Mostrando las entradas con la etiqueta soberania alimentaria. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta soberania alimentaria. Mostrar todas las entradas

15.7.09

Representantes del mundo indígena y campesino manifiestan su rechazo a proyecto que regula obtenciones vegetales

De como el Estado chileno le regala los alimentos del país a las grandes empresas (da lo mismo de donde sean…)


Representantes del mundo indígena y campesino manifiestan su rechazo a proyecto que regula obtenciones vegetales

Publicado el 15 de julio del 2009

El proyecto, que avanza hacia la protección de las nuevas especies vegetales producidas en el país a través de la biotecnología, recibió numerosas críticas de parte de Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas y la Asociación de Productores Orgánicos de Chiloé, quienes dijeron que la iniciativa pone en riesgo el patrimonio genético de nuestro país.

La iniciativa (boletín 6355) además busca atraer inversión extranjera, aumentar las exportaciones y expandir el sector agroalimentario. Su finalidad es la generación de un marco adecuado que estimule e incentive la producción de nuevos conocimientos y especies que constituyen la base para mantener y expandir la competitividad del sector agroalimentario.

Luis Olivares, de la Fundación “Con Todo” y la Asociación de Productores Orgánicos de Chiloé, manifestó su preocupación por la tramitación del proyecto “porque en el fondo estamos hablando de la soberanía alimentaria del país. La preocupación que tenemos es porque esta ley fundamentalmente defiende los derechos de las grandes empresas y corporaciones, que son las que tienen posibilidades de patentar estos recursos genéticos”.

Además, añadió que las grandes empresas actúan yendo a las comunidades campesinas e indígenas, y a partir de dos o más de estas variedades, crean una nueva variedad que es la que patentan “en circunstancias que las mismas comunidades campesinas indígenas son las que han protegido y mejorado estos recursos genéticos locales”, teniendo los agricultores posteriormente que pagar por su uso.

Francisca Rodríguez, de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI), también se mostró preocupada por el asunto debido a que “este proyecto es un atentado precisamente a esa agricultura campesina, y obedece a las necesidades que tienen principalmente los acuerdos comerciales, por eso venimos a plantear un problema de existencia del mundo campesino rural, que tiene que ver necesariamente con el derecho sagrado de la alimentación de nuestros pueblos”.

La representante del mundo campesino e indígena dijo que es importante que la gente entienda que la riqueza genética no sólo es baluarte del mundo campesino sino de todo el país. “Se nos va de las manos la producción originaria de nuestro país, más de 700 especies vegetales como el Boldo, el Quillay o el Avellano, ya han sido patentadas y eso es un hurto institucionalizado de nuestro material genético”, añadió.

Debido a la preocupación expresada por los invitados, el diputado radical y presidente de la Comisión, José Pérez, dijo que la instancia acordó quitar la suma urgencia al proyecto con la finalidad de discutirlo más a fondo. “Vamos a seguir analizando este tipo de planteamientos que se nos están haciendo y lo vamos a conversar con el Ministerio a objeto de que le demos tiempo al tiempo y que hagamos un proyecto mejor pensado”, agregó el parlamentario.
Por su parte, la diputada independiente, Alejandra Sepúlveda, dijo además que la Comisión también planteó la disposición de legislar a través de un nuevo proyecto de ley sobre el fortalecimiento y la protección del patrimonio ancestral, “a la vez que se continúa escuchando a la gente que trabaja permanentemente en este tema, como los pequeños agricultores que están trabajando con agricultura orgánica”.
Francisca Rodríguez, de la Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas (ANAMURI), también se mostró preocupada por el asunto debido a que “este proyecto es un atentado precisamente a esa agricultura campesina, y obedece a las necesidades que tienen principalmente los acuerdos comerciales, por eso venimos a plantear un problema de existencia del mundo campesino rural, que tiene que ver necesariamente con el derecho sagrado de la alimentación de nuestros pueblos”.
La representante del mundo campesino e indígena dijo que es importante que la gente entienda que la riqueza genética no sólo es baluarte del mundo campesino sino de todo el país. “Se nos va de las manos la producción originaria de nuestro país, más de 700 especies vegetales como el Boldo, el Quillay o el Avellano, ya han sido patentadas y eso es un hurto institucionalizado de nuestro material genético”, añadió.
Debido a la preocupación expresada por los invitados, el diputado radical y presidente de la Comisión, José Pérez, dijo que la instancia acordó quitar la suma urgencia al proyecto con la finalidad de discutirlo más a fondo. “Vamos a seguir analizando este tipo de planteamientos que se nos están haciendo y lo vamos a conversar con el Ministerio a objeto de que le demos tiempo al tiempo y que hagamos un proyecto mejor pensado”, agregó el parlamentario.Por su parte, la diputada independiente, Alejandra Sepúlveda, dijo además que la Comisión también planteó la disposición de legislar a través de un nuevo proyecto de ley sobre el fortalecimiento y la protección del patrimonio ancestral, “a la vez que se continúa escuchando a la gente que trabaja permanentemente en este tema, como los pequeños agricultores que están trabajando con agricultura orgánica”.

