11 de septiembre de 2009
Para una ética política de las disidencias sexuales: reflexiones ex-céntricas*
por Eduardo Durán**
Este texto fue presentado como ponencia en el X Simposio de la Asociación Iberoamericana de Filosofía Política “La Igualdad, antiguos y nuevos desafíos”. Sección 6 “Género e igualdad”. Universidad Autónoma Metropolitana. Octubre, 2007.
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“Olvidamos fácilmente que la libertad no es jamás garantía para siempre, que ella exige una incesante vigilancia y el valor para defenderla. Hay siempre en nuestras sociedades las fuerzas que están listas a destruir la libertad […] Nuestro cielo no está nunca sin nubes, y siempre esto es así”. Leszek. Kolakowski. “La détresse de notre Bella époque” (inédito). (1)
Introducción
Me interesa plantear aquí un esbozo sobre las posibilidades y rumbos a seguir de una ética política desde la disidencia sexual. Mi interés se centra en buscar los presupuestos teóricos de una práctica política que pueda guiar el activismo para la emancipación y la vindicación de las disidencias sexuales.
He optado por el concepto de disidencia sexual y no el de diversidad sexual por las siguientes razones:
1. Entiendo que diversidad sexual es una noción omniabarcante, es decir, comprende tanto las prácticas e identidades heterosexuales como las homosexuales (femeninas y masculinos), bisexuales, transexuales, transgénero (2) y el travestismo, asimismo, el sadomasoquismo y otros deseos transgresores.
2. Disidencia sexual refiere a las prácticas e identidades sexuales que se hallan en una posición crítica ante la heteronormatividad y propugnan el reconocimiento de las múltiples maneras de entender y vivir la sexualidad humana. Disidencia sexual es un concepto combativo ante las estructuras de poder dominante, hetrocentrista y androcéntrico y, a su vez, propone la legitimidad de una sexualidad perversa en el sentido que le da Sigmund Freud, es decir, como la reivindicación de las múltiples versiones de la sexualidad.
3. Disidencia sexual es un concepto que incluye una postura de ruptura, alejamiento y crítica de la moral dominante sobre la sexualidad humana y, además, posibilita la articulación de un discurso disruptivo, de otro modo que el dominante para inspirar una práctica política, –siempre en estado combativo–, que ponga el acento en la dignidad del ser humano, su protección y promoción a través de hacer válidos, aquí y ahora, los derechos humanos condensados en los diferentes instrumentos sobre la materia tanto en el nivel nacional como internacional.(3)
En este trabajo primero haré una presentación acerca del concepto de ética política como yo lo entiendo, se trata de la relación entre el poder y los valores morales tal como puede estructurarse dentro de las disidencias sexuales.
En un segundo apartado examinaré el tema de las disidencias sexuales desde una crítica que establezco como propuesta de ética política fundamentada en el pensamiento de Michel Foucault.
Finalmente, haré una revisión crítica de la relación entre las sexualidades disidentes y los derechos humanos considerando la igualdad como principio rector para la reivindicación de derechos humanos y sexuales.
Acerca del concepto de ética política
Será necesario precisar aquí la noción de ética política que guiará las siguientes reflexiones en torno de las sexualidades disidentes.
La ética, como yo la entiendo, es una reflexión filosófica sobre la moral vivida. Como reflexión crítica, la ética no pretende imponer ningún tipo de comportamiento moral, en este sentido es que sostengo que la ética no es prescriptiva. El cometido de la ética filosófica es cuestionar los principios y valores de la moral vigente, con el fin ulterior de descubrir cuáles de esos mandatos están racionalmente justificados y cuáles no, pues de ello dependerá la práctica de la moralidad.
Por otra parte, la moral es un código de conducta que, como tal, establece mandatos o imperativos que obligan a la comunidad humana dentro de la cual se configuró dicho código. La moral se construye histórica y socialmente y sólo es válida dentro de la comunidad humana que la creó en el lugar y en tiempo determinado de su creación. A diferencia de la ética, la moral –tal como se ha desarrollado en la historia de Occidente– sí es prescriptiva, responde a problemas que se refieren a situaciones muy concretas, no es necesariamente crítica y, lo más importante, la moral hegemónica establece las normas y valores para juzgar qué comportamiento es bueno o malo, justo o injusto, lícito o ilícito, normal o anormal, natural o antinatural, etcétera.
El concepto de ética política surge en nuestro tiempo como una necesidad por hacer de la ética una reflexión que se ocupe de la vida social de los seres humanos. Este concepto, así articulado, quiere proponer la posibilidad de una ética elaborada a partir de los procesos de vida política de las personas y no ajena a los intereses, deseos e ideales de éstas. Es por ello que me ha parecido imperante tratar aquí este concepto ya que mi pretensión es que no se tenga la impresión de que parto de análisis academicistas, teóricos o abstractos que nada dicen sobre la situación real, concreta y desafiante de lo que se ha llamado las disidencias sexuales.
La ética política es un planteamiento sobre las relaciones entre el poder y los valores morales. Se trata de dos formas de percibir, entender, construir e interpretar la organización de las sociedades humanas y su relación con los mecanismos, instrumentos e instituciones de control político.
