacionales. Así es como muchas niñas encuentran en sus compañeros de curso un pololo; otras, se atreven a cambiar de vocal.
Colegios de mujeres: caldo de cultivo.
Los ambientes que reúnen a muchas niñas por largas horas al día parecen ser los lugares ideales para cultivar la curiosidad sobre lo homosexual. Las alumnas de colegios femeninos emblemáticos, tales como el Carmela Carvajal, ubicado en la comuna de Providencia, o el Liceo 1, en Santiago Centro, saben de esto. Ambos liceos hoy, además de cargar con alumnado de excelencia y puntajes nacionales, también soportan el rumor que hace que las apunten con el dedo: hay lesbianas al interior de sus aulas.
Pero las estudiantes no se espantan. Conviven con el tema día a día, y ya lo consideran algo normal, a pesar de que la política interna de los colegios suele oponerse determinadamente a cualquier “manifestación o prurito sexual”, tal como lo estipula el reglamento interno del Carmela Carvajal desde 2005. “En biología electivo… se habla del matrimonio, y es una cosa hetero. Si una tira comentarios respecto al tema (de la homosexualidad), es siempre no, es anti natura, no es normal. Esto es malo”, dice Camila, alumna de cuarto año medio.
Situación similar ocurre en el Liceo 1. Su reglamento interno también reprime, especificando la prohibición de manifestaciones de orden homosexual. Sin embargo, para las alumnas, se da una situación contradictoria: “en el reglamento ponen que se acepta la pluralidad y todo eso, siempre y cuando no se haga al interior del colegio. O sea, en el fondo, igual no lo aceptan”, afirma Carla, de 17 años.
Al final, no es que los colegios nieguen la situación que ocurre al interior de sus salas de clases, simplemente prefieren omitirla. El Liceo 1 pone muchas dificultades para tratar de conversar de cualquier tema que respecte a sus políticas, mientras que el Colegio Carmela Carvajal no está abierto al debate sobre el tema “por orden de Dirección”, como dijo su orientadora, al negarse a responder esta entrevista.
La omisión del tema por parte del colegio no impide que éste se trate tanto dentro como fuera de sus salas de clases. De las niñas encuestadas en ambos colegios, el 80% afirma haber tenido experiencias homosexuales, pero ninguna se declara lesbiana. Al nombrar esa palabra, todas entornan los ojos, como si no pudieran con ese peso, con la seriedad que implica adherirse al apelativo identitario. Sin embargo, la cosa es más sencilla cuando se habla de bisexualidad.
“Yo creo que… es que yo he escuchado que la bisexualidad no existe. O eres negro o eres blanco, ¿cachai? No puedes ser del medio. Pero si existe de verdad, yo digo que soy bisexual, porque no puedo decir ‘ay, soy heterocuriosa’ si tuve una relación de tres años con una mina. Que mi mamá supo y todo. Porque hay minas que son heterocuriosas. Que en el fondo, están experimentando. Que quieren probar.” Camila, 18 años, Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia
Así, el desenvolverse en un ambiente donde la homosexualidad es todo menos algo tabú funciona como el mejor enganche para que muchas niñas, en especial aquellas que están apenas integrándose a comunidades educativas tan amplias como éstas, comiencen no sólo a aceptar el tema de la homosexualidad, sino a tener roces directos con ésta, ya sea a través de sus experiencias personales o las de sus pares. Dicha aceptación estaría dada por una maduración natural de cada niña, además de la propia concepción que cada familia posea del tema al interior de su hogar.
“Te acostumbras a verlo, entonces se vuelve algo normal… deja de ser tabú y comienza a ser un tema que tocas”. Paloma, 17 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia.
“Yo creo que se hace normal por el liceo… por estar siempre con niñas así”. María José, 16 años. Liceo 1. Santiago Centro.
“Yo creo que depende mucho de la madurez de la persona y de cuánto influyan los padres, porque lamentablemente, los papás tienen otra concepción de esto, porque quizá no lo vivieron. Una que lo vive y tiene que compartir con ‘esto’, lo acepta y ya de alguna forma, la mente se abre un poco más. Pero yo creo que para una niña que su papá le dice ‘esto es malo, esto es malo’ y llega a la sala y lo ve, va a pensar que es malo, y va a quedar la cagá. Ya cuando una está más grande puede entender más. La edad influye y la influencia de tus papás”. Rosita, 18 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia.
