19.5.10

El mito del fundamentalismo del mercado libre

El mito del fundamentalismo del mercado libre
Dean Baker · · · · ·

11/04/10



“Deberíamos enterrar de una vez por todas el concepto de ‘fundamentalismo del mercado libre’. En este debate no hay fundamentalistas del mercado libre. Lo que hay son conservadores que quisieran que nos creyéramos que sus normas equivalen al natural funcionamiento del mercado. Los progresistas no deberíamos ponérselo tan fácil”.

Durante el último cuarto de siglo, los progresistas no han dejado de lanzar diatribas contra el “fundamentalismo del mercado libre”. Su principal queja se refiere a que los conservadores quieren eliminar el sector público y dejarlo todos en manos del mercado. Pero este planteamiento es un completo disparate.

La derecha tiene tanto interés como los progresistas en que el sector público se implique en la economía. La diferencia radica en que los conservadores quieren que el sector público intervenga de un modo que redistribuya el ingreso en provecho de los más pudientes. La otra diferencia está en que la derecha es lo suficientemente lista como para ocultar estas intervenciones, tratando de que parezca que las estructuras que redistribuyen el ingreso hacia los de arriba no son más que el resultado del funcionamiento natural del mercado. Los progresistas estamos favoreciendo la causa de los miembros de la derecha cuando les acusamos de ser unos “fundamentalistas del mercado”, dando por buena la idea de que los conservadores efectivamente desean una estructuración de la economía de acuerdo con su estado natural.

Este no es un problema que tenga que ver simplemente con el punto de vista o el enfoque que se dé al problema; aunque no cabe duda de que el enfoque también importa. En el caso concreto de la cultura política estadounidense, unos resultados económicos que parezcan ser el producto del funcionamiento natural del mercado pueden resultar más atractivos que las supuestas maquinaciones de unos burócratas gubernamentales. Si calificamos las posiciones de la derecha como simplemente consistentes en dejar que el mercado siga su curso natural, entonces lo que hacemos es colocar a las políticas públicas progresistas en una posición de gran desventaja política.

La confusión provocada por esta guerra erróneamente encauzada contra el fundamentalismo del mercado sobre el diseño de las políticas públicas es aún más grave que el daño político que provoca. Los progresistas no tenemos que ver al sector público como el instrumento para modificar los resultados del mercado. Lo que tenemos que entender es que, al igual que nuestros oponentes conservadores, debemos buscar formas de estructurar las normas que regulan el mercado para que los mercados produzcan resultados deseables desde una perspectiva progresista.

El rescate del sector financiero ha constituido la más obvia intervención reciente del sector público para redistribuir el ingreso hacia los más ricos. Cuando a finales del año 2008 Goldman Sachs, Citigroup, Morgan Stanley y el resto de grupos financieros se veían abocados a una quiebra irremisible, en ningún momento se enrocaron exigiendo que el sector público les dejara solos. No, esos gigantes financieros pordiosearon para que la administración pública les prestara dinero a tipos de interés inferiores a los del mercado y para que garantizara sus activos. Entidades como Goldman Sachs incluso insistieron en que el sector público debía participar en el aval de las deudas de sus socios en la quiebra bancaria, como en el caso de AIG.

La desregulación también aumenta la rentabilidad, y nada tiene que ver con el libre mercado. En otras palabras, lo que el sector financiero quiere es que la administración pública les proporcione “garantías” a través de la Reserva Federal, del Fondo Federal de Garantía de Depósitos y de los múltiples canales establecidos ad hoc, pero lo que en modo alguno quiere es tener que pagar por ello. Y tampoco quiere que este sistema de garantías tenga restricción alguna. En efecto, lo que el sector financiero quiere es poder gestionar una empresa de fabricación de explosivos que esté ubicada fuera de su domicilio y tener que pagar por ella la misma prima de seguro residencial que pagaría cualquier vivienda normal. A esto no se le puede llamar libre mercado.

Las demandas del sector financiero sobre el sector público no son cualitativamente distintas de las que realizan otros sectores en el proceder de las intervenciones públicas en punto a estructurar el mercado. Para poner otro ejemplo, la administración pública otorga monopolios de patentes a las empresas farmacéuticas que permiten a éstas fijar el precio de los medicamentos a unos niveles que superan en porcentajes de varios cientos –o incluso miles– los precios que estos medicamentos tendrían en un mercado competitivo. Como resultado de la protección de las patentes, muchos medicamentos se venden a precios de cientos o miles de dólares por receta cuando, de venderse en un mercado competitivo, la mayoría podrían adquirirse a precios de 4 o 5 dólares por la misma receta.

Los monopolios de patentes tienen una importante función económica (ofrecen un incentivo para la investigación para la obtención de nuevos medicamentos), pero es evidente que no son el único medio disponible para financiar la investigación y desarrollo. Cada año, el sector público destina más de 30.000 millones de dólares en la financiación de la investigación biomédica a través de los Institutos Nacionales de Salud, un monto comparable a lo que el conjunto del sector destina a investigación. En principio, podríamos reemplazar la investigación financiada por el sector farmacéutico a través de la inversión pública directa en investigación. O, como ha sugerido el premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz, la investigación podría seguir realizándose como hasta ahora, pero podrían comprarse las nuevas patentes mediante un sistema de evaluación. De acuerdo con este sistema, un comité fijaría los precios de las nuevas patentes y pagaría estas cantidades a los titulares de las patentes. Esto permitiría que los medicamentos basados en nuevas patentes pudieran venderse como genéricos en un mercado competitivo.