Desde ahora quiero señalar que mi pensamiento se inscribe dentro de la vertiente que considera la política como el ejercicio del poder público no para ejercer el poder por el poder mismo, sino como un medio que estaría destinado a establecer el bienestar de la comunidad humana tomando como criterio último de acción el reconocimiento de los derechos ciudadanos de los individuos. Desde esta perspectiva, el poder político y todos los subsistemas que de él se despliegan, tienen como finalidad última procurar el estado de cosas donde los individuos podamos gozar de las prerrogativas de los derechos inherentes (4) a nuestra igual dignidad humana, (5) así como disfrutar de las libertades públicas más amplias tal como lo deseamos apelando a los valores que inspiran el espíritu de la democracia occidental contemporánea.
I. Ética política y las sexualidades disidentes
La antropóloga Gayle Rubin afirma lo siguiente en un conocido texto:
“El reino de la sexualidad posee también su propia política interna, sus propias desigualdades y sus formas de opresión específica. Al igual que ocurre con otros aspectos de la conducta humana, las formas institucionales concretas de la sexualidad en cualquier momento y lugar dados son productos de la actividad humana. Están, por tanto, imbuidas de los conflictos de interés y la maniobra política, tanto los deliberados como los inconscientes. En este sentido, el sexo es siempre político, pero hay periodos históricos en los que la sexualidad es más intensamente contestada y más abiertamente politizada. En tales periodos, el dominio de la vida erótica es, de hecho, renegociado”. (6)
Las sexualidades disidentes lo son en relación con un sistema de poder que tiende a legitimar las expresiones eróticas que se adecuan al esquema heteronormativo. Las llamamos disidentes porque se trata de marcar la diferencia crítica respecto de ese sistema de poder y, además, abrir las posibilidades de pensar la sexualidad de otra manera que la heteronormativa (7).
Frente a lo heteronormativo se sugiere lo diverso, pero no como norma, sino como las posibilidades múltiples de ser del ser humano. Frente al poder, se proponen las posibilidades multidiversas de lo valorativo respecto de las expresiones sexuales. En este sentido, pienso que una ética política de las disidencias sexuales debe ser una crítica disruptiva del orden social hegemónico y, al mismo tiempo, la propuesta de una dinámica social distinta donde queden diluidas las categorías fuertes como lo “normal”, lo “natural”, lo “sano”, lo “debido”, lo “bueno” y sus contrarias lingüísticas.
La categorización de las disidencias sexuales con referencia a las estructuras de poder y de pensamiento dominantes suelen ser ubicadas por aquellas como lo que habría de ser evitado y hasta exterminado con el fino propósito de mejorar las costumbres sociales erradicando los focos de infección que, eventualmente, pudieran contaminar a otros seres humanos principalmente, niños o adolescentes. Este tipo de pensamiento criminaliza en el imaginario colectivo las prácticas sexuales disidentes y pone los cimientos de una política nítidamente discriminatoria y, por tanto, antidemocrática en un país que, en otros rubros, podría ser considerado por sus artífices como democrático.
Una primera dimensión de la ética política de las disidencias sexuales es el reconocimiento de éstas como parte integrante del entramado social multifacético. Ser visto es el primer paso para ser reconocido. Los disidentes sexuales hemos de aparecer y reaparecer cada vez y donde se requiera la visibilidad que otrora el sistema de dominio quería mantener en lo oculto del psiquiátrico, la cárcel, el tabú y el pecado.
La ética política enarbola como uno de sus valores más importantes la consecución del bienestar de todos los ciudadanos sometidos al dominio del Estado. Creo que la inclusión no necesariamente garantiza ese bien común. Existen procesos de inclusión que implican la desaparición de las características propias de una identidad concreta de seres humanos. En este caso, la inclusión es, necesariamente, erradicación de la diferencia y no su afirmación. No se busca la igualdad, sino la homogenización. Pienso que ser diferente no sólo es un derecho de los seres humanos, sino la condición misma de nuestro ser. En este sentido, el bienestar común debe procurar el respeto y la promoción de las diferencias culturales, sociales y sexuales.
Existe una creencia arraigada que sostiene que los disidentes sexuales podríamos ser aceptados sin problema en una sociedad, si nos apegamos a los cánones morales vigentes de dicha sociedad, es decir, a condición de ser o parecer ser como los “heterosexuales”. De lo contrario, quedarían justificadas todas las acciones que impiden el acceso a los bienes y servicios públicos por quienes optamos racionalmente por mantener una postura de disidencia sexual. Los disidentes sexuales no queremos ser incluidos dentro de la norma, queremos seguir siendo diferentes, queremos seguir disintiendo de la estructura de dominio que tiende a controlar nuestros deseos y nuestros cuerpos. Los disidentes sexuales queremos ser parte beneficiada de las políticas del bienestar común. No queremos ser “normales” queremos ser nosotros mismos en nuestra identidad y en nuestra diferencia.
La ética política que nace de la disidencia sexual pone su centro de gravedad en el reconocimiento de las diferencias; la no inclusión en el sistema patriarcal de dominio que, paradójicamente termina por seguir siendo excluyente; la tolerancia hacia los diversos modos de ser como persona; la responsabilidad, de cara a la historia del presente y frente a la conciencia moral crítica, para asumir la responsabilidad ética de la confección de una sociedad, estructurada desde su raíz, como un espacio público de aparición donde ser diferente no signifique constituir una identidad deteriorada, sino revalorada, aceptada y promovida.
Además, la ética política de las disidencias sexuales busca nutrirse de los valores morales y políticos de la solidaridad, la justicia, la libertad y la igualdad, pues, pienso que sin ellos no es posible ninguna asociación política que pueda garantizar el goce de los derechos individuales y colectivos de ningún ser humano.