25.11.08

Si eres el propietario de las semillas, como Monsanto, la alimentación del mundo está en tus manos

23-11-2008

Entrevista con Marie Monique Robien, autora de "El mundo según Monsanto"

"'Si eres el propietario de las semillas, como Monsanto, la alimentación del mundo está en tus manos"

Charo Mora
El Mundo


Acaba de publicarse en España la traducción al castellano de 'El mundo según Monsanto' (Ed. Península), el último trabajo de Marie Monique Robin, periodista independiente de 48 años, con tres hijas que adora y 25 años de trayectoria en el periodismo de investigación a sus espaldas. El libro se centra en la actividad que desempeña la multinacional Monsanto en todo el mundo.
El volumen es el fruto del trabajo de tres años viajando por los cinco continentes, en los que resulta casi imposible no toparse con dos de los elementos que controla la multinacional: las semillas (tiene patentadas el 90% de las existentes) y el Rondup, el insecticida más utilizado del mundo, cuyas consecuencias tóxicas no se conocen.
Posee una extensa carrera como periodista de investigación caracterizada por el compromiso.
¿Siempre tuvo clara esta línea de trabajo?

MARIE MONIQUE ROBIN Escogí esta profesión porque con la información el público conoce y puede tomar decisiones. Por otra parte, hay dos temas que me han preocupado siempre mucho por mi origen familiar, ya que soy hija de campesinos y de una familia cristiana muy comprometida con la cuestión de los derechos humanos. Por ello, he trabajado sobre dos ejes: el de la agricultura, biodiversidad y medio ambiente, y los derechos humanos. El caso de Monsanto cubre los dos temas.

¿Cómo surge la idea de hacer este documental y el libro?

Llegó de manera casual. Hice tres documentales para la cadena francoalemana Arte sobre la biodiversidad, amenazada por las prácticas agroindustriales y su uso de fertilizantes, pesticidas y las plantas de alto rendimiento. Entonces, me topé con el tema de las patentes. Viajaba por todo el mundo y me encontraba siempre con Monsanto, que en aquellos años ya contaba con más de 600 patentes de plantas. En el documental cuento la historia de un granjero americano que se fue a México y conoció unos frijoles amarillos que no había visto nunca, compró un paquete de semillas y los sembró en Colorado. Los patentó en Washington y los campesinos mexicanos, que habían sembrado y cultivado este producto toda su vida, no podían ya hacerlo sin pagar a ese hombre.

Pero ¿se pueden pedir derechos sobre formas de cultivo tradicionales?

Hasta principios de los años 80 no se podían patentar organismos vivos, y la ley de 1951 así lo dice. Pero a finales de esa década un ingeniero que trabajaba para la General Electric manipuló una bacteria que se suponía que servía para descontaminar terrenos y pidió una patente a la oficina de Washington, que se la denegó. Acudió al Tribunal Supremo, que se la concedió bajo la famosa frase 'todo lo que esté bajo el sol y haya sido tocado por la mano del hombre puede ser patentado'. Eso abrió la puerta a la privatización de lo vivo y los OGM (organismos genéticamente manipulados).

¿Las consecuencias?

Si se acepta que se patenten las semillas transgénicas, las consecuencias son dramáticas, pues los agricultores no pueden conservar una parte de la cosecha para sembrarla al año siguiente. Deben comprarlas cada año. Esto significa que los transgénicos en las manos de Monsanto son un medio para apoderarse de la semilla, que es el primer eslabón de la cadena alimenticia. Si eres el propietario de las semillas, eres el propietario de la alimentación del mundo, y esa es la meta de Monsanto.

¿Se trata pues de una neocolonización?

Es más que eso, pues se hace propietaria de la vida en todos sus aspectos, de lo que la gente come, de las medicinas que la curan y de todo lo que hace que el hombre viva, es hacerse propietario de la vida. He conocido casos en EEUU y Canadá, donde muchos agricultores tienen juicios con Monsanto porque sus campos han sido contaminados de transgénicos por polinización, y fueron condenados a pagar a la multinacional.