Podemos discutir mucho acerca de si estos mecanismos constituyen alternativas mejores al sistema actual en punto a fomentar la investigación de nuevos medicamentos que son necesarios, pero lo que está fuera de toda duda es que el sistema de patentes no es de libre mercado y de que no es esencial para financiar la investigación en nuevos medicamentos. Quienes defienden las patentes sobre medicamentos no pueden decir que están promoviendo un mercado libre.

La realidad es que en todo esto hay mucho dinero en juego. En el último año, el país gastó más de 250.000 millones de dólares en medicamentos con receta médica. En un mercado competitivo el precio aproximado de estas mismas recetas habría sido de unos 25.000 millones de dólares. La diferencia de 200.000 millones de dólares daría para cubrir los gastos de programas como el de los cupones para alimentos, el programa estatal de seguros médicos infantiles (SCHIP, en inglés) o el programa Head Start para servicios de educación, salud y nutrición de niños y familias pobres.

Además, el auténtico pozo sin fondo en el que se ha convertido este sistema monopolista de patentes tiene claros visos de seguir profundizando esa dinámica de gasto a gran velocidad. Los gastos por recetas médicas constituyen el factor de crecimiento más acelerado de todos los costes relativos al sistema de salud. Está previsto que en 2019 el país gaste casi 500.000 millones de dólares en medicamentos con receta médica. Durante la próxima década, se prevé que los gastos sobrepasen los 3’5 billones de dólares, con un exceso de reembolsos a la industria farmacéutica cifrable en unos 3 billones de dólares, una cantidad que supondrá más del triple de lo que se gastará en la reforma sanitaria propuesta por el Congreso de Estados Unidos.

Algo similar puede contarse acerca de los derechos de autor. Bill Gates es un hombre increíblemente rico porque el gobierno de Estados Unidos le ha cedido el monopolio sobre Windows, amenazando con sancionar o arrestar a cualquier persona que lo venda o done sin el permiso de Gates. Sin el monopolio creado por la protección de los derechos de autor cualquiera en cualquier lugar del mundo podría bajarse instantáneamente los programas de Microsoft sin coste alguno. Al igual que las patentes sobre medicamentos, los derechos de autor tienen una importante función económica. Constituyen un incentivo para el trabajo creativo y de innovación, como el de desarrollar nuevos y mejores programas informáticos o producir buenas películas y música, aun cuando también disponemos de mecanismo alternativos para promover este tipo de trabajos y desarrollar otros nuevos.

Los monopolios sobre derechos de autor conducen a una enorme transferencia de ingresos hacia las empresas de entretenimiento y de elaboración de programas informáticos. Microsoft por sí sola se embolsa más de 60.000 millones de dólares anuales, la mayor parte de los cuales no habrían sido posibles de no existir la protección de los derechos de autor. La asociación que agrupa a las sociedades del sector sostiene que, en conjunto, las empresas de derechos de autor suponen un 6’6% del Producto Interior Bruto. Esta cantidad equivale a más de un tercio de los ingresos impositivos recaudados por el gobierno federal.

Podría hacer una lista mucho más extensa de mecanismos y beneficiarios, pero el núcleo del asunto está bien claro. La idea de que un “mercado libre” permite que algunas personas se conviertan en inmensamente ricas y es la causa de que otras sean pobres o estén en una situación financieramente expuesta es un disparate. La distribución del ingreso está determinada por políticas públicas que favorecen a ciertos grupos y perjudican seriamente a otros. Si los progresistas aceptamos las estructuras que los conservadores han institucionalizado como algo llamado “mercado libre” y luego tratamos de utilizar los impuestos y las políticas de transferencia de recursos para reconducir las desigualdades, entonces nosotros mismos nos habremos metido en un callejón sin salida.

En lugar de esto, debemos centrarnos en modificar las reglas que redistribuyen el ingreso a favor de los más pudientes. Hay distintas formas de reestructurar los mercados. Debemos ser al menos tan oportunistas y creativos como la derecha en la elaboración de normas que a la vez produzcan resultados eficientes y conduzcan a mejores distribuciones en el ingreso.

La ley de reforma de la sanidad ilustra la necesidad de cambiar el enfoque del asunto. Se trata de un buen intento para tratar de conseguir el objetivo de extender la cobertura a la mayoría de los que aún no tienen seguro médico. Sin embargo, contribuye muy poco a atajar el problema del desmedido aumento de los costes. Como resultado, lo que habremos creado será un sistema que sabemos que será insostenible a largo plazo. La idea de que en futuras décadas de algún modo podremos apuntalar el sistema mediante impuestos progresivos no tiene ningún sentido. Se puede afirmar con casi total certeza que será políticamente imposible aumentar lo suficiente los impuestos hasta lograr cubrir los costes del sector público sanitario. De modo que cabe la posibilidad de que tengamos que restringir y/o disminuir la calidad de las prestaciones sanitarias, o bien cargar con fuertes impuestos a las clases medias.

La ruta alternativa consistiría en atacar directamente la estructura del sistema público de salud que conduce a unos costes tan excesivos. En este contexto, es importante recordar que los estadounidenses pagamos por la atención sanitaria más del doble por persona de lo que pagan los ciudadanos de otros países ricos. Como señalan innumerables estudios, las causas de estos mayores costes no son atribuibles a una mayor calidad o a un mayor volumen de los servicios sanitarios, sino a los costes más elevados de los servicios que recibimos. Este asunto puede abordarse mediante la reforma de los mercados de estos servicios.

Regresemos al asunto de los medicamentos. Se mire por donde se mire, el actual sistema conlleva enormes ineficiencias y nos aboca a optar entre alternativas que a menudo son un sinsentido; sin embargo, podrían erradicarse estas disfunciones si se racionalizara el sistema de financiación de la investigación sobre medicamentos.