En efecto, el sexo es político, y las demandas de quienes estamos en alguna trinchera de las disidencias sexuales tienen que ser renegociadas pues ya no es posible detener los hallazgos de la conciencia moral histórica, ya no podemos ni debemos permitir que los prejuicios del pensamiento conservador pretenda delinear la conducta sexual de todos los seres humanos.
Hoy hay disidentes sexuales y mientras haya poder de dominio totalitario habrá resistencia, mientras persista el discurso normalizador moralizante, habremos de disentir para inventar otro modo de ser más allá de la esencia, como afirmó el filósofo Emmanuel Levinás o como pensó nuestra Rosario Castellanos:
“Debe haber otro modo…Otro modo de ser humano y libre.Otro modo de ser”. (8)
II. Sexualidades disidentes y derechos ciudadanos
Las democracias contemporáneas tienden a estar fundamentadas en una teoría política que privilegia los derechos humanos de los ciudadanos respecto del ejercicio del poder del Estado. Pero, por mucho que esa sea su fundamentación teórica, su práctica aún está lejos de ser una práctica democrática ya que encontramos muchos casos en que los derechos humanos fundamentales son sistemáticamente conculcados por el poder del Estado. Sin embargo, al estar éstos originados en una razón de estado de derecho ello constituye la piedra de toque para reclamar el justo y debido respeto por los derechos ciudadanos, sobre todo de quienes pertenecemos a algún tipo de disidencia sexual o marginalidad.
Pienso que es equivocado hablar de los derechos de las “minorías sexuales”, pues este concepto conduce a considerar las diferentes expresiones disidentes de la heteronormatividad sexual como si fuesen casos aislados del comportamiento sexual que se da entre algunos pocos desviados a los que no habría que hacer mucho caso a la hora de que reclamen derechos sexuales. Pero, además, ¿existe una contabilidad exhaustiva y exacta sobre el número de personas que se saben y se aceptan como disidentes sexuales para compararlos con los heterosexuales a fin de establecer cuál es el grupo verdaderamente mayoritario? ¿Ese tipo de comparaciones no estará funcionando como un refuerzo de los binarismos sexuales inconcluyentes pero opresores?
Por eso, creo que el concepto “minorías sexuales” es inútil y discriminatorio toda vez que deslegitima y desprecia a priori a quienes pertenecemos al grupo de sexualidades disidentes so pretexto de demostrar la “naturalidad” y “normalidad” de la heterosexualidad.
El respeto y la promoción de las diferencias en las sexualidades disidentes necesariamente pasa por la disolución del estigma adjudicado a estas sexualidades. Por estigma entiendo el atributo de una persona, por sus cualidades físicas o por su comportamiento, que la construye como sujeto desacreditado al no apegarse a la identidad estereotipada por quienes han establecido el sistema de poder dominante en la sociedad.
La estigmatización de los disidentes sexuales representa un contrapeso a la voluntad de hacer visibles las versiones de la sexualidad humana; representa, también, un retroceso o un estancamiento en el proceso democratizador de las sociedades que, hoy por hoy, tiende a ser más concientes de la multiplicidad de comportamientos morales legítimos y de la pluralidad de formas de pensamiento que motiva esos comportamientos.
Ante las diversas formas de discriminación y de estigmatización, sociales y políticas, abiertas o veladas, propongo la organización social y política alrededor de la vindicación de los derechos humanos, ciudadanos y sexuales, de quienes disentimos de la heteronormatividad. No se trata de reinventar los valores de la democracia, sino de reorientar su espíritu pluralista hacia la legitimación de las prácticas sexuales diversas. Se trata de organizarse y comprometerse alrededor de una política sexual de resistencia a las representaciones heteronormativas que esté constituida por las siguientes cualidades: no asimilacionista, hedonista, ex-céntrica, disruptiva, anti-hegemónica y abiertamente transgresora.
Por otro lado, las sexualidades disidentes reclamamos el derecho a poseer una comprensión diferente de la identidad y del poder, esto es, de una identidad alternativa, con prácticas alternativas. En definitiva, se trata de reivindicar otra subjetividad esta vez construida a partir de las prácticas sexuales disidentes no controladas o no producidas por los discursos y saberes del status quo.
Deconstruir culturalmente el género se torna imprescindible para realizar una lectura e interpretación de los derechos humanos que pueda decir algo y hacer algo para los disidentes sexuales. La materia central de los derechos sexuales es el cuerpo, de modo que, al buscar el respeto y promoción de los derechos sexuales, se está buscando el respeto y promoción de los derechos del cuerpo: el cuerpo es la superficie donde la historia escribe o imprime los valores culturales. Para Judith Butler, es mediante la repetición estilizada de actos, gestos y movimientos corporales específicos como se crea el efecto de género, entendido como temporalidad social. No nos comportamos de cierta manera debido a nuestra identidad de género, sino que obtenemos dicha identidad mediante esas pautas culturales, que sustentan las normas del género.
La ética política que propongo, en definitiva, está orientada por la teoría postestructuralista de Foucault de la destrucción del “sexo rey”, del “sexo verdadero”, de la “ciencia del sexo”. La nueva subjetividad, manifiesta en las disidencias sexuales, reclama para sí el reconocimiento democrático de los derechos de igualdad inherentes a la condición de la diversidad. El sexo es político, en efecto, y su normatividad no puede ocultar su perversidad, mejor aún, es su perversidad lo que debería instituir una normatividad para el bienestar, el placer y la felicidad comunes, pero nunca establecer una nueva normalización o naturalización que nos conducirán sin duda a nuevas formas de discriminación.
