Aprovechando la inspiración decidí anticiparme y publicar hoy este preciso, conciso e interesante artículo que encontré por ahí, espero que sea de su agrado.
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Relación entre Machismo, Misoginia y Homofobia
Por: José Ramón Merentes
¿Qué es el “machismo”? No es más que el término vulgar del androcentrismo, que tiene como una de sus expresiones más duras y violentas a la misoginia, el desprecio por las mujeres que las reduce en su condición humana y justifica cualquier ataque contra su dignidad, contra su integridad física, psicológica o moral.
Este artículo plantea la relación intrínseca entre machismo, misoginia y homofobia, desde el análisis sociológico aportado por el filósofo y sociólogo alemán Teodoro Adorno (1903-1969) y otros académicos a través de la teoría de la personalidad autoritaria. Analiza el abordaje que se hace desde este perfil de personalidad de la realidad observable y muestra sus elementos profundamente antidemocráticos y antiéticos.
Machismo, Misoginia.
¿Qué es el “machismo”? No es más que el término vulgar del androcentrismo, que tiene como una de sus expresiones más duras y violentas a la misoginia, el desprecio por las mujeres que las reduce en su condición humana y justifica cualquier ataque contra su dignidad, contra su integridad física, psicológica o moral.
Después de muchos años de incansable esfuerzo, el movimiento de mujeres ha logrado la aprobación de una ley contra la violencia sexista (Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida libre de Violencia, 2007), pero prevalecen las profundas causas culturales que la generan. El machismo, el desprecio por lo femenino como referencia social-cultural ha calado muy profundo en nuestras mentes. ¡Claro! Hace más de cinco mil años que venimos escuchando esta misma letanía acerca de “la naturaleza intrínsecamente diabólica, perversa de la mujer”.
En las culturas androcéntricas-misóginas, la condicion de las mujeres es constantemente simplificada y condenada. Se habla de “la mujer”, del “rol femenino” –usualmente secundario y de poca importancia según esta concepción de la realidad- como si con esta expresión pudiéramos reducir la riqueza de la condicion humana de las mujeres (¿o más bien debiera decir “feminiana”, ya que lo “humano” proviene del Hombre, ese Hombre con mayúscula que se nos ha querido imponer como única referencia ética posible?).
Autoridad y discriminación
En lo más profundo de este pensamiento androcéntrico pervive lo que Teodoro Adorno llegara a definir como “pensamiento autoritario”. Para explicar el éxito político del nazismo en un país tan culto como Alemania, Adorno emprendió la ingente tarea de coordinar más de cincuenta mil encuestas psicológicas. El sorprendente resultado fue que una alta proporción de la población estudiada manifestaba las siguientes características conductuales:
Pensamiento dicotómico (o binario): Ve la realidad a partir de pares mutuamente excluyentes (“blanco y negro”, “fuerte y débil”, “masculino/femenino”, etc.). En este ultimo par, “masculino/femenino”, la relación no es “entre dos iguales”. La relación es más bien asimétrica, lo masculino por encima de lo femenino.
Intolerancia ante la ambigüedad: como consecuencia directa de la anterior, la persona autoritaria no tolera lo que no pueda encasillarse en alguno de los dos polos en los que divide la realidad. Actividades como el arte, lo espiritual, son decididamente descalificadas y perseguidas como “peligrosas”. La caracterización estrecha de las personas impide cualquier variación con respecto a lo que se tiene como “correcto” o “aceptable”.
La concepción jerarquizada de las relaciones humanas: “Sexo”, “raza”, “edad” y cualquier otra característica que sirva como referencia para clasificar a las personas es definida a partir del hombre como el pináculo del orden social.
Huelga decir que en el balance de género las mujeres siempre han ocupado el lugar de “lo otro”. Ha sido hasta ahora “el sexo opuesto” (otra fantasmagoría mas inventada por la necesidad autoritaria de dicotomizarlo todo; los sexos y los géneros, cuantos sean estos y aquellos, son imposibles de ser reducidos a esa dicotomía, pues en cada uno existe algo de los demás. XX y XY no son mutuamente excluyentes. Las intersexualidades y las identidades de género, distintas al sexo biológico en algunas personas, es prueba palmaria de ello).