Las alumnas tienen claro que de estos “experimentos” sólo algunas resultan ser verdaderamente lesbianas. Saben que muchas de sus compañeras caen en la moda, en lo que todas hacen, o en lo que sirve para encajar. Porque a diferencia de lo que se podría pensar, o las ideas que reinaban en otra época, la “heterocuriosidad” existe, y para estas jóvenes parece de lo más normal.
Al final, el despertar sexual propio de la adolescencia se extiende hasta los límites de la heterosexualidad, y pasa también para el otro lado. La curiosidad puede ser tan sólo una etapa o un momento determinante para el resto de la vida de las niñas que viven dichas experiencias, sea por la razón que sea. Depende de cada quién.
“Como la sexualidad es un mundo tan amplio, que por descubrirlo quizá por moda, empiezas a probarlo, comienzas a confundirte, y te queda gustando. Pero yo creo que la moda y el medio influyen mucho.” Rosita, 18 años. Colegio Carmela Carvajal de Prat. Providencia.
La cara B: cuando las monjas te miran
Pareciera que hoy el viejo prejuicio que rondaba a los colegios femeninos se concretara de manera bastante notable. Amigas que se besan en los pasillos, compañeras-pololas que comparten bancos… es la tónica que caracteriza a muchos colegios de mujeres en la capital. Pero no todos son tan así.
Sólo basta mirar en establecimientos educacionales de comunas más acomodadas, la mayoría de financiamiento particular y con tendencias religiosas católicas, para notar diferencias en las opiniones, percepciones y experiencias de las jóvenes. Aquí el tema de la homosexualidad parece tocarse muy a lo lejos, y la mayoría de las niñas sostiene que prácticamente nunca ha sabido de alguna compañera que se diga lesbiana. Si bien, reconocen que la curiosidad de probar cosas nuevas opera indistintamente de los sectores sociales, aseguran que las enseñanzas y estructuras de cada colegio actúan como límites de muchas cosas.
“En los colegios católicos siempre te enseñan eso de ‘el papá y la mamá’, y nunca te enseñan que hay otra posibilidad. Cuando uno es más grande al final descubre que hay otras cosas, pero ya estás acostumbrada a esa forma de ver la vida, que tú te casas y tienes marido bonito con hijos bonitos”. Rocío. 15 años. Colegio Sagrados Corazones, Providencia.
“Nuestro colegio es súper clasista, racista, hace las diferencias ene. Yo creo… es que también hay tema social en eso. Todo va en el modelo de mujer que está en el colegio, la mujer que se va a casar, que va a tener hijos lindos, yo creo que también es por una cosa así… hay niñas que no quieren ni estudiar, que se quieren casar con un mino con plata… es otra concepción de la mujer”. Teresa. 15 años. Colegio La Maisonnette, Vitacura.
Además, las posturas religiosas de este tipo de colegios censuran, y muchas veces sancionan, actitudes que posean algún tipo de carácter homosexual, limitando aún más la opción de las alumnas de conocer, acceder e incluso comentar el tema.
“Las actitudes acá en el colegio son demasiado… a mí me pasó una vez que le di un beso a una amiga en la nariz y me mandaron a inspectoría. Llamaron a mi papá y le dijeron que yo tenía comportamientos lésbicos y que yo era rara. Mi papá me pregunto qué onda y fue como ‘papá, en verdad no’. Si fue un beso en la nariz no más, como de cariño de amigas… no sé, fue muy exagerado”. Rocío. 15 años. Colegio Sagrados Corazones, Providencia.
Por lo mismo, las alumnas reconocen que los colegios deben comenzar a cambiar sus perspectivas con respecto al tema de la homosexualidad, en especial debido al carácter que éste ha adquirido socialmente, alejándose cada vez más de tabú y convirtiéndose en una realidad común y corriente.
Dime con quién andas…
A pesar de la influencia que pueden ejercer los programas educativos y formativos de ciertos colegios en las conductas personales de sus alumnas, podría decirse que el ambiente social donde éstas se desenvuelven, ya sea fuera o dentro del mismo establecimiento, siempre tiene la última palabra. Aún cuando los profesores intenten fomentar un punto de vista con respecto a algún tema, en este caso la sexualidad, no hay mejor límite de conductas como las que pone el propio ambiente social en que las niñas se desenvuelven.
En los colegios de monjas el “qué dirán” funciona como la fórmula intimidante por excelencia, inhibiendo cualquier conducta que no responda a lo común, a lo que todo el resto haría. Cualquier actitud que resulte diferente es un signo potencial de discriminación y el denominarse lesbiana o bisexual califica perfectamente, tanto para a la aludida como para su círculo cercano.