La antropóloga mexicana Marta Lamas afirma: “Hoy, el desafío democrático de alcanzar la igualdad requiere reconocer y superar la lógica del género. Este dilema resume la contradicción entre los valores que sostenemos y la visión de la sociedad justa, o al menos democrática, que queremos construir. La lógica del género funciona tanto como una especie de “filtro” cultural con que interpretamos el mundo, y también como una especie de armadura con la que constreñimos la vida. Sólo mediante la crítica y la deconstrucción de ciertas prácticas, discursos y representaciones sociales que discriminan, oprimen o vulneran a las personas en función de la lógica del género nos acercaremos a un objetivo ético-político primordial: reformular, simbólica y políticamente, una nueva definición de qué es ser un sujeto. Reconocer que, a pesar de las diferencias evidentes, no hay una diferencia “esencial” entre la sexualidad, entre cuerpos iguales o cuerpos diferentes es un gran paso de gran trascendencia política para establecer nuevas relaciones sociales menos opresivas y discriminatorias”. (9)
Conclusión“El viejo puritano reprimía el sexo y era apasionado, nosotros, los nuevos puritanos, liberamos el sexo y reprimimos el amor”. Michel Foucault.
Lo Michel Foucault dice sobre su concepto de ética puede ser resumido en las siguientes proposiciones:
1. La filosofía tiene como núcleo central la ética. 2. La libertad es el fundamento de la ética. 3. La ética gira en torno a las técnicas de subjetivación, es decir, al cuidado de sí mismo. 4. La ética como cuidado de sí se constituye como una estética de la existencia, como una obra de arte, justo la obra de arte que yo mismo puedo crear con respecto a mi propia existencia. 5. El cuidado de sí me hace fuerte para la resistencia política. 6. El cuidado de sí implica también una disposición al cuidado por el otro ser humano. 7. Las técnicas de subjetivación se da en cada cultura y no están separadas de los juegos de verdad y de los juegos de poder. 8. Se puede constituir una técnica de sí, un cuidado de uno, en un ámbito de libertad.
Su propuesta final está inspirada en la moral griega. Para los griegos, la ética era una propuesta de renovación e invención permanentes no supeditada a una ley universal. Hubo un rechazo del postulado universal de individualidad y una afirmación de singularidades irreductibles a la ley de comportamiento alguna. La moral griega está centrada en la ética y no en el código. La ética es para Foucault, “estética de la existencia”. La construcción del sujeto la entiende como trabajo de renovación infinita donde la estilización de la conducta es literal recreación estética. En esta inventiva y constante elección no cabe concebir la acción como satisfacción de una deuda o la enmienda de un pecado, ya que la acción se encamina a la consecución de la felicidad en este mundo.
El esfuerzo por encarnar una “estética de la existencia” se sobrepone a cualquier estructuración legal de los comportamientos. Foucault piensa que otros mundos son posibles cuya materialización requiere de nosotros, ya que no acaecerán de forma necesaria. De ahí que la ética deba desembocar en una política como praxis revolucionaria que dé lugar a nuevas formas de subjetividades –singulares y diferentes– que proliferen más allá de los efectos del poder y del saber.
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Notas
* Una versión más corta de este trabajo se presentó en el I Coloquio sobre Diversidad Sexual organizado por el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México el 11 de junio de 2007.
** Maestro en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
(1) Citado por Juliana González en El poder de Eros. Fundamentos y valores de ética y bioética. Paidós / UNAM, México, 2000, p. 178.
(2) Mientras que “transexual” se refiere a los individuos que se han sometido a la terapia médica, incluida la cirugía y los tratamientos hormonales, a fin de que sus cuerpos se correspondan con la percepción identitaria que tienen de sí mismos, sea como varón o mujer, “transgénero” se refiere a quienes rechazan o infringen las normas culturales de la apariencia o el comportamiento masculino o femenino y su supuesta correspondencia con la masculinidad y feminidad biológicamente establecidas e innatas.
(3) Me refiero aquí a la historia de los instrumentos jurídicos sobre los derechos humanos: Bill of Right (Estados Unidos de América, 1776); Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789); Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948); Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966); Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966); Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (1979); Convención sobre los Derechos del Niño (1989); Convención Americana sobre Derechos Humanos. Pacto de San José de Costa Rica (1969); Constitución General de los Estados Unidos Mexicanos (1917).
(4) Al hablar de “derechos inherentes” no deben entenderse éstos como emanados de una universal naturaleza o esencia humana. Al contrario de una concepción esencialista del ser humano, sostengo la perspectiva constructivista de la condición humana.
(5) La dignidad humana es el valor que los seres humanos poseemos en razón de nuestra condición como ser humanos. Los seres humanos somos valiosos porque somos fines y no medios.
(6) Rubin, Gayle S. “Thinking sex: notes for a radical theory of the politics of sexuality” en Henry Abelove, Michèle Aina Barale y David M. Halperin (Comps.), The Lesbian and Gay Studies Reader. Nueva Cork y Londres, Routledge, 1993, p. 3
(7) Este término especifica la tendencia, en el sistema occidental contemporáneo referente al sexo-género, de considerar las relaciones heterosexuales como la norma, y todas las otras formas de conducta sexual, como desviaciones de esa norma.(8) Castellanos, Rosario. “Meditación en el umbral” en Obras II. Poesía, teatro y ensayo, F.C.E., México, 2004.