Tomemos el caso de una mujer de 80 años con buena salud que de repente desarrolla un cáncer. Supongamos que el único tratamiento que tiene alguna posibilidad de éxito requiera administrarle un nuevo fármaco producto de la bioingeniería que cuesta unos 250.000 dólares al año. ¿Debería el sector público estar dispuesto a correr con los gastos?

Siguiendo el trabajo que han realizado algunos filósofos morales, supongamos que, de no existir la protección de las patentes, el medicamento costara alrededor de 200 dólares anuales. Aunque la empresa farmacéutica hubiera destinado una gran cantidad de recursos a desarrollar el medicamento, éste es un dinero que no han tenido que sacar de su bolsillo. En realidad nosotros ya hemos pagado los costes de la investigación (generalmente a través de alguno de los mecanismos expuestos anteriormente). La cuestión importante radica en cuánto cuesta producir la siguiente dosis. En el supuesto de que el coste de las dosis de medicamento sea de 200 dólares al año, no será necesario discutir si hay que aplicar ese tratamiento.

Pero éste no es el único problema relativo al sistema de patentes. Cuando el sector público interviene para hinchar los precios artificialmente, está creando incentivos perversos inesperados. Como resultado de los enormes beneficios procedentes de estos fármacos, la industria farmacéutica gasta una cantidad ingente de recursos en publicidad. Esto promueve que se trate de buscar la buena disposición o incluso que se soborne a los doctores para que prescriban ciertos medicamentos. Lo cual conduce a realizar costosas campañas publicitarias dirigidas a los consumidores. También favorece que el sector farmacéutico compre a políticos para asegurarse de que el Medicare, el Medicaid y otros programas gubernamentales aceptarán pagar por esos medicamentos. Y, finalmente, todo esto ofrece a la industria un enorme incentivo para ocultar los resultados de las investigaciones que ponen en duda la efectividad y seguridad de estos medicamentos.

Los progresistas debemos poner sobre la mesa estos argumentos de “mercado libre” a la hora de discutir sobre el problema de la prescripción de medicamentos. Las enormes cantidades de dinero que están en juego ayudan a entender cuán escuálidos son en realidad planes recaudatorios asociados a la reforma sanitaria estadounidense, como el “Cadillac” [de impuestos sobre primas de seguros médicos de cantidades elevadas, n. del t.] o el del aumento de los gravámenes sobre los multimillonarios.

Del mismo modo, podríamos recurrir a alguna versión moderada de libre comercio en la asistencia sanitaria. Normalmente, la política comercial se ha utilizado explícitamente para que nuestros trabajadores manufactureros compitieran directamente con trabajadores que reciben bajos salarios de países en desarrollo. Los progresistas a menudo nos fijamos en la pérdida de puestos de trabajo industriales y la disminución de los salarios para los trabajadores poco calificados que esto conlleva en Estados Unidos como una evidencia de que el mercado libre no funciona. Esto es un tremendo error. Estos resultados no son más que lo que ya predijeron los modelos comerciales en caso de que se aplicaran este tipo de políticas en Estados Unidos. Lo sorprendente es que hubiesen dado lugar a algún otro tipo de resultado.

Sin embargo, es posible diseñar políticas de “libre mercado” que den lugar a resultados diferentes. En el caso de la asistencia sanitaria, podríamos empezar por permitir que los beneficiarios del sistema Medicare realizaran compras en sistemas sanitarios de otros países ricos. Puesto que los costes sanitarios son más bajos en Alemania, Canadá y muchos otros lugares, en el caso de que los beneficiarios optaran por trasladarse a otro país para recibir tratamiento se producirían cuantiosos ahorros que podrían compartir el sector público estadounidense y los beneficiarios. Recientemente hemos realizado cálculos que muestran que en unas pocas décadas los ahorros obtenidos serían de decenas de miles de dólares anuales por persona. Esto sería así aún después de calcular la substancial prima que habría que abonar a terceros países por tratar a los pacientes de más edad, garantizando así que también esos países saldrían beneficiados del proceso.

De hecho, puesto que estos países recibirían bonificaciones por los costes de los tratamientos, tales actividades incluso podrían llegar a ser una fuente de crecimiento para los mismos. Sea como fuere, de lo que no hay duda es de la gran diferencia existente entre los costes sanitarios relativos de estos países y los de Estados Unidos. Nuestro sector sanitario sólo sobrevive por las medidas proteccionistas extraordinarias que restringen la competencia extranjera. Es fácil imaginar mecanismos que permitirían que otros países pudieran proporcionar asistencia sanitaria a ciudadanos estadounidenses y utilizar estos beneficios para mejorar la asistencia a sus propias poblaciones. Una sistema con una especie de bono internacional Medicare podría permitir a los jubilados disfrutar de una mejor calidad de vida de la que jamás gozarán aquí, mientras a largo plazo también ahorrarían al sector público estadounidense decenas de billones de dólares del programa Medicare. Mediante una reducción de la demanda de asistencia sanitaria en Estados Unidos habría una presión a la baja sobre los costes médicos generales en el interior del país.

Hay otros caminos por los que el sector público puede promover el comercio en los servicios médicos. Por ejemplo, podría autorizar instalaciones en otros países que reunieran los estándares de calidad requeridos y también fijar normas generales sobre responsabilidad para asegurar que las personas que sean tratadas fuera del país tengan la cobertura legal adecuada en caso de malas prácticas médicas.

Puesto que existe un diferencial enorme entre la calidad de los servicios sanitarios europeos y los estadounidenses (por no mencionar el de centros sanitarios de alto nivel en países como India o Tailandia), es muy probable que hubiera una gran cantidad de pacientes dispuestos a ser tratados fuera del país, siempre y cuando se crearan las condiciones institucionales adecuadas.