¿Nos enfrentamos entonces a un sistema que prioriza la protección de la propiedad privada por encima de los derechos humanos?

Monsanto está comprando todas las empresas semilleras del mundo, imponen las transgénicas patentadas y así van colonizando.

¿Qué hace tan peligrosos a los transgénicos?

El 70% está preparado para absorber Rondup, un poderoso insecticida también creado por Monsanto, y nunca hubo estudios para comprobar cuáles eran las consecuencias para la salud de las plantas fumigadas con ese insecticida. Cuando Monsanto se lanza a los transgénicos desde el principio pretende hacer plantas resistentes a él, no a la sequía u otras cosas. Sabía que en 2000 perdía la patente y, como es el pesticida más vendido del mundo, quería seguir haciendo negocio. ¡No se trata de hacer un transgénico para vencer el hambre en el mundo, eso es una mentira!
Lo sé pues he pasado años investigándolo. Esta idea se la da una agencia de comunicación ubicada en Inglaterra, con el objetivo de que cambie la opinión negativa que se tiene en Europa de los transgénicos. Por cierto, es la misma agencia que llevó la imagen de la copa del Mundo de Argentina en el 78, contratada por la junta militar.

¿La lucha del siglo XXI va a ser por los alimentos y el agua?

Sí, por el control privado de los alimentos y el agua.

¿Qué es lo que más le impresionó al investigar para el libro?

Las consecuencias de los cultivos transgénicos a gran escala, como lo que vi en Paraguay, donde se fumiga desde el aire sobre los campos de pequeños campesinos matando sus recursos. En el documental aparece un niño con las piernas completamente quemadas por el pesticida, de caminar en los campos de soja. Los campesinos tienen que dejar sus tierras e irse a la ciudad a vivir de la basura. Este modelo es el del hambre organizado.

Dadas las circunstancias ¿qué podríamos comer a día de hoy?

Tengo previsto hacer otro documental y otro libro sobre el origen medioambiental de la epidemia de cáncer y Parkinson que vamos a ver en los próximos años. El primero se llamará 'El cáncer está en el plato'. Vegetales y frutas tienen residuos de productos químicos tóxicos cuyos efectos no han sido analizados. Es evidente que estamos en el inicio de una epidemia de cáncer, hay expertos que me han dicho que ya se calcula que uno de cada dos europeos va a tener cáncer. Hay que cambiar la manera de comer, es la única solución.