(9) Lamas, Marta. “La doble moral y la lógica del género” en Juliana González y José Landa. Los valores humanos en México. Siglo XXI / UNAM, México, 1997, pp. 71-72.
http://www.opcionbi.com/magazine.asp?id=283
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“Olvidamos fácilmente que la libertad no es jamás garantía para siempre, que ella exige una incesante vigilancia y el valor para defenderla. Hay siempre en nuestras sociedades las fuerzas que están listas a destruir la libertad […] Nuestro cielo no está nunca sin nubes, y siempre esto es así”. Leszek. Kolakowski. “La détresse de notre Bella époque” (inédito). (1)
Introducción
Me interesa plantear aquí un esbozo sobre las posibilidades y rumbos a seguir de una ética política desde la disidencia sexual. Mi interés se centra en buscar los presupuestos teóricos de una práctica política que pueda guiar el activismo para la emancipación y la vindicación de las disidencias sexuales.
He optado por el concepto de disidencia sexual y no el de diversidad sexual por las siguientes razones:
1. Entiendo que diversidad sexual es una noción omniabarcante, es decir, comprende tanto las prácticas e identidades heterosexuales como las homosexuales (femeninas y masculinos), bisexuales, transexuales, transgénero (2) y el travestismo, asimismo, el sadomasoquismo y otros deseos transgresores.
2. Disidencia sexual refiere a las prácticas e identidades sexuales que se hallan en una posición crítica ante la heteronormatividad y propugnan el reconocimiento de las múltiples maneras de entender y vivir la sexualidad humana. Disidencia sexual es un concepto combativo ante las estructuras de poder dominante, hetrocentrista y androcéntrico y, a su vez, propone la legitimidad de una sexualidad perversa en el sentido que le da Sigmund Freud, es decir, como la reivindicación de las múltiples versiones de la sexualidad.
3. Disidencia sexual es un concepto que incluye una postura de ruptura, alejamiento y crítica de la moral dominante sobre la sexualidad humana y, además, posibilita la articulación de un discurso disruptivo, de otro modo que el dominante para inspirar una práctica política, –siempre en estado combativo–, que ponga el acento en la dignidad del ser humano, su protección y promoción a través de hacer válidos, aquí y ahora, los derechos humanos condensados en los diferentes instrumentos sobre la materia tanto en el nivel nacional como internacional.(3)
En este trabajo primero haré una presentación acerca del concepto de ética política como yo lo entiendo, se trata de la relación entre el poder y los valores morales tal como puede estructurarse dentro de las disidencias sexuales.
En un segundo apartado examinaré el tema de las disidencias sexuales desde una crítica que establezco como propuesta de ética política fundamentada en el pensamiento de Michel Foucault.
Finalmente, haré una revisión crítica de la relación entre las sexualidades disidentes y los derechos humanos considerando la igualdad como principio rector para la reivindicación de derechos humanos y sexuales.
Acerca del concepto de ética política
Será necesario precisar aquí la noción de ética política que guiará las siguientes reflexiones en torno de las sexualidades disidentes.
La ética, como yo la entiendo, es una reflexión filosófica sobre la moral vivida. Como reflexión crítica, la ética no pretende imponer ningún tipo de comportamiento moral, en este sentido es que sostengo que la ética no es prescriptiva. El cometido de la ética filosófica es cuestionar los principios y valores de la moral vigente, con el fin ulterior de descubrir cuáles de esos mandatos están racionalmente justificados y cuáles no, pues de ello dependerá la práctica de la moralidad.
Por otra parte, la moral es un código de conducta que, como tal, establece mandatos o imperativos que obligan a la comunidad humana dentro de la cual se configuró dicho código. La moral se construye histórica y socialmente y sólo es válida dentro de la comunidad humana que la creó en el lugar y en tiempo determinado de su creación. A diferencia de la ética, la moral –tal como se ha desarrollado en la historia de Occidente– sí es prescriptiva, responde a problemas que se refieren a situaciones muy concretas, no es necesariamente crítica y, lo más importante, la moral hegemónica establece las normas y valores para juzgar qué comportamiento es bueno o malo, justo o injusto, lícito o ilícito, normal o anormal, natural o antinatural, etcétera.
El concepto de ética política surge en nuestro tiempo como una necesidad por hacer de la ética una reflexión que se ocupe de la vida social de los seres humanos. Este concepto, así articulado, quiere proponer la posibilidad de una ética elaborada a partir de los procesos de vida política de las personas y no ajena a los intereses, deseos e ideales de éstas. Es por ello que me ha parecido imperante tratar aquí este concepto ya que mi pretensión es que no se tenga la impresión de que parto de análisis academicistas, teóricos o abstractos que nada dicen sobre la situación real, concreta y desafiante de lo que se ha llamado las disidencias sexuales.
La ética política es un planteamiento sobre las relaciones entre el poder y los valores morales. Se trata de dos formas de percibir, entender, construir e interpretar la organización de las sociedades humanas y su relación con los mecanismos, instrumentos e instituciones de control político.
Desde ahora quiero señalar que mi pensamiento se inscribe dentro de la vertiente que considera la política como el ejercicio del poder público no para ejercer el poder por el poder mismo, sino como un medio que estaría destinado a establecer el bienestar de la comunidad humana tomando como criterio último de acción el reconocimiento de los derechos ciudadanos de los individuos. Desde esta perspectiva, el poder político y todos los subsistemas que de él se despliegan, tienen como finalidad última procurar el estado de cosas donde los individuos podamos gozar de las prerrogativas de los derechos inherentes (4) a nuestra igual dignidad humana, (5) así como disfrutar de las libertades públicas más amplias tal como lo deseamos apelando a los valores que inspiran el espíritu de la democracia occidental contemporánea.