Ni que decir tiene que la mejor opción sería la de reformar el sistema sanitario de Estados Unidos para que la gente no tuviera que abandonar el país para recibir una atención sanitaria decente. Pero si nosotros carecemos de la fuerza política suficiente para reformar el sistema interior (como obviamente es el caso), parece absurdo mantener aquí a los pacientes como rehenes de un sistema en quiebra. Cuando las fuerzas de la competencia mercantil hayan aplicado su magia estaremos en mejores condiciones para debatir sobre la reforma del sector sanitario en nuestro país.

Es harto más productivo hablar sobre las distintas opciones disponibles para sacar provecho de los mecanismos de mercado para reestructurar a fondo el sistema sanitario que tratar de ver cómo sacamos recursos de aquí y de allá mediante impuestos para mantener en pie unos años más un sistema sanitario quebrado. Puede aplicarse el mismo enfoque a casi todos los problemas sociales. Podemos y debemos reclamar una fiscalidad progresiva, pero aún es mejor cambiar las estructuras institucionales que conducen a una desigualdad flagrante.

Los presidentes de empresas de Estados Unidos han recibido pagos de decenas de millones de dólares anuales porque nosotros hemos creado una estructura de gobierno corporativo que permite que los altos directivos saqueen las empresas que gestionan. Esta estructura de gobierno corporativo la creó la administración pública, en modo alguno se desarrolló en condiciones de libre mercado. Ningún otro país permite un pillaje semejante. Un cambio en las normas para que el control retorne a los accionistas no implica una interferencia del sector público en el mercado; simplemente se trata de la reforma de un sistema disfuncional. Tanto Europa como Japón tienen economías capitalistas dinámicas, pero no por ello sus altos ejecutivos empresariales tienen las descomunales compensaciones económicas de las que disfrutan los estadounidenses. Esto no ocurre porque allí tengan restricciones legales sobre los pagos, sino porque tienen estructuras de gobierno corporativo que no permiten que los altos ejecutivos se dediquen sin recato a la rapiña en sus propias empresas.

En la misma línea, aunque es deseable que los trabajadores menos calificados dispongan de contextos legales en los que haya salarios mínimos y otros ingresos directos de apoyo, es mucho mejor reestructurar los mercados en el sentido de que aumenten la demanda relativa de sus servicios. Por ejemplo, debemos insistir en que la Reserva Federal priorice que la tasa de desempleo disminuya en vez de fijarse sólo en aumentar los tipos de interés para evitar que suba la inflación. El antiguo presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan tomó esta opción en la década de 1990, facilitando así que hubiera el primer periodo de crecimiento sostenido del salario real de los trabajadores con salarios medios y bajos desde la década de 1960. Leyes que tuvieran más presentes las demandas sindicales, como serias penalizaciones civiles –o incluso criminales– contra empresarios que atentaran contra el derecho de sindicación de los trabajadores, también serían medidas que contribuirían a igualar la distribución de la renta.

También podemos aplicar algunos buenos principios de libre mercado a profesionales que reciben salarios altos, como doctores, abogados y economistas. Si se eliminaran restricciones profesionales e inmigratorias que protegen a los profesionales estadounidenses altamente calificados de la competencia extranjera, a buen seguro se reducirían los emolumentos que cobran los que se encuentran entre el 1% y el 2% de los que más cobran, disminuyendo así el coste de todos los servicios, desde la sanidad hasta la educación.

Hay una lista inacabable de políticas públicas que pueden alterar las normas para acercarse a un resultado más igualitario. Las normas por las que nos regimos hoy no nos han venido dadas ni por una deidad ni por la naturaleza, sino que han sido redactadas por los ricos y por poderosos grupos de interés que se benefician de las mismas.

Esta gente no son en absoluto fundamentalistas del libre mercado, ni se oponen tampoco a un sector público que funcione. Nadie que no sean ellos puede producir versiones mercantiles de los últimos fármacos de Pfizer o de los nuevos programas de Microsoft.

Incluso cuando ha habido gobiernos republicanos, el sector público ha puesto todo su empeño en llevar ante la justicia a quienes no respetaban las leyes relativas a patentes o derechos de autor. Los ricos quieren y esperan que haya un gobierno que haga cumplir las normas que protegen su riqueza y su poder. Les importan un comino los programas sociales públicos, pero eso es simplemente porque ellos no dependen de estos programas. Durante el paso del huracán Katrina no murió un solo rico.

La agenda progresista a largo plazo debe cambiar sus prioridades y dejar de fijarse tanto en las políticas impositivas y de transferencia de recursos para concentrarse en cambiar las normas que conducen a resultados indeseados en los mercados. Tenemos que ser tan agresivos y creativos como la derecha en punto a diseñar nuevas reglas que distribuyan los ingresos hacia los que menos tienen en vez de a los más pudientes. Y deberíamos enterrar de una vez por todas el concepto de “fundamentalismo del mercado libre”. En este debate no hay fundamentalistas del mercado libre. Lo que hay son conservadores que quisieran que nos creyéramos que sus normas equivalen al natural funcionamiento del mercado. Los progresistas no deberíamos ponérselo tan fácil.


Dean Baker es codirector del Center for Economic and Policy Research (CEPR). Es autor de Plunder and Blunder: The Rise and Fall of the Bubble Economy y False Profits: Recoverying From the Bubble Economy.