“Yo no sé si aquí hay niñas lesbianas o no… yo creo que no se dice, porque igual está estigmatizado… que si una niña es lesbiana la miran feo; quizás no es su entorno de amigas, pero si el resto. Por ejemplo, si fuese una niña de primero nosotras la miraríamos feo. Quizás en su curso no, porque la quieren… pero mientras no sea una persona del grupo, igual se la rechaza”. Valentina. 16 años. Colegio Sagrados Corazones, Providencia.
“Aquí todo se sabe, como colegio de puras mujeres, colegio chico… si tú carreteaste el fin de semana y te agarraste a un gallo, el lunes todo el mundo lo sabe. Si una niña lo dijera a todo le mundo le llegaría rumores, la apuntarían con el dedo”. Daniela. 16 años. Colegio La Maisonnette, Vitacura.
Cuando deja de ser un juego
Fuera de los límites del colegio, comienza el mundo real. Aquel mundo en el que la homosexualidad ocupa un lugar relegado dentro de la sociedad, donde se perfila realmente como esa minoría que se muestra de vez en cuando, y con precauciones. Para algunas, la curiosidad llega hasta la puerta del colegio. Para otras, termina la curiosidad y empieza lo real.
Valentina y Daniela egresaron el año 2006 de un colegio municipal. En noviembre, cumplieron un año de pololeo. Para ellas, el lesbianismo dejó de ser un sabor nuevo de helado para probar: hoy es la identidad con la que salen a la calle.
Reconocen que el colegio era una especie de burbuja donde el lesbianismo no era mirado con malos ojos. “Tenemos claro que la homosexualidad es una minoría, y en nuestro colegio era mayoría. Era extraño, y claramente no todas eran realmente lesbianas… Muchas de ellas eran por moda, y otras porque en ese minuto lo sintieron y después: filo, fue no más”, dice Valentina. Para ella, todo comenzó como un juego en octavo básico. “Yo, por lo menos, la otra niña también. Después empecé a sentir cosas, por niñas. Y de ahí vinieron los pololeos y esas cosas”.
Para Daniela y Valentina la experimentación fue fundamental para descubrir su verdadera identidad sexual. Ello, junto con el ambiente de tolerancia que las rodeaba en el liceo –al menos, por parte de sus pares- las ayudó a asumirse sin auto recriminaciones y a tomar el proceso de forma natural. “Yo creo que es lo mismo que les pasa a las niñas heterosexuales cuando están en la etapa en que cada fiesta se agarran a diferentes tipos. Es como lo mismo. Es también por definirse, por probar, conocer. Lo mismo que hace esa niña con hombres, nosotras lo hicimos con mujeres. Y como en el colegio era algo tan normal, era cosa de hacerlo y ya. No había nada que te reprimiera.”
Sin embargo, afuera la cosa es distinta. Daniela nos cuenta su experiencia al entrar a la universidad: “En la U es complicado. Al principio siempre sale el tema, y tú escuchas la opinión de tus compañeros y te vas haciendo una idea. Mis compañeros hombres hablan el tema de la homosexualidad, de los gays, y hablan pestes: los suben y los bajan. Pero no se refieren al tema de las mujeres. Y mis compañeras como que no tienen ninguna inclinación hacia ninguna de las opiniones. Pero al principio en la U me costó mucho. Tú ves que en la U en general como que no se toca el tema”.
Al final, cada colegio actúa como una burbuja que busca proteger a sus alumnos de alguna realidad que resulte lacerante. En algunos, el roce constante de niñas con las mismas inquietudes en torno a la homosexualidad ayuda a que el proceso sea tomado de manera más natural, quitándole el descalificativo “aberrante” a la situación. Y si bien, no son todas las que experimentan, sí se da una aceptación, que de no ser tal, podría actuar como agente represor de la propia identidad de muchas niñas que ven en la homosexualidad su verdadero “yo”.
Colegio de mujeres no es sinónimo de lesbianismo. En los colegios mixtos la situación también se da, sólo que en menor medida, ya que el tema no sólo depende del ambiente, sino de los valores, las familias, y el medio social donde las jóvenes se desenvuelvan.
De haber estado en otro colegio, ¿Habrían sido las mismas? Ni Daniela ni Valentina lo saben con seguridad. Sin embargo, hoy el proceso que las llevó al lesbianismo poco importa frente a los hechos. El jumper, la corbata, la curiosidad y el clóset, se quedaron atrás.

En: http://www.cuds.cl/articulos/5dic07heterocuriosas.htm