17.7.08

Sembrar Comida

Thursday, 17 July 2008

Para salir, pero también para interpretar la crisis alimentaria, hay “otra vía”, la que lidera la organización internacional La Vía Campesina. Para sus miles de activistas en los cinco continentes, para quienes la dirigen y la apoyan, el diagnóstico, las causas y las formas de superar la crisis son otros, muy distintos a los que señalan los medios dominantes.
Una crisis anunciada, previsible y más profunda de lo que se reconoce: Para La Vía Campesina, la crisis de hoy es sólo la más reciente y tal vez la más masiva de las manifestaciones de una crisis agrícola y alimentaria que sacude al planeta desde hace varios lustros. Y no es que falten alimentos: nunca en la historia se habían producido tantos, además de que hay capacidad para producir comida para el doble de la población mundial actual. Es una crisis de distribución y concentración de los alimentos en beneficio de unos cuantos.Pero no se reduce a la carestía de la comida. Desde hace tiempo los cerca de tres mil millones de campesinos, la mitad de la población mundial actual, están en una grave crisis. Sus derechos son sistemática y extensivamente violados: son expulsados de sus tierras para dar lugar a plantaciones, agricultura extensiva y proyectos residenciales, industriales, mineros o turísticos. Son empobrecidos y obligados a migrar por los efectos de los tratados de libre comercio. Sus recursos naturales les son despojados o devastados. Y cuando se organizan para defenderse, son criminalizados y reprimidos.
La actual crisis alimentaria, crisis también de los pequeños agricultores, de los indígenas y de los campesinos, no sólo se debe al cambio climático, al uso de grandes extensiones par producir agrocombustibles o al incremento de la demanda de comida en China o India. Se debe, sobre todo, a que ya tocó fondo el modelo agrícola dominante.
El modelo que rechaza La Vía Campesina es el impuesto hace más de 25 años por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a lo largo del planeta, y en particular en los países en desarrollo, con políticas que redujeron o desaparecieron la inversión y el gasto públicos para que los pequeños y medianos agricultores produjeran alimentos. Presionaron a favor de la liberalización de los mercados agrícolas internacionales y del control de los mismos por el capital financiero y los agronegocios, y han transformado los alimentos, las semillas y los recursos naturales en mercancías que enriquecen a las trasnacionales.
Este modelo generó un enorme acaparamiento de tierra, agua y biodiversidad por parte de banqueros y trasnacionales, y expandió monocultivos de altas ganancias como el de soya en Sudamérica, generando una gran devastación de recursos naturales, pérdida de biodiversidad, expulsión de cientos de millones de campesinos, sobreexplotación de trabajadores agrícolas, emigración, desempleo, pobreza y violencia.
Más recientemente, la expansión de los agrocombustibles, favorecida también por las trasnacionales, ha reducido muy significativamente la tierra usada para producir alimentos, encareciendo los mismos, en detrimento de los consumidores y de los países pobres y propiciando un nuevo ciclo de inversiones especulativas que han precipitado la crisis alimentaria de principios de milenio.
La única vía de salida: la vía campesina. La única solución al problema del hambre y la devastación del medio ambiente es el cambio de modelo. La Vía Campesina propone construir un nuevo modelo agrícola y alimentario basado en la soberanía alimentaria concebida como la conjunción de tres derechos: de los países y de las comunidades, a trazar con independencia sus políticas agrícolas, agrarias y alimentarias; de los campesinos e indígenas, a producir y a vivir dignamente de su producción, y de los consumidores, a tener acceso a alimentos suficientes, sanos, baratos y acordes con sus tradiciones culturales.Este modelo se basa en que los actores principales de la producción de alimentos de calidad y suficientes para terminar con el hambre en el mundo son los campesinos, los indígenas, los agricultores familiares. Ellos deben ser, junto con los consumidores, quienes decidan y controlen la producción de alimentos. Implica una serie de políticas públicas: manejo y regulación adecuada de los mercados por parte de los poderes públicos a escala nacional e internacional, y relocalización de la producción para dar prioridad a los mercados locales y regionales. Exige, por tanto, excluir la agricultura de los tratados de libre comercio y de la Organización Mundial de Comercio. Implica una genuina reforma agraria, distribución de la renta y arraigo de las personas en el medio rural. En lo ambiental, promueve la diversificación de cultivos y no el monocultivo, la preservación de la biodiversidad y las semillas nativas y criollas y el rechazo a los transgénicos, Busca la preservación y la sustentabilidad en el uso de los recursos naturales y del agua, concebidos como bienes públicos y no como mercancías.
También promueve un nuevo modelo energético como alternativa a la producción masiva de agrocombustibles, basado en la generación doméstica, comunitaria y sustentable de energías alternativas, como la solar, la eólica, la de la biomasa y la hidráulica, sin que compitan con la producción de alimentos.
Este nuevo modelo está basado en la sustentabilidad, en la solidaridad y el respeto para con las comunidades, la gente, la naturaleza y el planeta. Es la mejor y única vía para el futuro de la comunidad de los seres vivos.

Por Víctor Quintana, Dirigente del Frente Democrático Campesino en México, organización miembro de La Vía Campesina..

13.5.08

¿Quién gana con la crisis alimentaria mundial?

Esther Vivas
Los alimentos se han convertido en una mercancía en manos del mejor postor. Las tierras, las semillas, el agua… son propiedad de multinacionales que ponen un precio exorbitante a unos bienes que hasta hace muy poco eran públicos. Frente a la mercantilización de la vida, debemos de reivindicar el derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria, a controlar su agricultura y su alimentación.

El precio de los alimentos y, en especial, de los cereales básicos ha aumentado espectacularmente en estos últimos meses. Los medios de comunicación nos han mostrado nuevas revueltas del hambre en los países del Sur que nos recuerdan aquellas que se llevaron a cabo a mediados y finales de los ochenta contra los planes de ajuste estructural impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

En países como Haití, Pakistán, Guinea, Marruecos, México, Senegal, Uzbekistán, Bangladesh… la gente ha salido a la calle para decir: “Ya basta”. Pero, ¿qué se esconde detrás de la crisis alimentaria mundial? ¿Todo el mundo pierde? ¿Hay quien sale ganando?

El precio de sesenta productos agrícolas ha aumentado un 37% en el último año en el mercado internacional. Un aumento que ha afectado sobre todo a los cereales con una subida del 70%. Entre éstos, el trigo, la soja, los aceites vegetales y el arroz han alcanzado cifras récord. El precio del trigo, por ejemplo, suma hoy un 130% más que hace un año y el arroz un 100%. Viendo estos datos no es de extrañar las explosiones de violencia en el Sur para conseguir alimentos porque son los cereales básicos, aquellos que alimentan a los más pobres, los que han experimentado una subida sin parangón.