Dissent, abril 2010


1.5.10

“Una catástrofe para el pueblo, un negocio para los patrones”

Aanálisis del MIR sobre la situación de los trabajadores marzo-abril 2010
“Una catástrofe para el pueblo, un negocio para los patrones”

Analizando el Programa Laboral de Piñera previo al terremoto y al cambio de mando, dábamos cuenta de cómo las promesas populistas de la derecha llevaban consigo la profundización del neoliberalismo sobre la base de la flexibilidad laboral, las privatizaciones, la reducción del gasto social y el ataque a los derechos laborales. Dicho y hecho. Tal como Piñera y sus asesores lo anunciasen, el Programa de Gobierno no se ha corrido ni un punto, y la catástrofe natural que ha significado la perdida de cientos de vidas, la destrucción de miles de hogares y un enorme daño en general para el pueblo chileno, le ha brindado una valiosa oportunidad al gobierno para adelantar medidas que en otro contexto hubiesen producido un gran rechazo y para incluir dentro de las soluciones a los afectados algunas de las acciones que tenderán a empeorar aún más las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Crear un millón de empleos entre el 2009 y el 2014 se ha presentado como una de las grandes metas al alcanzar por el gobierno de Piñera. Para esto, antes del terremoto, ya se venían delineando los caminos para alcanzarla, entre los que se contaban una mayor flexibilidad laboral y el fin a la indemnización por años de servicio a cambio del fortalecimiento del seguro de desempleo. La lógica aquí es clara: favorecer al empresariado (con mayor flexibilidad, precariedad laboral y menores costos a la hora de despedir) y utilizar los recursos del Estado para paliar los desastres del modelo (aumentando el gasto estatal en seguros de desempleo). La modificación a la indemnización por años de servicio lo que permitiría es reducir los costos de los despidos, otorgándole la facultad al empresariado para despedir trabajadores u obligar a otros a jubilarse sin mayores costos, para luego recontratarlos o contratar a otros bajo mayores condiciones de explotación.
Estas medidas, lejos de amilanarse con el terremoto, cobraron aún mayor fuerza. Los patrones, haciendo uso del artículo 159 Nº 6 del Código del Trabajo, diseñado por José Piñera durante el régimen militar y que permite en situaciones de catástrofe despedir a trabajadores sin pagar ni el mes de aviso ni los años de servicio, no necesitaron de las reformas anteriormente mencionadas para comenzar a deshacerse de los trabajadores, sobretodo de los más antiguos, reduciendo los costos de los despidos.
No habían pasado ni días de la catástrofe y el dolor aún golpeaba fuertemente a las familias de la región del Bio Bio, cuando Versyluys despedía a 306 trabajadores bajo el articulo 159 Nº 6, lo mismo hacia Coinfa Limitada, ASMAR, pesqueras Landes, Paños Bio Bio, Termoeléctrica Colbun en Coronel, Forestal Santa Elena, Multivoice, sólo por nombrar algunas empresas de la región del Bio Bio, una de las más devastadas y con las ciudades con mayores índices de cesantía en el país. A los empresarios se suman los alcaldes, quienes viendo una buena oportunidad para minar el poder docente, procedieron al despido inmediato de miles de profesores a contrata a lo largo del país y a la reducción de horas de otro importante número. Cientos de empleadores de todo el país deben ser agregados a esta lista, no existiendo hasta el momento una cifra oficial de despidos bajo esta causal, aunque datos de la Dirección del Trabajo indican que serían al menos 8.758 sólo en el mes de marzo, concentrándose principalmente en Santiago y Concepción.
Buena parte de estas misma empresas, aprovechándose de la cesantía existente producto de la destrucción de los puestos de trabajo o de los despidos arbitrarios realizados, contratan o recontratan mano de obra con menores sueldos y mayores jornadas de trabajo, utilizando esta situación para obligar a quienes aun mantienen su empleo a que acepten reducciones de sueldos o extensión de las jornadas. De esta forma el terremoto ha sido una perfecta excusa para que los patrones se deshagan de los pagos por años de servicio y puedan adquirir mano de obra dispuesta aceptar una mayor explotación.
Junto a la ofensiva de los patrones nos encontramos con las medidas tomadas por el gobierno. Dando cuenta de la necesidad de crear empleos y teniendo en la mira el objetivo de la flexibilidad laboral, Piñera ha anunciado la creación de 60.000 nuevos empleos para las personas afectadas por el terremoto, entregando subsidios a las empresas que contraten mano de obra, las que aprovechándose de la necesidad de empleo contratarán con el sueldo mínimo y condiciones absolutamente precarias. A su vez, Piñera ha propuesto flexibilizar los requisitos para acceder al Fondo de Cesantía Solidario, pero al mismo tiempo, a través de la Ministra del Trabajo, ha iniciado la ofensiva respecto al fin de la indemnización por años de servicio.
Siguiendo con las promesas piñeristas, analizamos en el artículo anterior que para mantener un crecimiento promedio del PIB del 6% la solución pasaba por aumentar la productividad, produciendo más con menos, lo que en la práctica nos llevaba a una reforma al Estado en donde los ejes son la reducción del gasto fiscal, en términos de gasto en programas sociales y remuneraciones y empleos en el sector público, y una privatización encubierta de las empresas estatales o con alta participación del Estado (Codelco, Enap, Enami, entre otras), bajo la modalidad de las concesiones a privados y la venta de activos.
Otra vez, dicho y hecho. Utilizando como excusa la necesidad de enfocar todos los recursos estatales hacia la reconstrucción, Piñera ha anunciado la drástica reducción de gasto social y la postergación de una gran cantidad de programas que había dejado el anterior gobierno.