I. Ética política y las sexualidades disidentes
La antropóloga Gayle Rubin afirma lo siguiente en un conocido texto:
“El reino de la sexualidad posee también su propia política interna, sus propias desigualdades y sus formas de opresión específica. Al igual que ocurre con otros aspectos de la conducta humana, las formas institucionales concretas de la sexualidad en cualquier momento y lugar dados son productos de la actividad humana. Están, por tanto, imbuidas de los conflictos de interés y la maniobra política, tanto los deliberados como los inconscientes. En este sentido, el sexo es siempre político, pero hay periodos históricos en los que la sexualidad es más intensamente contestada y más abiertamente politizada. En tales periodos, el dominio de la vida erótica es, de hecho, renegociado”. (6)
Las sexualidades disidentes lo son en relación con un sistema de poder que tiende a legitimar las expresiones eróticas que se adecuan al esquema heteronormativo. Las llamamos disidentes porque se trata de marcar la diferencia crítica respecto de ese sistema de poder y, además, abrir las posibilidades de pensar la sexualidad de otra manera que la heteronormativa (7).
Frente a lo heteronormativo se sugiere lo diverso, pero no como norma, sino como las posibilidades múltiples de ser del ser humano. Frente al poder, se proponen las posibilidades multidiversas de lo valorativo respecto de las expresiones sexuales. En este sentido, pienso que una ética política de las disidencias sexuales debe ser una crítica disruptiva del orden social hegemónico y, al mismo tiempo, la propuesta de una dinámica social distinta donde queden diluidas las categorías fuertes como lo “normal”, lo “natural”, lo “sano”, lo “debido”, lo “bueno” y sus contrarias lingüísticas.
La categorización de las disidencias sexuales con referencia a las estructuras de poder y de pensamiento dominantes suelen ser ubicadas por aquellas como lo que habría de ser evitado y hasta exterminado con el fino propósito de mejorar las costumbres sociales erradicando los focos de infección que, eventualmente, pudieran contaminar a otros seres humanos principalmente, niños o adolescentes. Este tipo de pensamiento criminaliza en el imaginario colectivo las prácticas sexuales disidentes y pone los cimientos de una política nítidamente discriminatoria y, por tanto, antidemocrática en un país que, en otros rubros, podría ser considerado por sus artífices como democrático.
Una primera dimensión de la ética política de las disidencias sexuales es el reconocimiento de éstas como parte integrante del entramado social multifacético. Ser visto es el primer paso para ser reconocido. Los disidentes sexuales hemos de aparecer y reaparecer cada vez y donde se requiera la visibilidad que otrora el sistema de dominio quería mantener en lo oculto del psiquiátrico, la cárcel, el tabú y el pecado.
La ética política enarbola como uno de sus valores más importantes la consecución del bienestar de todos los ciudadanos sometidos al dominio del Estado. Creo que la inclusión no necesariamente garantiza ese bien común. Existen procesos de inclusión que implican la desaparición de las características propias de una identidad concreta de seres humanos. En este caso, la inclusión es, necesariamente, erradicación de la diferencia y no su afirmación. No se busca la igualdad, sino la homogenización. Pienso que ser diferente no sólo es un derecho de los seres humanos, sino la condición misma de nuestro ser. En este sentido, el bienestar común debe procurar el respeto y la promoción de las diferencias culturales, sociales y sexuales.
Existe una creencia arraigada que sostiene que los disidentes sexuales podríamos ser aceptados sin problema en una sociedad, si nos apegamos a los cánones morales vigentes de dicha sociedad, es decir, a condición de ser o parecer ser como los “heterosexuales”. De lo contrario, quedarían justificadas todas las acciones que impiden el acceso a los bienes y servicios públicos por quienes optamos racionalmente por mantener una postura de disidencia sexual. Los disidentes sexuales no queremos ser incluidos dentro de la norma, queremos seguir siendo diferentes, queremos seguir disintiendo de la estructura de dominio que tiende a controlar nuestros deseos y nuestros cuerpos. Los disidentes sexuales queremos ser parte beneficiada de las políticas del bienestar común. No queremos ser “normales” queremos ser nosotros mismos en nuestra identidad y en nuestra diferencia.
La ética política que nace de la disidencia sexual pone su centro de gravedad en el reconocimiento de las diferencias; la no inclusión en el sistema patriarcal de dominio que, paradójicamente termina por seguir siendo excluyente; la tolerancia hacia los diversos modos de ser como persona; la responsabilidad, de cara a la historia del presente y frente a la conciencia moral crítica, para asumir la responsabilidad ética de la confección de una sociedad, estructurada desde su raíz, como un espacio público de aparición donde ser diferente no signifique constituir una identidad deteriorada, sino revalorada, aceptada y promovida.
Además, la ética política de las disidencias sexuales busca nutrirse de los valores morales y políticos de la solidaridad, la justicia, la libertad y la igualdad, pues, pienso que sin ellos no es posible ninguna asociación política que pueda garantizar el goce de los derechos individuales y colectivos de ningún ser humano.
En efecto, el sexo es político, y las demandas de quienes estamos en alguna trinchera de las disidencias sexuales tienen que ser renegociadas pues ya no es posible detener los hallazgos de la conciencia moral histórica, ya no podemos ni debemos permitir que los prejuicios del pensamiento conservador pretenda delinear la conducta sexual de todos los seres humanos.
