27.7.09

Argumentos microfascistas

Argumentos microfascistas
por José Luis Murillo

Observando como nos comportamos los seres humanos encuentro que hay dos ideas, tópicos o argumentos (a buen seguro que habrá más, pero quedan para otro momento o para que los comenten otras personas) que permiten y posibilitan la existencia, la pervivencia y la fuerza de los microfascismos.

Ambos nos retrotraen a las cavernas más oscuras de nuestro pasado, cuando la supervivencia dependía del grupo cercano, de los que vivíamos en la misma cueva, y de los conocimientos legados por los antepasados, de las que fueron nuestras madres y de sus compañeros ya fallecidos. Ambos bloquean cualquier posibilidad de encuentro sano entre personas, de diálogo constructivo entre individuos impidiendo que contemplemos otras opciones con libertad. Ambos se esconden en su falsa inocuidad para que no reflexionemos sobre ellos, para que no los hagamos conscientes, tangibles, y así poder seguir infectándonos y reproduciéndose. Ambos, en definitiva, nos ponen en manos de otras personas y dan lugar a algunos de los microfascismos presentes en nuestra sociedad y en nuestra vida cotidiana.

El primero de ellos, frecuentemente utilizado y camuflado entre diversas frases, es aquello de "por que siempre ha sido así", "porque es tradición", "porque así lo hacían antes", "porque es costumbre",... Los antepasados, hombres y mujeres, de la cueva.

El otro sería lo de "porque es, o lo dice, o lo hace, mi madre, mi padre, mi hermana, mi hijo, mi compañera, mi compañero, mi amiga, mi..." quién sea de la familia, como primera referencia, o de mis amistades, como segunda referencia. Las personas con las que compartimos o hemos compartido la cueva.

Esos dos "argumentos" sobreviven en nuestra sociedad a pesar de Aristóteles, Platones, Freuds, Maslows, Descartes, Sartres, Marcuses, antipsiquiatras, mayos del 68, Althuseres, gestaltianos, revoluciones francesas, Chomskys,... y demás desarrollos del pensamiento humano logrados a base de hostias contra nosotras mismas. Su poder reside en que nos resulta muy cómodo a los seres humanos, especialmente cómodo, el trasladar o justificar nuestras decisiones a "las otras personas", sean de nuestro pasado o sean de nuestro entorno, y no nos damos cuenta de que estamos dejando nuestra vida en sus manos. Con ello buscamos no ser responsables sobre nuestras propias decisiones, pensamientos y acciones, lo que reduce nuestras dosis de angustia y ansiedad, permitiéndonos llevar una vida más placentera a cambio de que todo siga igual, tanto en lo personal como en lo social. Se mantienen y se propagan así en nuestra cultura dos ideas que son semilla y base de los microfascismos por su capacidad para dejar el poder de nuestras decisiones a alguien/algo externo a nosotros sin que nos demos ni cuenta.

Los dos son automatismos que utilizamos muchas veces a lo largo del día como elementos de peso ante los que no es posible la discrepancia ni la más mínima duda, que no dejan espacio para pensar posibilidades nuevas o diferentes. Lo hacemos en todo momento sin darle la menor importancia: "nosotros" (sólo masculino) podríamos limpiar los platos hoy, pero para qué, lo "habitual" es no hacerlo; "nosotras" (sólo femenino) podríamos cambiar la rueda del coche, pero "que pesadez"...; "di lo que quieras, pero yo estaré a favor de mi padre porque es él"; "me parece lo mejor lo que tú dices, pero apoyaré lo que propone mi amigo sólo porque es mi amigo de siempre"...

Y, poco a poco, desde estos tópicos tan cotidianos y que, en un primer momento, parecen tan simplones y tan bienintencionados ellos (es su forma de pasar desapercibidos y no encontrar resistencias), podemos llegar a aceptar dentro de una cultura dada la discriminación de las mujeres, el deterioro medioambiental, las imposiciones de un grupo religioso determinado, los castigos corporales, las "cazas de brujas", la ablación, la pena de muerte, la muerte de seres humanos por hambre o tortura, o cosas "menos" transcendentales como la pobreza que encontramos por las calles de cualquier ciudad si no cerramos los ojos cuando pasamos por ellas, el maltrato de los animales, el cuidado de las niñas y niños pequeños automáticamente por las madres, por aquello del instinto materno o porque siempre ha sido así (tengo interés y curiosidad por ver el cambio cultural que surgirá con las parejas homosexuales en estas cuestiones), o, acercándonos todavía un poco más a lo cotidiano, la agresividad y la grosería que encontramos en nuestras relaciones diarias, los destrozos de las cosas colectivas o de otras personas en despedidas de soltero, fiestas y demás actos "tradicionales", la barbarie de algunos jóvenes cada vez más admitida como algo inevitable... todo ello apuntalado y reforzado por este, a simple vista, "anecdótico" o "insustancial" argumentario cultural que hemos recibido y que transmitimos a los nuevos individuos con unos tópicos que conllevan unas ideas que les dificultarán enormemente el que puedan ver más allá de lo transmitido, como si no hubiera otras posibilidades de pensamiento y de vida fuera de esta red de prejuicios microfascistas.

Quizás sea bueno recordar en este momento que, aunque la cultura la heredamos socialmente como una forma de pensar, sentir, valorar y actuar ya fijada, sobre todo y ante todo, somos los autores y autoras de nuestra propia vida, queramos responsabilizarnos de ella o no, nos sintamos responsables de ella o no, y, por tanto, de que la cultura que transmitamos, de forma consciente o inconsciente, sea la misma que hemos recibido o de que hayamos sido capaces de redefinirla en favor de los seres humanos y de sus derechos como tales, y de la vida en nuestro universo.

Podemos pararnos en nuestros quehaceres diarios y tratar de atrapar el momento en el que estamos utilizando alguno de esos argumentos microfascistas como elemento decisivo en nuestros actos. Podría ser un comienzo. También podríamos, una vez descubiertos, porque cuando los hacemos visibles pierden su fuerza, relegarlos al último lugar o incluso no tenerlos en cuenta, cambiándolos por otros más "personales" que partan de nuestros conocimientos más objetivos, en la medida de lo posible, y de nuestro corazón. Podríamos así, en los pequeños acontecimientos de nuestra vida, comenzar un cambio que permita otro mundo mejor, al menos en nuestro entorno, en nuestras pequeñas cosas y en la gente que está a nuestro lado, que no sería poco. O sea, a la "m" las decisiones sólo por el pasado o porque lo dice la tribu. Existimos como individuos, como seres, con todo el derecho del universo a pensar, sentir, valorar o actuar porque sí, porque es nuestra decisión y nos damos a nosotros mismos permiso para ello.

Pienso no sólo que un mundo mejor es posible sino que además está en nuestras manos y únicamente en nuestras manos, que sólo depende de nosotras y de nuestras decisiones, y que deberíamos tenerla como una de nuestras obligaciones prioritarias hacia nosotras mismas, hacia las personas que nos precedieron y hacia las que vienen detrás, pero que nada cambiará en las grandes cuestiones mientras no vayamos desterrando argumentos como los anteriores en nuestra pequeña y falsamente irrelevante vida cotidiana. Otro mundo es posible, si queremos y nos ponemos a ello.

Fuente: http://www.edicionessimbioticas.info/spip.php?article17

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