Al mismo tiempo, en medio de la conmoción por la catástrofe y como supuesta medida para financiar los gastos de la reconstrucción, Piñera anunció su intención de vender el 40% de participación que Codelco posee sobre la Empresa Eléctrica Norte Grande S.A. (Eldenor), con lo cual se iniciaría el camino que tiene por meta la privatización de Codelco. Siguiendo con las privatizaciones, el gobierno evalúa vender también los activos que posee sobre Aguas Andinas, donde Corfo posee un 35% de participación, Esval, con un 30% de participación, y Essbio, con un 43,4% de participación.
Pero el terremoto no sólo ha servido para desviar la atención respecto a estas intenciones privatizadoras, sino que también ha abierto una gran puerta para el ingreso y apoderamiento del sector público por parte del sector privado. Uno de los principales mecanismos planteados para reconstruir el país es la concesión a privados, la forma principal de “privatización encubierta”. Escuelas, hospitales, cárceles, carreteras, infraestructura pública serán concesionadas a empresas privadas, las cuales, gracias a la Ley de Concesiones, no sólo podrán levantar la infraestructura destruida o dañada, sino hacerse cargo de la administración de los establecimientos, lo que significaría el fin, por ejemplo, de la educación y la salud pública.
Los virajes tácticos en la Concertación
Frente a la derrota de la Concertación en las elecciones de enero, anticipábamos que la movilización social adquiriría un papel fundamental en tanto le permitiría a este conglomerado reformularse con un rostro progresista dentro de un proceso de acumulación de fuerzas en las bases sociales dentro de un eje de movilización social por la defensa de las “conquistas” logradas durante los gobiernos concertacionistas, entrampando al mismo tiempo reformas claves para el gobierno piñerista. Renovar su imagen, acumular fuerzas y frenar los avances del enemigo, eran parte de los objetivos de la movilización social a ser impulsada por la Concertación. Por lo cual la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), la Agrupación Nacional de Empleados Fiscales (ANEF), el Colegio de Profesores, la Confederación Nacional de Funcionarios de la Salud Municipalizada (CONFUSAM), la Federación de Estudiantes de Chile (FECH) y el CONFECH, entre otros, adquirirán un papel fundamental.
Hasta antes del terremoto la CUT y los gremios afines la Concertación (para este análisis incluimos al Partido Comunista dentro de la Concertación) comenzaban a mover sus fichas y un ambiente movilizador se hacía sentir. Reuniones entre personeros de la Concertación y dirigentes sindicales proclamando una “bancada social”, “convergencias para la lucha social” que tendrían expresiones en las calles el día de la mujer, el día del cambio de mando, el 28 de marzo con la conmemoración de los asesinatos de Manuel Guerrero, José Manuel Parada y Santiago Natino, anuncios de movilización por parte de la ANEF y el Colegio de Profesores anunciaban una táctica movilizadora para este año dentro de la estrategia para retornar al poder el 2014.
Sin embargo, tanto el terremoto como las configuraciones y fricciones internas dentro de la Concertación provocaron un cambio táctico en el marco de la coyuntura política de la catástrofe. Al darse cuenta del error político que significaría seguir con su plan movilizador, el que sería rechazado por todos los sectores al ir en contra de las necesidades propias de la catástrofe, los gremios manejados por la Concertación se colgaron rápidamente del “Gobierno de Unidad Nacional” proclamado por Piñera, haciéndose parte de los esfuerzos por reconstruir el país. El acuerdo entre la CUT y la Confederación de Producción y Comercio (CPC) en términos de trabajar juntos para levantar el empleo, el diálogo y acuerdo entre Lavín y el Colegio de Profesores, que pospuso el tema de la deuda histórica y calmo los ánimos movilizadores, y los acuerdos entre el mismo Lavín y el CONFECH, en donde el gremio estudiantil adoptó el compromiso de no movilizarse a cambio de todas las facilidades para desarrollar sus “trabajos voluntarios”, son ejemplos del cambio táctico adoptado por la Concertación en ese momento. Esto no sólo tenía el objetivo mediático de colocar a la CUT, al Colegio de Profesores o al Confech como entidades que eran capaces de “dejar de lado sus diferencias con el Gobierno” para enfrentar unidos los desafíos del terremoto, sino para desarrollar, en esta misma línea, una táctica de inserción política en las zonas afectadas. A través de la CUT, el Colegio de Profesores y la FECH, la reconstrucción tomo un carácter político con el claro objetivo de desarrollar bases de apoyo en esos sectores y perspectivar futuros dirigentes, utilizando de esta forma el sufrimiento del pueblo para pavimentar su retorno al poder.
Así, con los gremios enfocados en temas de reconstrucción y la Concertación con sus problemas internos, las grandiosas movilizaciones anunciadas pasaron sin pena ni gloria. Lo anterior para el caso de las movilizaciones anunciadas por la Concertación, ya que el pueblo, ese mismo pueblo devastado que veía como la CUT tomaba acuerdos con los representantes de los empresarios, comenzó a movilizarse de forma autónoma. Decenas de protestas comenzaron a levantarse en las regiones afectadas y, al mismo tiempo, el programa económico de Piñera comenzó a hacerse cada vez más notorio al igual que sus ataques a la clase trabajadora y al pueblo. Pequeños chispazos de movilizaciones comenzaron a darse y las bases controladas por estos gremios comenzaron a inquietarse, al igual que sus dirigencias quienes veían cómo se desarrollaban pequeñas movilizaciones sociales que escapaban a su control. Al mismo tiempo, el terremoto como hecho mediático fue perdiendo fuerza y la televisión volvió a llenarse de noticias sobre delincuencia y deportes.