Hoy hay disidentes sexuales y mientras haya poder de dominio totalitario habrá resistencia, mientras persista el discurso normalizador moralizante, habremos de disentir para inventar otro modo de ser más allá de la esencia, como afirmó el filósofo Emmanuel Levinás o como pensó nuestra Rosario Castellanos:
“Debe haber otro modo…Otro modo de ser humano y libre.Otro modo de ser”. (8)
II. Sexualidades disidentes y derechos ciudadanos
Las democracias contemporáneas tienden a estar fundamentadas en una teoría política que privilegia los derechos humanos de los ciudadanos respecto del ejercicio del poder del Estado. Pero, por mucho que esa sea su fundamentación teórica, su práctica aún está lejos de ser una práctica democrática ya que encontramos muchos casos en que los derechos humanos fundamentales son sistemáticamente conculcados por el poder del Estado. Sin embargo, al estar éstos originados en una razón de estado de derecho ello constituye la piedra de toque para reclamar el justo y debido respeto por los derechos ciudadanos, sobre todo de quienes pertenecemos a algún tipo de disidencia sexual o marginalidad.
Pienso que es equivocado hablar de los derechos de las “minorías sexuales”, pues este concepto conduce a considerar las diferentes expresiones disidentes de la heteronormatividad sexual como si fuesen casos aislados del comportamiento sexual que se da entre algunos pocos desviados a los que no habría que hacer mucho caso a la hora de que reclamen derechos sexuales. Pero, además, ¿existe una contabilidad exhaustiva y exacta sobre el número de personas que se saben y se aceptan como disidentes sexuales para compararlos con los heterosexuales a fin de establecer cuál es el grupo verdaderamente mayoritario? ¿Ese tipo de comparaciones no estará funcionando como un refuerzo de los binarismos sexuales inconcluyentes pero opresores?
Por eso, creo que el concepto “minorías sexuales” es inútil y discriminatorio toda vez que deslegitima y desprecia a priori a quienes pertenecemos al grupo de sexualidades disidentes so pretexto de demostrar la “naturalidad” y “normalidad” de la heterosexualidad.
El respeto y la promoción de las diferencias en las sexualidades disidentes necesariamente pasa por la disolución del estigma adjudicado a estas sexualidades. Por estigma entiendo el atributo de una persona, por sus cualidades físicas o por su comportamiento, que la construye como sujeto desacreditado al no apegarse a la identidad estereotipada por quienes han establecido el sistema de poder dominante en la sociedad.
La estigmatización de los disidentes sexuales representa un contrapeso a la voluntad de hacer visibles las versiones de la sexualidad humana; representa, también, un retroceso o un estancamiento en el proceso democratizador de las sociedades que, hoy por hoy, tiende a ser más concientes de la multiplicidad de comportamientos morales legítimos y de la pluralidad de formas de pensamiento que motiva esos comportamientos.
Ante las diversas formas de discriminación y de estigmatización, sociales y políticas, abiertas o veladas, propongo la organización social y política alrededor de la vindicación de los derechos humanos, ciudadanos y sexuales, de quienes disentimos de la heteronormatividad. No se trata de reinventar los valores de la democracia, sino de reorientar su espíritu pluralista hacia la legitimación de las prácticas sexuales diversas. Se trata de organizarse y comprometerse alrededor de una política sexual de resistencia a las representaciones heteronormativas que esté constituida por las siguientes cualidades: no asimilacionista, hedonista, ex-céntrica, disruptiva, anti-hegemónica y abiertamente transgresora.
Por otro lado, las sexualidades disidentes reclamamos el derecho a poseer una comprensión diferente de la identidad y del poder, esto es, de una identidad alternativa, con prácticas alternativas. En definitiva, se trata de reivindicar otra subjetividad esta vez construida a partir de las prácticas sexuales disidentes no controladas o no producidas por los discursos y saberes del status quo.
Deconstruir culturalmente el género se torna imprescindible para realizar una lectura e interpretación de los derechos humanos que pueda decir algo y hacer algo para los disidentes sexuales. La materia central de los derechos sexuales es el cuerpo, de modo que, al buscar el respeto y promoción de los derechos sexuales, se está buscando el respeto y promoción de los derechos del cuerpo: el cuerpo es la superficie donde la historia escribe o imprime los valores culturales. Para Judith Butler, es mediante la repetición estilizada de actos, gestos y movimientos corporales específicos como se crea el efecto de género, entendido como temporalidad social. No nos comportamos de cierta manera debido a nuestra identidad de género, sino que obtenemos dicha identidad mediante esas pautas culturales, que sustentan las normas del género.
La ética política que propongo, en definitiva, está orientada por la teoría postestructuralista de Foucault de la destrucción del “sexo rey”, del “sexo verdadero”, de la “ciencia del sexo”. La nueva subjetividad, manifiesta en las disidencias sexuales, reclama para sí el reconocimiento democrático de los derechos de igualdad inherentes a la condición de la diversidad. El sexo es político, en efecto, y su normatividad no puede ocultar su perversidad, mejor aún, es su perversidad lo que debería instituir una normatividad para el bienestar, el placer y la felicidad comunes, pero nunca establecer una nueva normalización o naturalización que nos conducirán sin duda a nuevas formas de discriminación.