Pero el problema hoy no es la falta de alimentos en el mundo, sino la imposibilidad para acceder a ellos. De hecho, la producción de cereales a nivel mundial se ha triplicado desde los años sesenta, mientras que la población a escala global tan sólo se ha duplicado.

Hay razones varias que explican este aumento espectacular de los precios: desde las sequías y otros fenómenos meteorológicos en países productores como China, Bangladesh y Australia que habrían afectado a las cosechas; el aumento del consumo de carne por parte de pujantes clases medias en América Latina y en Asia, especialmente en China; las importaciones de cereales realizadas por países hasta el momento autosuficientes como India, Vietnam o China, debido a la pérdida de tierras de cultivo; el aumento del precio del petróleo que habría repercutido directa o indirectamente, y hasta las crecientes inversiones especulativas en materias primas.

Es aquí donde creo importante centrarnos en estas dos últimas causas. El aumento del precio del petróleo ha generado el uso de combustibles alternativos como aquellos de origen vegetal. Gobiernos como el de Estados Unidos, la Unión Europea, Brasil y otros han hecho especial énfasis en la producción de agrocombustibles como una alternativa a la escasez de petróleo y al calentamiento global. Pero esta producción de combustible verde entra en competencia directa con la producción de alimentos. Por poner sólo un ejemplo, el año pasado en Estados Unidos el 20% del total de la cosecha de cereales fue utilizada para producir etanol y se calcula que en la próxima década esta cifra llegará al 33%. Imaginémonos esta situación en los países del Sur. La FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, ya ha reconocido que “a corto plazo, es muy probable que la expansión rápida de combustibles verdes, a nivel mundial, tenga efectos importantes en la agricultura de América Latina”.

Otra causa a resaltar es la creciente inversión por parte del capital especulador en materias primas. En la medida en que la burbuja inmobiliaria estalló en los Estados Unidos y se profundizó en la crisis financiera, los especuladores empezaron a invertir en alimentos, empujando al alza sus precios.

Pero esta crisis alimentaria mundial no es coyuntural, sino que responde al impacto de las políticas neoliberales que se vienen aplicando desde hace treinta años a escala global. Liberalización comercial a ultranza a través de las negociaciones en la Organización Mundial del Comercio y en los acuerdo de libre comercio y las políticas de ajuste estructural, el pago de la deuda externa, la privatización de los servicios y bienes públicos son sólo algunas de las medidas que se han venido imponiendo por parte del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional en las últimas décadas en los países del Sur.

Unas políticas que han permitido la invasión de estos mercados por productos del agribusiness del Norte altamente subvencionados y que han acabado con la agricultura y la ganadería autóctona; reconvirtiendo y privatizando tierras destinadas hasta el momento al abastecimiento local en tierras de producción de mercancías para la exportación. Unos territorios en manos de la agroindustria, quien ha sacado provecho de una mano de obra barata y de una laxa legislación medioambiental.

Este modelo de agricultura y alimentación no sólo tiene consecuencias en el Sur global, sino también en las comunidades del Norte: acabando, en ambos lados del planeta, con una agricultura familiar y un comercio de proximidad vital para las economías locales; promoviendo una creciente inseguridad alimentaria con una dieta que se abastece de alimentos que recorren miles de kilómetros antes de llegar a nuestra mesa, y fomentando una agricultura y ganadería intensiva, desnaturalizada, drogodependiente (por el alto uso de pesticidas) y donde el beneficio económico se antepone a los derechos sociales y medioambientales.

La crisis alimentaria global beneficia a las multinacionales que monopolizan cada uno de los eslabones de la cadena de producción, transformación y distribución de los alimentos. No en vano los beneficios económicos de las principales multinacionales de las semillas, de los fertilizantes, de la comercialización y transformación de comida y de las cadenas de la distribución al detalle no han parado de aumentar.

Los alimentos se han convertido en una mercancía en manos del mejor postor. Las tierras, las semillas, el agua… son propiedad de multinacionales que ponen un precio exorbitante a unos bienes que hasta hace muy poco eran públicos. Frente a la mercantilización de la vida, debemos de reivindicar el derecho de los pueblos a la soberanía alimentaria, a controlar su agricultura y su alimentación. No se puede especular con aquello que nos alimenta.

En: http://www.choike.org/nuevo/informes/6334.html