Entendiendo esto, y viendo cumplida la primera fase de su inserción territorial a través de la “ayuda solidaria”, la Concertación y los gremios controlados por esta han comenzado un nuevo viraje táctico en el contexto del 1 de mayo. Al igual como Piñera ha al terremoto para legitimar su plan económico, los gremios concertacionistas comienzan a retomar tímidamente su estrategia movilizadora y el plan de lucha desarrollado, ahora matizado con las demandas propias de la catástrofe. La CUT se ha manifestado en contra del fin a la indemnización por años de servicio y ahora (después de mucho silencio) ha sacado la voz denunciando los despidos realizados bajo el artículo 159, retomando la agenda laboral para cambiar el Código del Trabajo y lograr un reajuste del 10% al salario mínimo, en compañía de los parlamentarios concertacionistas, en especial del PS. El Colegio de Profesores ahora saca la voz por la concesión de los establecimientos municipales, al igual que lo hace la Confusam. Y la FECH, luego de gastar la mayoría de sus recursos en hacer trabajo político en las zonas afectadas, empieza tímidamente a criticar las propuestas de Lavín para ayudar a los estudiantes afectados, obligados en parte por pequeñas articulaciones que comienzan a darse en el movimiento estudiantil de manera autónoma al CONFECH.
Así, la Concertación aun dentro de su desorden, ha aprovechado de manera oportunista el sufrimiento del pueblo chileno, primero utilizando con fines políticos la ayuda inmediata a las zonas afectadas, y luego utilizando las movilizaciones de los más afectados para retomar su estrategia de presión y de cooptación de las movilizaciones y del malestar social.
El panorama de los trabajadores
La postura adoptada por la CUT, las privatizaciones que comienzan a plantearse como parte del Programa de Reconstrucción de Piñera, los despidos injustificados y los ataques a los derechos a la clase trabajadora, han provocado la reactivación de muchos sectores que se encontraban dormidos o a la espera y la articulación de otros. Luego del terremoto y de su impacto, la calma inicial aparente comienza a desaparecer. Tanto los gremios manejados por la Concertación, aquellos que reciben su influencia, como aquellos que desarrollan sus luchas de forma autónoma, comienzan a retomar la dinámica que venían desarrollando antes de la catástrofe, aunque con el claro impacto de ella; veamos algunos casos ilustrativos de lo que está sucediendo a grandes rasgos con la lucha de los trabajadores.
Ya antes de la asunción de Piñera, la presidencia la ANEF mostraba su preocupación por un posible despido masivo de empleados públicos ligados (y no ligados también) a la Concertación y una precarización de sus condiciones laborales producto de las modificaciones que Piñera ha anunciado para el sector. La ANEF ha denunciado el despido de más de 500 funcionados públicos no vinculados a cargos políticos, lo que afecta principalmente a trabajadores a contrata y honorarios. Los trabajadores en esta condición equivalen al 60% del total, cuando por ley sólo deberían existir un 20% en esta condición y el resto ser trabajadores de planta, sin embargo, durante los gobiernos de la Concertación nunca se quiso regularizar esta situación. Frente a esta realidad, y a los posibles despidos que se produzcan al asumir nuevas autoridades en regiones y provincias, la ANEF ha anunciado acciones en la Contraloría e iniciar las movilizaciones si es que no hay soluciones. Siguiendo en la línea de los despidos en el sector público, la Asociación Nacional de Funcionarios del Consejo de la Cultura, ANFUCULTURA, se encuentran movilizados (apoyados por la ANEF) por los despidos realizados por el Ministro Luciano Cruz-Coke y las condiciones de precariedad que afectan al sector; por su parte, la Asociación Nacional de Funcionarios del Fosis se ha declarado en estado de alerta luego de que el Mideplan le pidiese al director nacional de Fosis su renuncia, pese a que el gobierno se había comprometido a mantenerlo en su cargo debido a que había sido designado mediante un concurso de Alta Dirección Pública. Despidos también amenazan a los trabajadores de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, quienes han denunciado que ya van 20 despidos injustificados y se esperan unos 300, ante lo cual se encuentran en discusiones para iniciar la paralización del servicio de trenes. Siguiendo en el sector público, los trabajadores de la Empresa de Aeronáutica de Chile (ENAER), se encuentran movilizados con el objetivo de lograr un reajuste salarial de 4,5% que les corresponde en tanto trabajadores del sector público. Junto con esto, Consejo Metropolitano del Colegio de Periodistas ha manifestado su rechazo a las declaraciones de Andrés Allamand y de la Editorial de La Segunda que llaman a cerrar el Diario La Nación, lo que o sólo afectaría a los trabajadores de este medio sino que atacarían la libertad de expresión.
Para solucionar el problema de la infraestructura en salud destruida por el terremoto, Piñera anunció la construcción de 20 hospitales mediante el mecanismo de la concesión a privados, entre los que se cuentan los hospitales Barros Luco Trudeau y Exequiel González Cortés. Esto provocó un inmediato rechazo de la Federación Nacional de Profesionales de la Salud del Barros Luco quienes anunciaron el comienzo de las manifestaciones. De igual forma la Federación de Funcionarios de la Salud denunció un aprovechamiento del gobierno de la situación de catástrofe para privatizar la salud pública, en tanto Esteban Maturana, consejero de Salud de la CUT y miembro de la CONFUSAM, convocó a todos los trabajadores de la salud a manifestarse contra la privatización del sector y a salir a las calles el 1 de mayo.
Otros sectores que se encuentran atentos frente a las posibles privatizaciones son el Colegio de Profesores y los sindicatos del cobre. Los primeros ya han hecho público su rechazo a la concesión de establecimientos educativos como medida de reconstrucción y se han puesto en alerta frente a los avances que tiene en el legislativo la Ley de Superintendencia y Agencia de la Calidad de la Educación. Por su parte, la Federación de Trabajadores del Cobre (FTC), la Federación de Sindicatos de Supervisores y Profesionales de Codelco (FESUC) y la Federación Minera de Chile, entre otros, ante la posible venta de la participación de Codelco en Eldenor, han seguido la línea de defender un Codelo 100% estatal, rechazando la privatización y denunciando posibles próximas privatizaciones, como la que podría suceder con el yacimiento de cobre El Abra, en donde Codelco posee un 49% de participación.