Con toda esta carga cultural y política en su contra, las mujeres fueron confinadas a los pliegues invisibles de la historia. Quemadas como brujas, colgadas de mástiles y guillotinadas (Olimpia de Gouges, 1748-1793, la redactora de la Declaración de los
Derechos de la Mujer y la Ciudadana (Francia, 1791) es el ejemplo y el símbolo de este miedo y odio criminal contra las mujeres durante gran parte de nuestra historia en la Tierra), la persecución y los múltiples genocidios contra las mujeres han demostrado de lo que es capaz la misoginia.
La reducción de la condición femenina a algo diabólico ha significado desde luego la condena de toda expresión que pueda acercarse siquiera a la considerada como parte esencial e inseparable suya.
Misoginia, Homofobia
Muy cerca de ese machismo misógino, se encuentra la homofobia, desde el punto de vista ideológico. Esta es el odio o rechazo a toda persona que “se salga” de la norma heterosexista. Es decir, el rechazo a las personas por su orientación homosexual o bisexual. Claro que la misoginia y la homofobia comparten una profunda descalificación de todo aquello que no pueda identificarse con esa imagen sobredimensionada y todopoderosa que se tiene de lo masculino. No por casualidad la homosexualidad masculina es considerada –desde lo cultural y simbólico- como más perniciosa que la homosexualidad femenina. Esta última se invisibiliza, no existe, o si se permite su representación es simplemente para solaz y satisfacción de las fantasías del macho heterosexual.
Las mujeres, su sexualidad y afectividad son “inocuas”. Se pueden expresar afecto entre sí, en el espacio público, y no pasa a mayores. En cambio, la expresión pública de afecto, de emocionalidad, está prohibida para los varones, so pena de ser menospreciados “como mujercitas” (¿Cuántas veces, cuantas palabras no conocemos que identifican la homosexualidad masculina con lo femenino, con su supuesta – y peligrosa –fragilidad? No tenemos más que ver la representación que se hace de la homosexualidad masculina en nuestra televisión para entender esta relación entre ella y la condición femenina, “intrínsecamente inferior”).
Cada vez que se habla en el discurso público de la homosexualidad, se hace referencia directa y excluyente a la homosexualidad masculina. Si se menciona la posibilidad del matrimonio homosexual, de inmediato salen a relucir las supuestas “razones” por las que dos hombres no pueden casarse (comenzando por la etimológica, que la palabra “matrimonio” implica necesariamente la existencia de “una madre”. De allí se supone entonces que el “matrimonio” no estaría nunca más justificado que entre dos mujeres, ya que pueden concebir una prole en la que confluyen las características biológicas de ambas).
La creencia mayoritaria asume que los varones homosexuales “quieren o pretenden ser mujeres”. Esta concepción errónea sobre la relación entre sexo biológico, orientación sexual e identidad de género ya ha sido superada por completo por el conocimiento científico disponible actualmente. La orientación homosexual no significa que la persona quiera cambiar de sexo o que se sienta mal con su propio sexo. La orientación bisexual tampoco se trata de una “indefinición” (¿recordamos la necesidad autoritaria de ceñirse a definiciones estrictas y mutuamente excluyentes y su temor a la ambigüedad, a lo “no definido”?). Se trata simplemente de atracción erótica y emocional hacia personas de uno, u otro sexo (en el caso de las personas homo o heterosexuales) o a ambos sexos. Esta última no necesariamente se presenta en forma simultánea (lo cual genera el mito de la supuesta incapacidad para el compromiso que tendrían las personas bisexuales).
Por otra parte, la identidad de género es la profunda convicción de pertenecer a cualquiera de los sexos. Ésta no necesariamente coincide con las características sexuales de la persona (la identidad de género no se define por los órganos sexuales de la persona, sino por la sensación sicológica de ser “varón” o “mujer”).
La única forma de liberarnos de estas limitaciones abusivas a nuestra libertad individual es precisamente afirmando nuestra condición, orientación sexual o identidad de género, como lo que simplemente es, nuestro derecho a ser quienes somos.
*Politólogo. Coordinador de Unión Afirmativa de Venezuela, organización que lucha por la promoción de los derechos humanos de la sexodiversidad.
Fuente: http://hernanmontecinos.com/2008/12/30/relacion-entre-machismo-misoginia-y-homofobia/
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