La antropóloga mexicana Marta Lamas afirma: “Hoy, el desafío democrático de alcanzar la igualdad requiere reconocer y superar la lógica del género. Este dilema resume la contradicción entre los valores que sostenemos y la visión de la sociedad justa, o al menos democrática, que queremos construir. La lógica del género funciona tanto como una especie de “filtro” cultural con que interpretamos el mundo, y también como una especie de armadura con la que constreñimos la vida. Sólo mediante la crítica y la deconstrucción de ciertas prácticas, discursos y representaciones sociales que discriminan, oprimen o vulneran a las personas en función de la lógica del género nos acercaremos a un objetivo ético-político primordial: reformular, simbólica y políticamente, una nueva definición de qué es ser un sujeto. Reconocer que, a pesar de las diferencias evidentes, no hay una diferencia “esencial” entre la sexualidad, entre cuerpos iguales o cuerpos diferentes es un gran paso de gran trascendencia política para establecer nuevas relaciones sociales menos opresivas y discriminatorias”. (9)
Conclusión“El viejo puritano reprimía el sexo y era apasionado, nosotros, los nuevos puritanos, liberamos el sexo y reprimimos el amor”. Michel Foucault.
Lo Michel Foucault dice sobre su concepto de ética puede ser resumido en las siguientes proposiciones:
1. La filosofía tiene como núcleo central la ética. 2. La libertad es el fundamento de la ética. 3. La ética gira en torno a las técnicas de subjetivación, es decir, al cuidado de sí mismo. 4. La ética como cuidado de sí se constituye como una estética de la existencia, como una obra de arte, justo la obra de arte que yo mismo puedo crear con respecto a mi propia existencia. 5. El cuidado de sí me hace fuerte para la resistencia política. 6. El cuidado de sí implica también una disposición al cuidado por el otro ser humano. 7. Las técnicas de subjetivación se da en cada cultura y no están separadas de los juegos de verdad y de los juegos de poder. 8. Se puede constituir una técnica de sí, un cuidado de uno, en un ámbito de libertad.
Su propuesta final está inspirada en la moral griega. Para los griegos, la ética era una propuesta de renovación e invención permanentes no supeditada a una ley universal. Hubo un rechazo del postulado universal de individualidad y una afirmación de singularidades irreductibles a la ley de comportamiento alguna. La moral griega está centrada en la ética y no en el código. La ética es para Foucault, “estética de la existencia”. La construcción del sujeto la entiende como trabajo de renovación infinita donde la estilización de la conducta es literal recreación estética. En esta inventiva y constante elección no cabe concebir la acción como satisfacción de una deuda o la enmienda de un pecado, ya que la acción se encamina a la consecución de la felicidad en este mundo.
El esfuerzo por encarnar una “estética de la existencia” se sobrepone a cualquier estructuración legal de los comportamientos. Foucault piensa que otros mundos son posibles cuya materialización requiere de nosotros, ya que no acaecerán de forma necesaria. De ahí que la ética deba desembocar en una política como praxis revolucionaria que dé lugar a nuevas formas de subjetividades –singulares y diferentes– que proliferen más allá de los efectos del poder y del saber.
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Notas
* Una versión más corta de este trabajo se presentó en el I Coloquio sobre Diversidad Sexual organizado por el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México el 11 de junio de 2007.
** Maestro en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
(1) Citado por Juliana González en El poder de Eros. Fundamentos y valores de ética y bioética. Paidós / UNAM, México, 2000, p. 178.
(2) Mientras que “transexual” se refiere a los individuos que se han sometido a la terapia médica, incluida la cirugía y los tratamientos hormonales, a fin de que sus cuerpos se correspondan con la percepción identitaria que tienen de sí mismos, sea como varón o mujer, “transgénero” se refiere a quienes rechazan o infringen las normas culturales de la apariencia o el comportamiento masculino o femenino y su supuesta correspondencia con la masculinidad y feminidad biológicamente establecidas e innatas.
(3) Me refiero aquí a la historia de los instrumentos jurídicos sobre los derechos humanos: Bill of Right (Estados Unidos de América, 1776); Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789); Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948); Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1966); Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (1966); Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (1979); Convención sobre los Derechos del Niño (1989); Convención Americana sobre Derechos Humanos. Pacto de San José de Costa Rica (1969); Constitución General de los Estados Unidos Mexicanos (1917).
(4) Al hablar de “derechos inherentes” no deben entenderse éstos como emanados de una universal naturaleza o esencia humana. Al contrario de una concepción esencialista del ser humano, sostengo la perspectiva constructivista de la condición humana.
(5) La dignidad humana es el valor que los seres humanos poseemos en razón de nuestra condición como ser humanos. Los seres humanos somos valiosos porque somos fines y no medios.
(6) Rubin, Gayle S. “Thinking sex: notes for a radical theory of the politics of sexuality” en Henry Abelove, Michèle Aina Barale y David M. Halperin (Comps.), The Lesbian and Gay Studies Reader. Nueva Cork y Londres, Routledge, 1993, p. 3
(7) Este término especifica la tendencia, en el sistema occidental contemporáneo referente al sexo-género, de considerar las relaciones heterosexuales como la norma, y todas las otras formas de conducta sexual, como desviaciones de esa norma.(8) Castellanos, Rosario. “Meditación en el umbral” en Obras II. Poesía, teatro y ensayo, F.C.E., México, 2004.
(9) Lamas, Marta. “La doble moral y la lógica del género” en Juliana González y José Landa. Los valores humanos en México. Siglo XXI / UNAM, México, 1997, pp. 71-72.
http://www.opcionbi.com/magazine.asp?id=283
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