En tanto, diversos sindicatos siguen en movilizaciones o en procesos de negociación colectiva. Se han manifestado los sindicatos de Coca Cola en Rancagua, los trabajadores de termoeléctrica Patache, los trabajadores del sindicato Nº2 astillero Marco Chilena, los trabajadores de Tottus Mall, los trabajadores contratistas de Movistar, los trabajadores de la empresa contratista CLP, entre otros. Demostrando que la lucha por los derechos de los trabajadores no cesa.
Los efectos ahora visibles del Plan Económico de Piñera, expresado en despidos, privatizaciones encubiertas, y el viraje táctico de la CUT han reactivado a algunos sectores en las cercanías del 1 de mayo. Sin embargo, una serie de movilizaciones se han venido dando desde antes de este proceso. Las necesidades derivadas de la catástrofe, la ausencia de ayuda real y concreta de parte de los gobiernos, la destrucción de puestos de trabajo, el problema de vivienda y de subsistencia, los despidos abusivos realizados por los patrones, entre muchos otros factores, provocaron una oleada de protestas en las zonas más afectadas, especialmente en el Gran Concepción. A pesar del Estado de sitio imperante, los trabajadores no dudaron en salir a las calles. El acceso al Puerto de Talcahuano fue cortado por los trabajadores en San Vicente, lo mismo sucedió con el ingreso a la termoeléctrica Bocamina II en Coronel, profesores de Huelpen protestaron frente al municipio rechazando los despidos y las bajas en los sueldos, en Los Álamos los trabajadores de la forestal Santa Elena se tomaron las instalaciones cuando esta se declaró en quiebra, los profesores de Penco se movilizaron contra los descuentos salariales, pobladores y trabajadores de Dichato cortaron la ruta a Tome producto de las demoras en la construcción de medias aguas, los deudores habitaciones del Gran Concepción protestaron frente a la gobernación exigiendo la condonación de sus deudas, los trabajadores despedidos de Versyluys protestaron en San Pedro, sólo por nombrar algunas movilizaciones que se han dado y que seguirán dándose. Frente a la ineficaz ayuda gubernamental y a una dirigencia de la CUT más preocupada de obtener réditos políticos de la catástrofe, ha sido la organización y movilización independiente de pobladores y trabajadores la que se ha levantado para hacer frente a la catástrofe.
En el sector pesquero, miles de familias de pescadores artesanales han perdido sus fuentes laborales, los trabajadores de empresas pesqueras están siendo despedidos, al igual que los trabajadores portuarios. Del mismo modo, en el sector del salmón, el terremoto ha sido una perfecta excusa para realizar despidos producto del terremoto, a lo que hay que sumar el terremoto social que ha producido la aprobación de la nueva Ley de Pesca que terminó por privatizar el mar chileno. A la dura realidad de los trabajadores del salmón y a los miles de cesantes que ha dejado esta industria, hay que sumar la eliminación del Programa de Empleo para la Salmonicultura, Plan Salmón, en el que venían comprometidos $10 mil millones para generar trabajo y palear la enorme cesantía presente en la Región de los Lagos, así como un recorte del 17% del presupuesto regional, el que supuestamente irá a parar al Plan de Reconstrucción. Frente a esta situación que agrava aún más la miseria de los trabajadores sin empleo, se han anunciado movilizaciones de parte de trabajadores y sindicatos.
Otro de los sectores duramente afectados es del agro. Miles de familias de pequeños campesinos y temporeros han sido damnificadas o han visto destruidos sus bienes materiales y sus siembras. Han perdido sus frutas producto del terremoto, se han destruido los canales de regadío, el riego por goteo, han visto destruidas sus viviendas, no tiene dinero para alimentar a sus animales, puentes y caminos en mal estado, etc. Todos efectos de la catástrofe acentuados por las miserables condiciones de vida en la que se encontraba la gente del campo. Significando esto la pérdida del sustento familiar en el caso de los pequeños campesinos, la destrucción de sus fuentes de empleo y una mayor necesidad de trabajo, lo que será aprovechado por los patrones para aumentar las condiciones de explotación, de los temporeros.
El terremoto neoliberal de Piñera y su Programa Económico comienza afectar duramente al pueblo chileno, al igual que lo han hecho la catástrofe natural. Sin embargo, ha sido la ayuda solidaria de clase y la movilización activa la que comienzan a danos una luz de esperanza. Ha sido la ayuda brindada a las zonas devastadas por decenas de sindicatos de base, por estudiantes organizados, por las mismas comunidades afectadas, las que han ayudado a resolver por parte del mismo pueblo las necesidades inmediatas del pueblo afectado. Y ha sido la movilización y la presión de estos mismos afectados la que ha logrado poco a poco que las autoridades respondan y los recursos gubernamentales comiencen a llegar. Ayuda solidaria y movilización han sido los caminos para enfrentar la catástrofe natural y deben ser los mismos caminos que debemos tomar para enfrentar la catástrofe que Piñera pretende implementar para enriquecer aun más a los dueños del poder y la riqueza. Rechazar las privatizaciones, combatir el Programa Económico y el Plan Laboral de Piñera, fortalecer la organización de base de los trabajadores y la lucha autónoma por nuestros derechos son los caminos para hacer realidad en al ámbito de la lucha la consigna que los pobres y explotados del campo y la ciudad han levantado para hacer frente a la catástrofe y sus secuelas: Sólo el pueblo ayuda al pueblo.

LUCHANDO AVANZAN LOS TRABAJADORES

Danilo Neira


Por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR de Chile

http://www.chile-mir.org